Por: Andrés Domínguez
La baja de precios de las commodities en general y en particular la caída del valor de la soja, que perforó en el mercado mundial los US$350 por tonelada, generó un shock en Argentina, encendiendo todas las alarmas, no sólo las del campo. A estos valores, con el tipo de cambio en torno a los $8,50 por dólar, la presión fiscal, los costos internos, la inflación y la falta de previsibilidad actual, prácticamente ninguna de las actividades agrícolas darán este año rentabilidad a los productores. En el caso de la soja, sólo con buen clima, buenos campos y rendimientos superiores al promedio la producción podrá ser negocio. La baja de precios y los problemas propios de Argentina hacen que buena parte de la campaña agrícola argentina 2014/2015 sea encarada con pocas o nulas perspectivas de rentabilidad. Muchos productores dudan respecto a que sembrar. ¿Dónde quedó la renta extraordinaria de la que tanto se habló estos años? ¿Se acabó la década dorada de la soja?
En la última década, la soja fue protagonista de un verdadero boom; aunque maltratada y vilipendiada, muchos fueron beneficiarios de ese boom, incluyendo algunos de sus críticos. Se dijo que la soja es “un yuyo”, que es mala por ser transgénica, que nos llevaba al monocultivo y a la degradación del ambiente. No faltaron también acusaciones a los sojeros de “esconder” la soja, una actividad de negocio que sería normal en cualquier otro rubro, pero que en este sector parece cercana a la conspiración o al golpismo.
Lo que no quedó tan claro como debería, en el debate público, fue que la soja por ser genéticamente mejorada pudo expandirse con menor necesidad de agua y usando agroquímicos de mucho menor toxicidad, con claras mejoras para el manejo agrícola del medio ambiente; que brindó un nuevo insumo de proteínas para la alimentación de ganado, permitiendo mejorar el abastecimiento de carne y leche en el mercado interno; y que construyó el sector industrial procesador de aceite más moderno del mundo alrededor del puerto de Rosario. Tampoco se dijo que nadie está obligado a sembrar soja, ni a alquilar su campo a algún pool sojero que no esté comprometido con las buenas prácticas agrícolas. Si hubo una década de oro para la soja es porque miles de productores, contratistas, agrónomos y propietarios de campos encontraron que esa actividad era un gran negocio, y supieron usar la tecnología disponible para aprovecharlo.
Ellos no fueron los únicos en aprovechar la década dorada de la soja. Inversores ajenos a la agroindustria, que aportaron dinero a fideicomisos para diversificar sus inversiones en un país con pocas perspectivas de inversión y con un sistema financiero deficitario en estos temas, también obtuvieron ganancias. El beneficio fue para todos: los inversores tuvieron ganancias respetando la ley vigente y el sector agroindustrial pudo encontrar en ellos el financiamiento necesario para generar el boom que vivimos en esta década.
En los últimos tres años (2012, 2013 y 2014), el complejo sojero argentino exportó cada año por encima de 21.000 millones de dólares en poroto, pellets, harina, aceite y biodiesel. El aporte al estado nacional solamente en concepto de retenciones (derechos de exportación), es de casi 7.000 millones de dólares, sin contar los demás impuestos que tributa el sector como el resto de la economía (ganancias, IVA, cheque, naftas, inmobiliario, etc.) Los municipios también han sido beneficiados ya que en marzo de 2009 la Nación creó el Fondo Federal Solidario o Fondo Sojero para distribuir entre municipios 30% de lo que recauda por retenciones a la soja. Se suponía que el reparto iba a ser automático con los criterios de la coparticipación: en los hechos, el criterio imperante fue la arbitrariedad y el uso del dinero para alineamiento político directo de los intendentes con el poder central en Buenos Aires.
Hoy, en un contexto de fuerte demanda de dólares, con caída de reservas internacionales, apreciación del tipo de cambio real multilateral y caída de la demanda de pesos no podemos dejar de resaltar que durante esta década todos los años a mitad de año llegaron los llamados “agro-dólares”, en su mayoría de la soja. Durante toda la década el yuyo aportó ingresos fiscales y divisas. Más allá de la retórica anti-campo del gobierno nacional, y de la presentación discursiva del modelo de “matriz productiva diversificada”, la década de oro de la soja fue de la mano de la etapa de acumulación de poder kirchnerista. El sector sojero ha sido el aliado económico más relevante de las gestiones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, aún a pesar de los propios sojeros y del relato oficial.
¿Podemos decir a los invitados que la fiesta se está acabando? Hoy, la caída del precio de la soja es por una cuestión de oferta: todos los países productores han tenido buen clima y buen rendimiento, en especial Estados Unidos. Por otro lado, la demanda global sigue firme por cuestiones estructurales, aunque en esta coyuntura queda opacada por la oferta. La realidad es que la demanda no cayó, sino que sigue aumentando. El problema para esta campaña es que la tasa de crecimiento de la demanda es menor a la tasa de crecimiento de la oferta y esto acumula stocks, luego de un par de años de bajos stocks en Estados Unidos. Aun así, y aunque se verificó una fuerte baja en la soja respecto a los últimos tiempos, todos los estudios de largo plazo concuerdan en que las materias primas en general y la soja en particular se encuentran en precios mayores a sus precios históricos promedio; además, se espera que el promedio de precios de la próxima década sea mayor que el de los últimos 10 años. Los mismos estudios también preanuncian mayor volatilidad: veremos precios promedio altos, pero con picos y caídas relativamente importantes en el corto plazo. Para ponerlo en perspectiva histórica, cabe recordar que cuando De la Rúa dejó la presidencia en 2001 la soja valía menos de US$200 por tonelada. En mayo de 2003, al iniciarse el ciclo kirchnerista, ya había aumentado a US$300. Desde 2007 hasta hace unas semanas los precios se mantuvieron en niveles de US$400 por tonelada, con varios momentos por encima de los US$500 y un record histórico de US$ 650 en 2012. Es verdad que los actuales US$350 tienen “gusto a poco”, pero es innegable que en la comparación histórica no son precios mínimos ni mucho menos.
Si en Argentina 2014 discutimos la rentabilidad de la cosecha agropecuaria no es sólo por la baja del precio de los granos, sino porque esa baja se combina con una situación macroeconómica de recesión, inflación, debilidad fiscal y presupuestaria. Hoy, en lugar de análisis de productividad y agronómicos, el sector sojero sabe que la principal variable que explica la rentabilidad y viabilidad de los negocios agrícolas es el tipo de cambio, las expectativas sobre el tipo de cambio y las decisiones monetarias del gobierno nacional. El problema coyuntural de la agroindustria argentina reside en las distorsiones del mercado local, generadas por políticas equivocadas del gobierno y no en los precios internacionales.
A pesar de todo lo dicho, seguirá la tendencia a la sojización. Por un lado, el costo de las alternativas de siembra es aún mayor (todos los analistas coinciden, por ejemplo, en que la producción de maíz irá a perdida en esta coyuntura). Por otro lado, otros agronegocios potencialmente rentables dependen de la apertura o cierre de exportaciones que disponga de forma arbitraria y sin aviso el gobierno (son los casos del trigo, la leche y de la carne vacuna). Esperamos entonces para el año próximo, tal como para la campaña agrícola que termina, que los productores sigan con la soja empujados por falta de rentabilidad en cultivos alternativas y por los altos costos en dólares de los mismos. La situación es paradójica: con fuertes caídas de precios y soja demonizada tendremos en esta campaña otra producción cerca o por encima del record argentino de 55 millones de toneladas.
La época dorada de la soja no tiene porqué finalizar: puede continuar y seguir trayendo beneficios a Argentina, fuera de prejuicios y visiones que no tiene que ver con la realidad. En terrenos como el alimento de animales, el biodiesel o el uso de polímeros de soja para nuevos destinos (como plásticos), la soja aún puede crecer más, se puede invertir en industria y extender la cadena de valor. El precio actual no es el mejor, es verdad, pero si Argentina cambia sus políticas, tenemos todo para extender la década dorada de la soja por varios años más.
Argentina es un país de paradojas y de ciclos históricos con límites difusos, y el complejo sojero ayuda a explicar algunas de las situaciones que hemos vivido en la última década: la década dorada de la soja. Si estas paradojas se resuelven, la agroindustria puede retomar su papel de motor del desarrollo argentino y como fuente de divisas; en caso contrario, seguiremos pendientes, calculadora en mano, de precios internacionales combinados con tipo de cambio local, tal como estamos en este final de 2014.