De Agustín Rossi a Juan Gelman, en el país de los boludos

Ariel Corbat

Mientras el ministro de Defensa, cargo que ocupa Agustín Rossi, dedicaba su tiempo a buscar biblioratos de la vieja dictadura, nuestros vetustos aviones quedaban fuera del operativo Cruzex 2013, en Brasil, por motivos administrativos.

Esto da lugar a la paradoja de Agustín Rossi: quien exhibe biblioratos como logro es un inútil por razones administrativas.

Sigue Rossi la huella trazada por Arturo Puricelli para mantener al país en absoluta indefensión. Así, no solamente no somos amenaza para el enemigo inglés, que ocupa parte del territorio nacional por la fuerza militar, sino que nuestro material bélico debe hacer descostillar de la risa a los analistas de cualquier país que nos contemplen entre sus hipótesis de conflicto, pues claramente el país no tiene otra política de Defensa que la pasiva aceptación del deterioro.

Si en Venezuela el dudoso presidente Maduro demuestra cada día que la idiotez nunca toca fondo, los argentinos no estamos en condiciones de reírnos de la desgracia ajena porque no nos es tan ajena. Hacia allá vamos.

Viéndolo a Rossi hacer su show del tren fantasma recordé que, en el marco del Sexto Congreso de la Lengua Española que se realizó en Panamá, el diario El País de España pidió a distintas personalidades de las letras que identificaran a sus países con una sola palabra. Además se lo pidió a Juan Gelman, quien acertó en señalar a la palabra “boludo” como la que mejor define a la República Argentina, argumentando para ello que ”es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.

Hay que reconocer las verdades cuando se dicen, sin importar que las diga un personaje siniestro como Gelman.

Ciertamente la citada expresión, que es sinónimo de poco avispado, distraído o simplemente imbécil, se ha impuesto brutalmente en el habla coloquial de los argentinos durante la última década. Acompañando la caída del nivel educacional y cultural del país, en el estrecho léxico de los adolescentes la palabra “boludo” se reitera hasta el hartazgo en la construcción de cualquier frase. Así no sólo mitigó su carácter agraviante, pasando a ser casi afectivo cuando no directamente sinónimo de “vos” y signo distintivo de la condición de argentino, sino que también pasó al lenguaje de los adultos.

Ese paso al vocabulario de los mayores evidencia una cultura débil que se desintegra, como rendidos ante la evidencia, doblegándose acaso ante la acción destructiva de una política que ataca sin descanso la historia y la identidad de los argentinos como Nación.

Siguiendo el cauce en el que ha caído y gobernada desde la mentira, la República Argentina va camino a ser “territorio boludo”. Hay que serlo, y mucho, para  Guillermo Moreno mediante hacer del orgulloso granero del mundo un país en el que escasea el trigo. Tanto la convaleciente presidente (no “presidenta”) Cristina Fernández, principal responsable de este descalabro, como el vicepresidente Amado Boudou o cualquiera de los ministros del Gabinete nacional, generaron infinidad de bochornos dejando al descubierto la “boludez” reinante. Y por cierto, nada indica que vayan a parar la producción.

Boludez es que la prensa llame poeta o escritor a Juan Gelman, un miserable apologista de Montoneros que todavía en 1978, como libretista del filme “Resistir“, seguía reclutando carne de cañón para los delirios sangrientos de Mario Eduardo Firmenich.

Boludez es que nos vendan derechos humanos con crímenes de lesa humanidad y el montonero Gelman pase por víctima en lugar de victimario. País de boludos, sin duda.

 

ESE “POETA”

Ah. El poeta…

Del rostro compungido

y mustios bigotones.

Sí, el poeta.

Con todos sus galardones,

el dolor de la derrota

y el pasado de traiciones.

Al muro de sus lamentos

le faltan las verdades

y le sobran los ladrillos.

Ah. El poeta…

Sí, el poeta.

Que lo aplaudan…

Que lo premien…

Que son las sogas

que venden los burgueses.

¿Y qué verso valió la pena

del drama que escenifica?

Si no son más que palabras,

mamarrachos en tinta

sobre baldosas de sangre

que a cada paso salpican.

Ah. El poeta…

Sí, el poeta.

Sembrador de odios

disparando letras

en la noche eterna

donde van las sombras

de las guerrillas muertas.

Ah. El poeta…

Sí, el poeta.