Por: Alfonso Prat-Gay
Los argentinos asistimos desde hace tiempo a una dicotomía cada vez más evidente en torno a nuestras circunstancias. Por un lado, “el relato” que define una fantasía. Por otro lado, la realidad que vivimos todos los días.
El relato está narrado por la presidente desde la cadena nacional, en estos días incluso violando la ley electoral, y pretende hacernos creer que nuestro país ha ganado una década; que prácticamente no quedan pobres ni indigentes; que los precios están estabilizados y la inflación no es un problema; que estamos en excelentes relaciones con el mundo; que creamos un modelo de crecimiento con inclusión; que debemos estar más que satisfechos con la política energética; que día a día los argentinos viajan en trenes más modernos y seguros; que se estimula la producción y el ahorro en pesos y que se respeta la libertad de prensa y la Constitución.
En la Argentina real, la de todos los días, el panorama es otro. Luego de 10 años de crecimiento hay una cuarto de la población bajo la línea de pobreza; producimos alimentos para 400 millones de habitantes y, sin embargo, cinco millones de argentinos indigentes no comen todos los días; la inflación erosiona los bolsillos de todos los habitantes y destruye el ahorro en pesos; vivimos sin estadísticas porque el INDEC ha sido capturado por la mentira; importamos energía por u$s 14.000 millones y en invierno falta el gas y en verano la luz; se expropia YPF en busca de la soberanía hidrocarburífera y luego se la entrega a la estadounidense Chevron, en un acuerdo con cláusulas desconocidas.
La Presidente manda expropiar Ciccone para encubrir a su vicepresidente, e interviene Papel Prensa y prohíbe los avisos de los supermercados para limitar la libertad de prensa y expresión. Al que opina que estas cosas son así, le envía la AFIP, mientras todos rezamos a diario para que no haya otro accidente ferroviario.
La única verdad es la realidad. Argentina hay una sola y es la que el relato intenta, pero ya no puede ocultar. Ha llegado el momento en que quienes gobiernan lo hagan de cara a los ciudadanos y para los ciudadanos. Las dicotomías entre relatos y realidades, así como la cultura de la corrupción, irán cediendo cuando tengamos un gobierno republicano, que obre en consecuencia, con la Constitución en la mano, con una gestión sana y decente y con el bienestar de todos como prioridad. Estamos ante una oportunidad de cambio. No la dejemos pasar.