Una de las tantas lecturas que se puede hacer del resultado de la última elección es aquella que dice que se inicia una nueva etapa en la Argentina. Más que una nueva etapa podría hablarse de una nueva dimensión que se va abriendo paso en el profundo entramado de nuestro cuerpo social que apunta cada vez más a lograr mayores cuotas de solidaridad, fraternidad, convivencia y pluralismo. Ése sería el mensaje cuestionador de vastos sectores que el domingo concurrieron confiados a ponerse en la fila de la esperanza. Ya no quieren que sus vidas transcurran en medio del actual estado de las cosas. Si esa lectura es correcta, el destinatario principal de las objeciones sería el gobierno nacional. Eso se llama pérdida de capital político.
Que un gobierno puede revertir en dos años una situación así de complicada, claro que puede. De ello hay innumerables ejemplos tanto aquí como en el exterior. Pero para ello deberá entender que el mensaje de las urnas no fue para que el elenco oficialista festejara como un conjunto de títeres grotescos amontonados allí por una mano impiadosa. Si algún ciudadano quiso enviar un aviso de alerta, en medio de la ronda del mate mañanero ya debe estar analizando que ese mensaje no llegó. Otra decepción.
Por otra parte, en importantes pasillos donde se mueven las decisiones vinculadas con las empresas y las finanzas, los analistas están llegando a una conclusión: los números de la economía real no cierran por ninguna parte y vamos en camino de un desbarajuste mayor. En esto coinciden tanto los que quieren a la Argentina, como aquellos que no quieren a la Argentina. Adentro y afuera hay personajes despreciables que sólo les importa defender sus intereses.
Nos encontramos pues en un escenario donde conviven la pérdida de capital político y una economía desorganizada por experiencias irresponsables y reyertas de cortesanos.
En el invierno de 1890 el gobierno de Miguel Juárez Celman, acosado por una crisis económica y política debió renunciar a su mandato. Raúl Alfonsín también se alejó precipitadamente del Poder Ejecutivo en julio de 1989 envuelto en la hiperinflación y sus efectos dramáticos, como los asaltos y saqueos a supermercados. Alfonsín había llegado al Gobierno con una aplastante mayoría de votos. Posteriormente le ocurrió otro tanto al radical Fernando de la Rúa. Falto de apoyo político tuvo que renunciar en medio de reclamos populares generalizados cuya represión ocasionó muchos muertos. Ocurrió a fines de 2001. Sólo había alcanzado a gobernar un par de años. Todos ellos fueron víctimas de una conjunción de elementos negativos: serios problemas con la economía y problemas en aumento en el terreno de la política.