En una mañana inusual y después de una jornada de jueves signada por la retirada del Banco Central del mercado de divisas (aunque a última hora salió a vender ante el temor que produjo, al menos en su presidente, la mayor devaluación del peso desde la salida de la convertibilidad) que hizo que el precio del dólar en el mercado controlado llegara a superar los $8 por dólar, el gobierno, en la voz del cada vez más deslucido Jorge Capitanich, anunció que a partir del lunes habilitaría la compra de dólares para atesoramiento (sería bueno que en lugar de atesoramiento o ahorro dijeran que es para lo que a cada individuo le plazca hacer) siempre y cuando pueda justificar esa adquisición. Ante esta aclaración, queda la absoluta certeza de que no será solamente un control de legalidad sino que le permitirá al gobierno administrar a su “criterio” esa venta.
El anuncio, cual pintura para quien conoce de arte, deja ver una serie de hechos que mellaron en la moral de un gobierno desgastado. Cuando la construcción de un relato se basa en la mentira como uno de sus pilares es muy difícil sostener un argumento coherente y esto es lo que muestra esta decisión. El gobierno anuncia en definitiva el levantamiento de un cepo que, según ellos, nunca existió porque ha logrado una convergencia aceptable de variables que supuestamente lo tenían sin cuidado. En otros términos, el precio de la cocaína (analogía utilizada por los funcionarios para comparar el dólar libre) los forzó a optar por esta supuesta flexibilización.
Lo más probable es que, como medida aislada y de aplicación dudosa, tenga poco resultado concreto por lo cual queda claro que la intención del gobierno con ella es generar confianza para frenar la escalada del dólar en todas sus formas. Con estos objetivos a la vista, es evidente que no fue una buena idea tener detrás del jefe de gabinete a un ministro de Economía con gesto adusto (como quien había perdido una batalla contra un acérrimo enemigo) y dispuesto a tomarse a golpes de puño con el primero que osara ponerlo en aprietos. Fue tan así que cuando Capitanich ya había abandonado el estrado donde hizo el anuncio, el ministro se acercó el micrófono para arrojar una frase (“los mismos que nos decían que un dólar costaba un peso son quienes nos dicen ahora que un dólar cuesta $13″) que resume su forma de pensar la política y la economía desde el voluntarismo y las teorías conspirativas. Es obvio que esta no es la forma de generar confianza. Para quienes gustamos del fútbol, es fácil comparar la imagen con la de aquel jugador que, sin poder dar vuelta ya un partido eliminatorio de alguna copa importante, está en la búsqueda de cualquier rival a quien poder golpear.
Volviendo sobre el control que se va a hacer para la compra de divisas según capacidad contributiva deberíamos esperar que se ejecute de acuerdo a aquello que sostuvo el jefe de la DGI, Angel Toninelli, a mitad del año pasado, cuando afirmó que el mecanismo para la aprobación de una compra era bastante parecido a la fórmula de la Coca-Cola. En ese sentido también me inquieta pensar que un trabajador informal (el 40% del mercado laboral) tenga imposibilitado ahorrar en la moneda que considera segura ya que no tiene ingresos en blanco. Es extraño que desde la política siempre se haya tomado a estos trabajadores como víctimas de un sistema a corregir pero que en este caso se los discrimine de manera flagrante.
Contrariamente a lo que expresa la presidente cada vez que puede, el mercado le ha dado muchas oportunidades (todas ellas desperdiciadas) a este gobierno. Aquel siempre reaccionó favorablemente a una señal de estabilidad pocas veces esgrimida y, en general, rápidamente contrarrestada por una decisión de signo contrario. En esto, el país estuvo beneficiado por un contexto mundial y regional que permitió un importante flujo de capitales hacia estas latitudes y que, durante un tiempo, incluyó también a la Argentina pese a las señales negativas emanadas desde las altas esferas del gobierno.
Para finalizar con los comentarios acerca del anuncio, me quedo con otras dos frases de Axel Kicillof que vuelven a desnudar varios aspectos de su pensamiento. Respecto a la innombrable devaluación (innegable ya hasta para un gobierno que ve sol cuando llueve a cántaros) afirma que “es mentira desde todo punto de vista que se traslade a precios” y que las nuevas medidas responden a “movimientos de desestabilización los últimos días”. De la primera es fácilmente comprobable su falsedad y la segunda desnuda una incomprensión absoluta o un cinismo extremo.
Todas estas novedades taparon la reaparición (término que se corresponde a lo sucedido a pesar de que Cristina Fernández hizo de éste una explicación antojadiza) de la presidente para el anuncio del plan ProgresAR destinado a aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan y que resulta, una vez más, un subsidio, otorgado en este caso a través del Tesoro Nacional. En este discurso (dado desde uno de los balcones internos de la Casa Rosada ante la presencia numerosa de militantes pero sin gobernadores), una Cristina de discurso crispado y llevando a la máxima expresión su visión conspirativa confirmó su viaje a Cuba para este fin de semana y aprovechó para hacer una referencia elogiosa a Venezuela; esto tampoco es recrear confianza.
Los tiempos apremian y las medidas que toman desde el equipo económico tienen un impacto cada vez más efímero. Cuando el ingreso de dólares al país está restringido a la liquidación de exportadores desincentivados para hacerlo porque el turismo ha mermado considerablemente, la inversión extranjera directa es de las más bajas en la región y la fuga de capitales fue permanente durante el kirchnerismo, estamos claramente ante un problema de difícil solución que se sigue alimentado por un gobierno que no abandona su indudable inclinación hacia políticas que llevan al país hacia el colapso económico.