Desde los inicios de su pontificado, Francisco ha hecho claramente una opción por los pobres. Simultáneamente, con absoluta lógica y sensatez, impulsó un movimiento de austeridad hacia el interior de la Iglesia que muy bien le va a venir a la milenaria institución. Sin embargo, es también una oportunidad para que en países como el nuestro, y muchos otros donde el catolicismo está muy arraigado, comencemos a pensar la pobreza sin estigmatizarla ni ponderarla.
Respecto a lo que sucede al interior de la iglesia romana hay un primer análisis, creo yo bastante superficial, que distingue entre la jerarquía eclesiástica (argentina y de otros países) y los curas o párrocos. Según esta distinción (muy proclive en sectores de la izquierda nacional), los curas de base son aquellos que están cerca de los pobres, en las villas, asentamientos y en todos aquellos lugares donde la necesidad llama, mientras los “jerarcas” de la Iglesia se reúnen con empresarios y políticos a discutir cuestiones de dinero, poder y privilegios.
La novedad en el caso de Jorge Bergoglio es que fue un “jerarca”, siendo máxima autoridad eclesiástica en la Argentina por varios lustros y convirtiéndose luego en Papa, quien siempre fue austero y cercano a los que más lo necesitan. Esto sorprende aquí y en el mundo tanto que, como podrán recordar, ha logrado la inmediata retractación del gobierno kirchnerista respecto a la elección del nuevo Pontífice constituyéndose, quizás, en el vuelco político más veloz del que la política nacional tenga memoria.
Sin embargo creo que las declaraciones del papa Francisco respecto a un pontificado enfocado en los pobres y dedicado a ellos deberían tener una lectura correcta si es que lo que queremos es combatir la pobreza y no perpetuarla o, peor aún, reproducirla. Recuerdo una vieja entrevista del periodista Mariano Grondona al sacerdote, y político en aquel momento, Luis Farinello cuando, reconociendo la calidad humana del “padre”, Grondona le decía que el sistema político-económico que él proponía multiplicaba los pobres para luego amarlos. ¿A quién amaría Farinello si como país lográramos eliminar la pobreza de nuestra sociedad? Una quimera por cierto, salvo para el intervenido INDEC.
Es siempre gratificante y realmente provechoso para todos ayudar a quienes más necesitan de asistencia económica pero es importante no transformar la pobreza en una característica o virtud del ser. La condición económica de una persona no hace de ella alguien bueno o malo per se. Sin entrar en cuestiones del Evangelio o de doctrina católica porque no estoy capacitado para ello, no creo que una persona, por el hecho de ser pobre, sea poseedor de todas las virtudes o viceversa. Entiendo que ése no es el sentido que quiere darle el Papa a sus palabras de amor hacia los carenciados.
El mensaje de Francisco respecto de amar a los pobres es bueno y estimulante pero esto no debe confundirse con amar la pobreza. Por el contrario, sería muy importante que aquellas personas que representan ejemplo en algún aspecto de la vida también motiven a otros a luchar contra la pobreza desde su lugar de individuos, para beneficio propio y colectivo.
Permítanme jugar un poco con la imaginación para interpelar a aquellos que aman a los pobres y detestan a los ricos simplemente por el hecho de cumplir con ese parámetro económico. Supongamos que por un golpe de suerte en un juego de azar, aquel pobre pasa de un momento a otro a ser millonario; ¿debería ser detestado a partir de ese instante? Sería algo esquizofrénico ¿no? En tal caso convendría más cuidarse de aquellos políticos que, teniendo enormes fortunas de dudosa procedencia, utilizan a los pobres en un combate donde los únicos beneficiados son quienes tienen el poder que otorga el clientelismo.
Sería muy saludable para el crecimiento del país que haya más gente con ánimos de emprender, de progresar (también económicamente), de expandirse; ambiciosos en el amplio y buen sentido de la palabra. También necesitamos que todos ellos (y nosotros) sean honestos, respetuosos de la legalidad y sobre todo que cumplan sus compromisos con aquellos con quienes realizan transacciones o se relacionan comercial y socialmente.
Debo confesar que disfruto de ver aquellas historias de éxito material que ponen en canales foráneos y me apena darme cuenta que sería imposible verlas reflejadas en un canal local y mucho menos si son protagonizadas por argentinos. Tal vez por mi profesión, mi capacidad y mis posibilidades me resulte imposible llegar a tener alguna vez alguna de aquellas cosas materiales que allí muestran, pero eso no me impide disfrutarlas a través de la pantalla o congratularse con quienes las lograron. Después de todo, quienes admiramos sin tapujos a aquellos que construyeron grandes fortunas somos los que más claro tenemos que el dinero no hace a la felicidad.
Coincido bastante con esa máxima de la espiritualidad que dice que es más fácil acompañar a un amigo en las malas que disfrutar a su lado cuando le tocan las buenas, pero sostengo que es algo absolutamente liberador y sanador no envidiar el éxito ajeno cuando fue conseguido a través de herramientas éticamente virtuosas.