Si bien podrían ser considerados hechos aislados para un mes simbólico en lo que refiere a este tipo de desbordes sociales en el país, los saqueos en Córdoba son también parte de un fenómeno que se repite cíclicamente y que convendría no separar de una idea que circula entre intelectuales y políticos argentinos como es la de la función social de la propiedad privada (ítem excluido a último momento del proyectado nuevo Código Civil y Comercial y un concepto en el que insiste la iglesia católica desde su doctrina social). Dos fenómenos divergentes y convergentes pueden explicitar esta situación: de un lado, la privatización del espacio público (piquetes, manifestaciones violentas, toma de colegios y universidades) y del otro, una especie de socialización de lo privado (saqueos e intrusiones en propiedad privada).
Es ingenuo, o sospechoso según el caso, querer evaluar lo vivido en Córdoba durante martes y miércoles próximo pasados de una forma unicausal. Sostener que los graves hechos delictivos sucedieron porque una banda organizada se propuso saquear más de 1.000 comercios e ingresar hasta en domicilios particulares es a todas luces equivocado, como también lo es creer que se trató de un desesperado intento por proveerse de productos para solventar la propia la subsistencia. Hay, sin dudas, múltiples motivos que explican lo acontecido, entre los cuales podemos destacar una anomia generalizada (no sólo en la provincia mediterránea), el acuartelamiento policial, la proliferación de sectores marginales, la falta de respeto por la propiedad privada, una sociedad fragmentada (en este caso no por cuestiones ideológicas) y la proliferación de bandas organizadas operando. Estas últimas, claro está, pueden fomentar, incentivar, informar pero no pueden por su sólo arbitrio saquear masivamente locales y hogares.
Si bien es cierto, como señalé, que los desencadenantes de este tipo de situaciones son muchos y variables, también es cierto que son más asimilables con una pobreza real del 25%, como la que mide el observatorio de la UCA por ejemplo, que con el poco más del 4% de pobres que mide el INDEC. Dicho de otro modo, serían mucho más llamativos estos hechos en un país como Suiza, al cual podríamos compararnos en cuanto a los niveles de pobreza si los números del organismo oficial de estadísticas fueran reales.
La falta de norma y autoridad fueron aprovechadas por personas que no tienen una moral firme ni convicciones profundas y que además sufren carencias económicas, sociales y culturales a pesar de la “década ganada”. Como dice el sociólogo argentino Javier Auyero, estos individuos ven en estas situaciones anómalas (que lamentablemente no lo son tanto para la Argentina) una “oportunidad para la acción”. Dentro de estos grupos, como quedó expuesto en las redes sociales, no existe arrepentimiento ni pudor por lo hecho sino, por el contrario, indisimulable orgullo. Incluso se puede multiplicar sin límites la muestra si medimos a círculos que no se han animado a participar de los saqueos pero que pretenden obtener beneficios de estos.
En una sociedad donde tiene mayor consideración la solidaridad que el respeto por el otro, no es llamativo tener también un grupo de personas que no tenían ningún plan para llevarse lo que no era de ellos pero que, ante la oportunidad, aprovecharon para sustraer algo. Seguramente muchos de esos “saqueadores involuntarios” se conmueven ante un sufrimiento televisado y son solidarios con el que lo padece, porque la solidaridad tiene un carácter épico que el respeto y la convivencia civilizada no lo tienen.
Desde la vereda opuesta, miles de vecinos armados con lo que tenían disponible, sin dormir y con una asombrosa determinación para gente no acostumbrada a empuñar armas u objetos contundentes, estaban dispuestos a dejar hasta su vida para defender lo que legítimamente les pertenece. Ellos no comprenden, ni pretenden hacerlo, ningún concepto político, social o económico que modifique lo que intuitivamente sienten como propio. Hay incluso varios ejemplos de barrios cordobeses que lograron evitar el ingreso de saqueadores a través de una organización de seguridad que sería la envidia de los más fanáticos militantes de la norteamericana Asociación Nacional del Rifle.
En Argentina hay un valor que nos distingue de otros países latinoamericanos; el politólogo Aldo Isuani lo explica diciendo que los pobres argentinos (a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países de la región) “miran a los ojos y no al piso” cuando se enfrentan con una persona de una clase social más alta (en los términos comúnmente utilizados para definir una situación sociocultural y económica). Esto que sucede es muy importante y valioso en términos de dignidad e igualdad entre seres humanos pero también puede ser un caldo de cultivo para políticos inescrupulosos que usan esta característica en pos de fomentar el rencor entre clases sociales. Seguramente habrán escuchado la frase “es una pelea de pobres contra pobres”, la cual habla mucho de quien la formula. ¿Si la pelea es de pobres contra ricos está bien o es más natural? Ciertas categorías superadas ampliamente por los hechos y por sociedades que son mucho más complejas siguen presentes en el inconsciente colectivo y en la verba de muchos comunicadores sociales.
Así las cosas y esperando que la normalización en la policía traiga calma a los cordobeses no debemos olvidar que, como sostiene Ceferino Reato, Córdoba es una provincia que muchas veces se adelanta a los acontecimientos que luego afectan al resto del país. Una de las zonas de la querida ciudad que más sufrieron los saqueos fue la calle Donato Álvarez. Allí, uno de los comercios devastados se llamaba “Llevalo puesto” y tristemente, al menos para quienes esperamos por la definitiva normalización de un país aún en “emergencia”, algunos tomaron literalmente aquel nombre.