Será cuestión delegada en el lector encontrar semejanzas y diferencias con aquella historia narrada en el libro de Miguel Bonasso (El presidente que no fue, Ed. Planeta) sobre los aciagos días de Héctor Cámpora en el poder. En el caso que nos atañe, la historia la estamos transitando. Días sin saber nada sobre lo que sucede con la presidente de la nación no resulta de gran ayuda para paliar los efectos de problemas que se fueron gestando desde los inicios del kirchnerismo pero que, cual bombas de tiempo, parecen estar con el cronómetro de detonación puesto en este último tiempo. Una breve “aparición” a través de la agencia kirchnerista de noticias Telam (no cabe la ilusión de considerarla una agencia estatal) para desmentir a Carlos Kunkel acerca de una posible candidatura en 2015, no es suficiente muestra de conducción política a la luz de los actuales problemas.
Es cierto que enero y febrero suelen ser meses donde lo político, lo social y también lo judicial parecen tomarse vacaciones pero, entendámoslo, lo económico nunca duerme. No vale aquí contentarse con el escapista período vacacional, porque cuando todo y todos regresen en marzo las problemáticas se habrán incrementado. ¿Qué es lo que se espera para actuar? Habría básicamente dos razones que justificarían esta prescindencia de los asuntos públicos por parte de un presidente, en este caso, de Cristina Fernández de Kirchner: la primera sería la constatación de una gestión consolidada que marcha apaciblemente por sobre problemas habituales en toda sociedad y, la segunda, la creencia de que no hay solución a los problemas actuales (inflación, crisis energética, cepo, inseguridad, pobreza, por nombrar sólo algunos de los más urgentes). La primera no es creíble y la segunda es alarmante.
Tampoco deberíamos descartar que la Presidente tenga puesta la esperanza en algún golpe favorable del destino: precio de la soja record, éxito del acuerdo de precios, ganar un mundial, multimillonarias inversiones en Vaca Muerta o un gran acuerdo de paritarias que den un marco de estabilidad político, económico y social pero, en la carrera en la que estamos embarcados, resultan tan improbables catalizadores como lo eran las brujerías que López Rega hacía para curar a un Juan Domingo Perón gravemente enfermo y transitando sus últimos días.
Luego de la intervención quirúrgica a la que debió ser sometida la Presidente de la nación por un hematoma craneal, sus médicos le solicitaron bajar el stress. Esta indicación es difícil de abordar siendo un régimen hiperpresidencialista con una primera mandataria que nunca se caracterizó por formar equipos de trabajo sino súbditos ejecutores de directivas. En este contexto, prescindencia o stress son casi las únicas variables posibles.
No hay forma de enderezar la economía sin realizar ajustes. ¿Cómo esperar esto de una presidente que dio marcha atrás hasta con su mentado slogan de “sintonía fina”? El contexto actual es mucho más acuciante que cuando anunciaba aquellos ajustes y el esfuerzo necesario es aún mayor. ¿Cuál es la estrategia?, ¿seguir incrementando la presión hasta que todo estalle? Esto no suena nada bien para quienes aquí vivimos, pero es difícil vislumbrar otra cosa.
La confianza, o la falta de ella, es nuevamente un punto crucial. Mucho se criticó al ex ministro de economía Domingo Cavallo por aquellas charlas donde supuestamente daba consejos a inversores extranjeros que eran muy desfavorables para la Argentina que gobernaba el fallecido ex presidente Raúl Alfonsín a fines de los ’80. Diez años en la gestión de los asuntos públicos y la información volando en la era de la tecnología son suficientes para reemplazar a cualquier consultor que pronostique tormentas. La credibilidad del gobierno de Cristina está mellada aquí y en el mundo y contra eso es muy difícil luchar. La licencia de hecho que la Presidente se tomó durante este tiempo profundiza la sensación de vacío de poder y, con él, también la confianza interna.
Las “tropas” en el kirchnerismo están a la deriva y eso se nota. Hay una pelea por convertirse en sucesores autorizados de Cristina sin advertir que con esto debilitan aún más el alicaído poder presidencial. Ante un panorama cada vez más complicado, el legado de Cristina será mucho más una carga que una cucarda para mostrar.
Los gobernadores del oficialismo están expectantes de que le muestren un camino de salida que ellos no logran ver; los militantes están perdiendo la ilusión de encontrar una respuesta que el relato ya no ofrece, los “acomodados” o “enchufados” temen peligrar sus negocios ante la estampida oficialista y a quienes siempre criticamos las políticas del kirchnerismo nos cuesta conservar la ilusión de encontrar un rastro de razonabilidad y responsabilidad al final del túnel. Todos, paradójicamente, necesitamos de Cristina.