Por: Carlos Maslatón
La vida en Buenos Aires se ha tornado ruinosa. No es mi intención política criticar al gobierno municipal en este sentido, no me interesa y menos me agrada hacerlo. Pero es imposible viajar de un lugar a otro. Lo que antes demoraba 5 o 10 minutos ahora requiere 30, 40 o 60 minutos. Temo que esto no sea un fenómeno transitorio, producto de las obras que se realizan, sino que quede así, definitivamente.
Nunca compartí que las calles deban ser cerradas, al contrario creo que todas las calles deben ser abiertas a la circulación de autos y transportes. Las bicisendas carecen de toda proporción entre el beneficio que causan a muy pocos y el perjuicio que generan a muchos. Cuando hace dos años empezaron con esta política de clausura urbana advertí acerca del desastre que iba a sobrevenir. Pero recién ahora la mayoría puede ver que le han trabado la libertad de movimiento y lo que hace, por supuesto, es evitar viajar y preferir entonces la vida suburbana. Los efectos de esta política son además, en consecuencia, social y económicamente recesivos.
El agotamiento que genera el traslado de un lugar a otro de la ciudad deja marcas en la mente, persiste el recuerdo de que se trata de una tortura diaria y entonces las personas deciden eludir el sufrimiento y moverse lo menos posible de un lugar a otro. Es como se si se hubiesen implantado en la Capital Federal duras aduanas internas que tienen por fin impedir la libre circulación. Para colmo, los tachos de basura gigantes están mal colocados en las avenidas, da la impresión de que fueron tirados a la marchanta sin ningún criterio y éstos también afectan del mismo modo la libertad de movimiento.
Los diseños urbanísticos no pueden tener validez universal, porque las poblaciones y sus cantidades son diferentes en cada lugar del mundo. Copenhage (Dinamarca) o Estocolmo (Suecia) no sirven para Calcutta (India) ni para Buenos Aires (Argentina). Mi frustración es enorme, siento que nadie va a revertir este desastre.