La presidente Cristina Fernández de Kirchner será operada para una evacuación quirúrgica de su colección subdural crónica (hematoma dentro del cráneo pero fuera del cerebro) y el país está en vilo por ello. Había acudido el día sábado pasado a la Fundación Favaloro por una arritmia cardiaca pero se decidió hacerle estudios extra porque presentaba síntomas de cefalea y allí se detectó este cuadro. La primera indicación había sido reposo pero, ante nuevos síntomas que aparecieron posteriormente, se optó por la intervención quirúrgica (programada para el día de hoy en horarios matinales).
El hematoma que tiene la presidente argentina es producto de un fuerte traumatismo sufrido el 12 de agosto pasados y del cual nunca fuimos debidamente informados. Aquí entramos en uno de los problemas con los que cuenta la administración kirchnerista y es la escasa información que se ofrece a los ciudadanos. La opacidad y el secretismo, propio de los regímenes autocráticos, reinan en la comunicación de aquellas cuestiones que no implican un beneficio político directo para el grupo que gobierna. Es paradójico que el gobierno que ha dedicado más tiempo y recursos a la comunicación en los últimos 30 años no haya hecho nada por transparentar el flujo de información pública. El secreto genera desconfianza y la falta de transparencia dispara las especulaciones, aunque éstas sean erradas.
Algunos de los beneficios que tienen las repúblicas por sobre las monarquías son las instituciones que sostienen, dan marco a un gobierno, y que a su vez trascienden y contienen a los actores intervinientes. Ese beneficio está diluido en nuestro país. A la histórica y latinoamericana costumbre de haber transformado al presidencialismo en su variación caudillesca (hiperpresidencialismo) hay que sumarle la impronta kirchnerista de ejercer el poder de manera concentrada; lo ha hecho Néstor en Santa Cruz y en la Nación, y también lo hace Cristina Fernández al frente del máximo cargo.
Muchos de los más fervientes kirchneristas son quienes indirectamente más daño les han hecho a la salud de la pareja presidencial. Todos recuerdan aquel acto de la juventud kirchnerista en el Luna Park, posterior a la intervención quirúrgica que a Néstor Kirchner se le practicó allá por septiembre de 2009 y por la cual obviamente debía guardar reposo. Está claro que en el ADN del ex presidente no estaba la posibilidad de sustraerse de la contienda política ni en momentos de enfermedad, pero también cabe recordar que allí las agrupaciones juveniles lanzaron públicamente la figura del Néstornauta, comenzando en vida la mitificación del líder, con el consiguiente peso que eso implica para cualquier persona. También cabe perfectamente como ejemplo de esta destructiva dependencia, la famosa frase de la diputada ultraoficialista Diana Conti que auguraba y decía necesitar una “Cristina Eterna”. Hay en esto un doble juego (como casi siempre sucede en las relaciones humanas y políticas) de aquel que conduce con mano férrea y poder concentrado y de aquellos que, glorificando la figura del líder, son incapaces de brindar alternativas institucionales de continuidad y complementariedad en el trabajo, y descansan en la protección que brinda el liderazgo fuerte y concentrado.
Tal como lo indica el art. 88 de la Constitución Nacional, durante la ausencia por enfermedad, la presidencia será ejercida por Amado Boudou, vicepresidente de la Nación. Aquí yace otro de los problemas de la forma en que los Kirchner ejercen el poder. El ex militante de la Ucede fue puesto en ese cargo con el sólo aval de Cristina y sin contar con un apoyo político interno que lo arrope. A esto se le agregaron a posteriori serias denuncias en la justicia por la causa Ciccone, la cual ya cuenta con abundante evidencia que incrimina a Amado (recomiendo leer Boudou-Ciccone y la máquina de hacer billetes del periodista Hugo Alconada Mon). Esto, al mismo tiempo, ha hecho que sea el político oficialista con nivel más alto de desaprobación social. Bajo estas circunstancias tampoco se puede contar con un gabinete de ministros que otorgue apoyatura administrativa y política a la gestión ya que son, en su mayoría, simples ejecutores de las decisiones presidenciales. Con todo esto y casi sin apoyos dentro del gabinete, queda claro que Amado Boudou goza de legalidad para ejercer el cargo pero su legitimidad resulta fuertemente recortada.
Ante este panorama, es difícil conjeturar quién conducirá la agenda económica, la cual tiene infinidad de frentes abiertos y a los cuales se suman las disputas internas dentro de lo que se conoce como el “gabinete económico” (integrado por Lorenzino, Kiciloff, Moreno, Marcó del Pont y Echegaray). Se intuye que será la presidente quien en su convalecencia, y atentando contra su debida recuperación, deberá hacerse cargo de esta mediación. Siempre me resultó muy difícil poder identificar lo que desde el oficialismo llaman “el modelo” porque, como siempre sucede, cuando la informalidad es la regla, las instituciones crujen.
Claro está, al menos desde una perspectiva moral, que la enfermedad de un ser humano no debe ser utilizada para hacer política pero esto no implica de ninguna forma que la salud presidencial no sea una cuestión de estado que genera consecuencias políticas. Aquí hay que reiterar que muchas veces quienes más dicen amarla, más la perjudican. Basta como ejemplo el twitt de apoyo que Luis D’Elía formuló al conocerse el problema de salud de la presidente y mediante el cual arengó escribiendo: “Construyamos el 27 de octubre un gran triunfo popular que honre la memoria de Néstor y fortalezca el corazón de Cristina”. No sabría cómo dejar asentado de manera tan clara y contundente un intento por usufructuar el estado de salud de una persona para provecho político como el que utilizó el ex piquetero. La mejora en la salud deviene de los cuidados y los tratamientos pertinentes (y de Dios para los creyentes) y no de los votos (aunque el estado emocional influye de una forma u otra sobre las personas). Lo que humildemente sugeriría hacer a los fanatizados partidarios de la presidente es que intenten quitarle presión y que la ayuden a familiarizarse con la inevitable alternancia en el poder que está en el futuro inmediato del país. Es cierto que, para ello, deberían reconciliarse ellos mismos con esa “reaccionaria” idea.
En definitiva, todos, oficialistas, opositores, medios y sociedad debemos estar a la altura de las circunstancias sin sobreactuar para parecer ni especular para no mostrar ingenuidad, porque después de todo, ni la enfermedad ni la muerte hacen mejores o peores a las personas sino que, por el contrario, la reacción adulta, sabia, equilibrada y racional de quienes observamos desde afuera estos acontecimientos es la que puede o no hacernos transitar de la mejor forma posible las vicisitudes del rol que a cada uno le toca ocupar en esta difícil coyuntura.