Por: Bjørn Lomborg
Hay un enorme foco puesto ahora en las políticas de la COP 21 que se celebra en París. ¿Los países pobres obtendrán la ayuda climática que quieren? ¿China acordará reducir su crecimiento, dejará a millones de personas más en la pobreza al comprometerse a reducciones de carbono de largo alcance? ¿Cuál será el tenor del tratado emergente?
Es fácil volverse cínico. En lugar de eso, demos un paso atrás y formulemos una pregunta mucho más interesante: ¿Qué haría falta para que París tenga éxito? Con esto no quiero decir que los delegados logren firmar algún tipo de tratado. Quiero decir: ¿Qué haría falta para que París tenga un verdadero impacto en el cambio climático?
La investigación sugiere que la iniciativa de política climática sobre la cual se basaría un tratado efectivo sería una de la que hemos escuchado muy poco acá en París: un masivo esfuerzo de investigación y desarrollo (I+D) para hacer la energía verde más barata.
Durante veinte años hemos insistido en tratar de resolver el cambio climático mediante el apoyo a la producción de energía, principalmente solar y eólica. El problema con este enfoque es que pone el carro delante del caballo. Las tecnologías verdes aún no están maduras y aún no son competitivas, pero insistimos en promoverlas al mundo.
En lugar de aplicar subsidios a la producción, los Gobiernos deberían centrarse en hacer que la energía renovable sea más barata y competitiva a través de la investigación y el desarrollo. Una vez que el precio de la energía verde se haya innovado por debajo del precio de los combustibles fósiles, todo el mundo querrá adoptarla.
Este simple mensaje ha sido rechazado durante mucho tiempo como una herejía —se me ha etiquetado de “negador climático” y todo tipo de adjetivos para cuestionar el enfoque del status quo. Pero las cosas están mejorando. Ayer, Bill Gates, junto con China, India y los Estados Unidos, prometió un fondo multimillonario para I+D verde. Y The Economist esta semana destacó que la principal solución al cambio climático era la innovación. Más aún, un número de prominentes investigadores británicos y personas de negocios sugirieron un enfoque mucho mayor en investigación y desarrollo verde a través de un Programa Apolo para la energía renovable. Lleva el nombre del programa espacial estadounidense que aterrizó al primer hombre sobre la Luna, porque así como un apoyo masivo para la investigación y el desarrollo nos llevó a la Luna, el objetivo es que un enfoque masivo en investigación y desarrollo verde haga que las formas de energía amigables con el clima sean competitivas.
Los promotores del proyecto sugirieron específicamente que un 0,02% anual del PBI se destine a investigación y desarrollo verde. Incluso el hombre detrás del famoso Informe Stern, Nicholas Stern, quien en el pasado fue el responsable de promocionar un enfoque muy estrecho sobre los subsidios a la producción, es uno de los patrocinadores de la propuesta.
Esta es una gran noticia. Y es precisamente lo que el Copenhagen Consensus y yo hemos sostenido durante más de ocho años.
Durante el proyecto del Copenhagen Consensus sobre el Clima, 28 economistas climáticos y un panel de expertos, entre ellos tres premios Nobel, hallaron que la mejor estrategia climática a largo plazo era aumentar drásticamente la inversión en I+D verde. Así, cada dólar gastado en I+D verde se volvía cien veces más eficiente para evitar el daño climático que invertir en la tecnología de energía solar y eólica ineficiente de hoy.
Hay otros componentes que hacen a un tratado climático exitoso —como la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles. Pero una cosa es cierta: no vamos a hacer una exitosa mella en el aumento de la temperatura hasta que resolvamos el reto tecnológico. De esto debería tratarse la conversación en París.