Deskirchnerizar, una batalla cultural

Alexander Martín Güvenel

Cambiemos, y en alguna medida gran parte de la propia sociedad argentina, va en busca de la deskirchnerización del país. En esa dirección apuntó el inicio del discurso de Mauricio Macri en su primer año de apertura de sesiones ante la Asamblea Legislativa del Congreso Nacional. Las famosas especulaciones acerca de la conveniencia o no de hacer un pase de facturas al kirchnerismo quedaron sepultadas este 1M. El desafío era congeniar la necesaria clarificación de la pesada herencia recibida en materia fiscal, monetaria, institucional y social con la posibilidad de entusiasmar a  los ciudadanos a través de esa retórica tan habitual en el PRO, y fundamentalmente en Mauricio Macri, que busca despertar la iniciativa y el empuje individual en la búsqueda de los objetivos anhelados.

Para algunos, el Presidente fue demasiado breve en el racconto de la herencia, aunque prometió un informe posterior de cada área del Estado. Difícil será que éstos puedan suscitar igual atención que el discurso. Tampoco genera el mismo impacto apelar a la apertura de dependencias públicas para que los medios de prensa más importantes documenten el estado calamitoso en que el gobierno de Cambiemos recibió la administración pública.

Como era de prever, el sector K (ya no tiene sentido hablar de kirchnerismo duro o blando, dado que estos últimos han abandonado un barco que se hunde con varios ex funcionarios procesados, otros citados a declarar y algunos más a punto de hacerlo) recibió al Presidente de manera hostil, con carteles de diverso tipo -algunos tan insólitos que pretendían culpar a la nueva administración por la inflación- quisieron dejar su impronta como feroces opositores. Esto permitió diferenciar de manera clara y muy visual a los dos sectores que hasta hace apenas unos meses acataban –juntos- las férreas directrices de la ex presidente Cristina Kirchner. Esta situación, sumada a los intempestivos gritos en pleno discurso, le dieron a la alocución presidencial un tono épico y emotivo que difícilmente podría generar un Mauricio Macri poco dotado en materia de oratoria y ayudaron a solidificar el heterogéneo bloque de Cambiemos. Mala jugada para el kirchnerismo residual.

El discurso tuvo una altísima aceptación social. Incluso entre muchos de quienes votaron otras opciones hay una real comprensión y un fuerte convencimiento de los errores garrafales cometidos durante los últimos años y la insensatez con la que se manejó el Estado durante el mandato de Cristina Kirchner. Hay también cierto agradecimiento hacia el gobierno de Cambiemos por la apertura informativa que, al menos en este primer momento, sirvió para correr el velo de un Estado opaco para el ciudadano. Los déficits de la gestión anterior, mostrados en la TV y publicados en los diarios, permiten tener una perspectiva que para todos los que alguna vez trabajamos en alguna dependencia estatal no es una novedad.

Sí deberían levantar alarmas las críticas surgidas a posteriori del discurso por parte del camaleónico Miguel Ángel Pichetto, presidente del bloque justicialista del Senado, dispuesto siempre a negociar y haciéndole habitualmente honor a Marx… Groucho claro. El gobierno sabe que con él se puede negociar, que es capaz de votar con igual “convicción’’ leyes contrapuestas, pero también sabe que debe entregar prendas de cambio. Seguramente está dispuesto a olvidar los pasajes más duros del discurso de Macri que también iban dirigidos a él y a la escribanía que comandó, pero será más exigente en cuanto a los recursos que sus aliados gobernadores necesitan.

Suele decirse en ambientes políticos que el gobierno de Cambiemos tiene que construir su propio relato. En ese sentido parece apropiado persistir acerca de la necesidad de que la nueva administración enfoque su discurso en lo importante de ser austeros en el manejo de los recursos del Estado; en explicar que la emisión monetaria es la causa de fondo de la inflación; en insistir en que la corrupción no es solamente un problema moral sino que afecta de manera directa las capacidades del Estado para hacerse cargo de sus funciones esenciales y que incrementa la presión impositiva sobre todos los ciudadanos; en explicar que la gestión de los recursos puesta en manos de quienes no tienen ni la voluntad ni la capacidad para hacerlos funcionar adecuadamente es nocivo para todos; en recalcar que el crecimiento del país y por ende el mayor bienestar no viene de la mano de inventar puestos de trabajo mal remunerados e improductivos; en convencer de que el buen clima de negocios ayuda a crear para el país más y mejor empleo; en machacar que la competitividad de un país no puede estar basada exclusivamente en un tipo de cambio favorable; en repetir en que el sector público debe ser un facilitador e impulsor de la iniciativa privada y no un obstáculo.