Optimista por naturaleza, enfrento este domingo electoral con cierto escepticismo. Esperaba que estas elecciones tuvieran otro gesto, otras convicciones, algo cercano a la belleza. En cambio son las PASO un parche puesto al aire: la vida institucional de los partidos políticos no existe, los afiliados no deciden nada y puesta la ciudadanía en la obligación de votar el cuarto oscuro es más oscuro que nunca. Pensé que la veda iba a caerme como un bálsamo, pero no.
Como buscando alivio me puse a pensar en momentos sublimes, gestos que me hayan conmovido, al fin de cuentas el domingo es un día bíblico –incluso para un ateo como yo-, un día de gracias para quienes con su ejemplo nos alientan a intentar ser mejores. Así por mero orden de aparición, surgió esta pequeña muestra de orgullos argentinos.
1) TANGO. Cierta noche en Café Homero cantaba Rubén Juárez y por un error organizativo no hubo ninguna publicidad. A la hora del show apenas había cinco personas distribuidas en dos mesas. Muchos hubieran cancelado la función, porque había más músicos en el escenario que público; pero no el Negro. Dio el show, completo, acaso la mejor presentación que hizo jamás. Esas cinco personas estaban maravilladas, de pie pidieron otra y la obtuvieron. Al cierre del bis, sudando mares, Juárez agradeció los aplausos con una sonrisa de plenitud que proclamaba que el tango se ama haciendo tangos.
2) NEWBERY’S. El 15 de setiembre de 2009, cuando el paso de la patrulla acrobática francesa por el cielo de Buenos Aires, andaba por Tribunales y elevé al cielo una mirada en homenaje a los Mirage de la Fuerza Aérea Argentina y los Super Etendard de la Armada que combatieron en Malvinas. También recordé los óleos pintados por Exequiel Martínez y la carta que el As francés de la Segunda Guerra Mundial Pierre Clostermann dedicó a los pilotos argentinos: “A pesar de las condiciones atmosféricas más terribles que puedan encontrarse en el planeta, con una reserva de apenas pocos minutos de combustible en los tanques de nafta, al límite extremo de vuestros aparatos, habéis partido en medio de la tempestad en vuestros Mirage, vuestros Etendard, vuestros A-4, vuestros Pucará con escarapelas azules y blancas. A pesar de los dispositivos de defensa antiaérea y de los SAM de buques de guerra poderosos, alertados con mucha anticipación por los AWACS y los satélites norteamericanos, habéis arremetido sin vacilar“. En cosas como esas se basa el orgullo de ser argentino.
3) LAVALLE. Simón Bolívar borracho de gloria, en la Quito del 16 de junio de 1822, entre profusas libaciones camina sobre la mesa pateando platos y copas, risas obsecuentes festejan sus palabras cuando promete que “llegará el día en que pasearé mi pabellón triunfante hasta el suelo argentino”. Y ahí, pues, un Lavalle. De pie, alzando el mentón y afirmando la voz para decir que el Himno escrito en 1813 por Vicente López daba cuenta de la libertad argentina y que no necesitábamos que nadie más que nosotros velara por nuestra independencia. “¡Estoy habituado a fusilar generales insubordinados!”, gritó encolerizado Bolívar. Y Juan Galo Lavalle, sin bajar la mirada ni el tono de voz, mientras la diestra dejaba asomar suavemente el filo de su sable corvo de granadero, replicó altanero, con esa arrogancia tan propia de los argentinos: “Esos generales no habrán tenido una espada como esta”.
4) MI PRESIDENTE. Roque Sáenz Peña, en palabras de Octavio R. Amadeo: “Dignificó la ciudadanía, curó con su mano la parálisis de la abstención. Oyó la hora del sufragio. Sabía que no era un fin, pero que no se llega si no se puede pasar. Hizo la revolución contra la revolución, la desarmó y avergonzó. Vino a conducir, no a seducir. Venció la duda. ‘A veces me parece percibir la duda en los ojos de mis propios ministros’. Metió su fe como una espada. El pueblo estaba oxidado y apolillado; lo sacudió y lo sacó al sol. ‘Siento el coraje de la justicia’. Sólo podrán comprenderlo los que hayan sentido alguna vez en su corazón ‘el coraje de la justicia’” (Cien hombres que en cien años forjaron la Argentina, de Enrique Pinedo, Corregidor, 1994).
El orgullo de ser argentino es sentir en la sangre el coraje de la justicia, esforzarse por hacer las cosas lo mejor posible, en definitiva la suma de las pequeñas y cotidianas historias de quienes cantan emocionados el Oíd Mortales e intentan, con su mejor empeño, construir la Nación Argentina; es la voz de Hermindo Luna gritando “¡Acá no se rinde nadie!”.