Tiempo, educación y cultura

Carlos Alberto Díaz

Desde hace más de diez años -llevamos varias décadas- nuestro pueblo, nuestras familias, experimentan una gran desilusión por el sin sentido de la misma educación. La formación de los directivos, de los profesores y maestros tiene como “tronco común” de este proceso educativo general, de su fundamentación y de la cultura vigente, la ideologización de lo educativo. Se entiende por ideologización una desvinculación con la realidad desde el punto de vista gnoseológico y práctico que afecta la formación intelectual y, por lo tanto, el sentido común en el trato personal educativo. Esta ideologización de lo educativo exhibe, en los diversos centros de formación docente, maestros de esta ideologización que, por supuesto, influyen en los futuros educadores y en la actividad áulica de nuestras escuelas.

¿Qué ribetes muestra la ideologización de lo educativo? Los síntomas están a la vista: con un camuflaje aparentemente didáctico y ediciones de libros que llegan a las diversas jurisdicciones, se expone a los alumnos -niños, adolescentes y jóvenes- a la desvalorización de la vida y del amor, a considerar el conflicto como esencia de la historia, a proponer contenidos con lenguaje chabacano descendiendo a la promoción de lo vulgar y lo promiscuo.

Los ejemplos de esta situación son variados y abarcan el problema del lenguaje, de los contenidos y de las propuestas. Baste mencionar un libro de la asignatura “Construcción ciudadana” -solamente el nombre merecería una reflexión sobre su orientación antropológica-, donde aparecen imágenes de violencia impulsadas por diversos grupos o movimientos, grafitis con el mismo sentido, recortes periodísticos y, todo su conjunto, sin ningún comentario orientador, o que avance a la propia formación del juicio crítico ante las diversas realidades que se presentan.

Las afirmaciones precedentes no niegan los avances y esfuerzos de tantos para que en nuestro querido país llegue la educación a todos. Entre otras cosas se deben destacar las iniciativas públicas y privadas para el acceso a las nuevas tecnologías abriéndonos a las iniciativas contemporáneas. Pero preocupa en la política y legislación argentina en materia educativa la verificación de una línea histórico-ideológica con una carencia de supuestos filosóficos. Se ha producido un viraje de una rica trayectoria de tres siglos que ha sido esencial para la, todavía no consolidada, educación argentina.

Todo esto hace que se haya perdido la confianza en la educación. En lugar de una ideologización de la educación, nuestros gobernantes y educadores deberían preguntarse: ¿Qué es el hombre? La educación, mejor aún, el educador ¿escucha el grito del hombre de hoy? ¿Se detiene para saber quién es y qué quiere? Desde ahí tienen que formarse y formar a los futuros ciudadanos que serán nuestros líderes del mañana.

De nuestra tierra argentina, a lo largo de su historia, han surgido y continúan surgiendo líderes, lo cual habla bastante bien de nuestra educación pero pretendemos más y mejor.

Esto ya indica la necesidad de un liderazgo que inicie un proceso hacia un ideal educativo, retomando aquellas orientaciones que siempre han facilitado el alcance de los fines elevados de la existencia humana. Si la cultura hace la Nación, en una perspectiva de futuro, el liderazgo educativo debe anular la construcción ideológica y acrisolar el debate cultural para una historia digna del hombre.