Por: Carlos De Angelis
El camino a las PASO ha mostrado ser uno muy intrincado y con muchos baches. En sí y para sí, como le hubiera gustado decir a Hegel.
En los seis meses que pasaron entre diciembre de 2014 y agosto de 2015 los tres principales candidatos, Sergio Massa, Mauricio Macri y Daniel Scioli, han tenido su oportunidad de liderar la carrera presidencial. Cada uno utilizó de diferente forma ese capital político transitorio.
Sin embargo, a su tiempo, ni Massa ni Macri pudieron o quisieron aprovechar la ventana de oportunidad que les abría para establecer un liderazgo para subsumir tras de sí al resto del arco político no kirchnerista, mientras que Scioli, contra muchos pronósticos, es finalmente el sucesor de doce años de Gobierno K.
Massa lideró las encuestas todo el año 2014. Esa ventaja importante la utilizó para construir un espacio, cuya estrategia principal se basó en cooptar intendentes del conurbano bonaerense, sin entender las características políticas y personales de esos actores ni las consecuencias de esa alianza débil, mal vista por los sectores medios que lo habían acompañado en las elecciones de 2013.
Así fue que Massa armó una ronda con cinco, seis (o más) candidatos a gobernadores a la provincia de Buenos Aires y mientras, con aires patriarcales, planteaba que “todos compitieran en las PASO”. Allí mismo, al verse no ser el elegido, muchos comenzaron a hacer las valijas para retornar al kirchnerismo, y Massa se quedó finalmente con Felipe Solá, a ciencia cierta un “tapado”, que en otro contexto podría haber sido un protagonista de primer nivel.
Para finalizar, se debe reconocer que el éxodo masivo que soportara el Frente Renovador entre abril y mayo de 2015 no tiene muchos precedentes, y hubiera hecho “tirar la toalla” a muchos candidatos. En forma paradójica, ir a las PASO con José Manuel de la Sota le otorgará una energía adicional para llegar a las generales de octubre.
Desde el macrismo las cosas no han sido más claras. Por una serie de situaciones, Macri fue el principal beneficiado del lamentable caso Nisman. La trágica muerte del fiscal ocurrida el 18 de enero del presente año sumergió en un profundo desconcierto al Gobierno nacional, situación que se extendió por dos largos meses. A partir de allí, el futuro ex jefe de Gobierno porteño alcanzó la cima de la intención de voto en ese mundo paralelo que son las encuestas. Utilizó ese impulso para acordar con Elisa Carrió y con el radicalismo encabezado por Ernesto Sanz.
Si el radicalismo, en perpetuo declive, le podía aportar la estructura territorial nacional que el PRO visiblemente no tenía, no era clara la contribución de Carrió, excepto no tenerla en la vereda de enfrente tirándole piedras. También la elección de su vicepresidente se transformó en una telenovela, sobre todo por la decisión de fórmula pura, es decir 100 % porteña, con la extraña presunción de que la elección presidencial estaba medianamente resuelta. La voz de los micromundos suelen ser poderosa.
Finalmente, la dificultad inesperada de su “némesis” Martín Lousteau en el ballotage de una elección en la ciudad de Buenos Aires que se descontaba ganada, provocó un viraje hacia la izquierda en sus posiciones no menores, como sostener que las empresas estatizadas por el kirchnerismo en su hipotético Gobierno seguirían dentro de la órbita del Estado nacional. Si ese cambio lo benefició o no, se comenzará a percibir el domingo a la noche con la apertura de las urnas.
Sin elección de por medio, la definición de las candidaturas con que competirían las fuerzas políticas en las primarias resultó un bálsamo para la carrera presidencial y puso a Scioli al frente de la intención de voto. La definición en el gobernante Frente para la Victoria (FPV) de la fórmula presidencial con Carlos Zannini puso nuevamente a Cristina F. de Kirchner al frente de la iniciativa política, especialmente luego de que se difundiera su pedido a Florencio Randazzo (el competidor más fuerte de Scioli) para que aceptara su postulación en la provincia de Buenos Aires. A partir de ese momento, sucedió la “presidencialización” de Daniel Scioli, su viaje a Cuba, los permanentes comentarios sobre sus posibles ministros y sobre todo la enorme capacidad para mostrarse como jugando de local en todas las instancias, aunque todos observen que no es así.
Paradójicamente el eslabón más débil tomó forma en el territorio más propicio del peronismo (donde gobernó veintiocho años de los treinta y dos de democracia), la provincia de Buenos Aires. Allí, tras la negativa de Randazzo a competir en ese distrito, sí surgió una interna competitiva entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez, donde la presencia de los vices no es menor por lo que aportan, pero más aún por lo que simbolizan. Martín Sabbatella, exintendente de Morón, fue un outsider del sistema político bonaerense y hoy como titular del Afsca ocupa un lugar relevante en la estrategia del kirchnerismo contra el Grupo Clarín, mientras que Fernando Espinoza es el intendente nada menos que de La Matanza, donde vota casi un millón de personas. Las operaciones mediáticas durante la última semana de campaña poner en riesgo de daño estructural a todo el armado electoral nacional del FPV.
Contrariamente a lo que pueda parecer, la elección primaria del domingo 9 de agosto no constituye un puerto de llegada, sino el comienzo de unos muy largos tres meses hasta las generales de octubre, y sus resultados no serán en absoluto definitorios.