Por: Carlos Mira
La demostración de hoy, 18A, será seguramente muy importante (esta nota se escribe horas antes de que se inicie). Se tratará de una condición necesaria pero no suficiente para el cambio. Hasta podría ser “innecesaria” si el país contara con lo “suficiente”.
¿Y qué es lo “suficiente”? Lo suficiente -y a la vez dramáticamente necesario- es una estructura de partidos políticos aptos para ofrecer una alternativa a la ciudadanía. La crisis de hace ya 12 años, cuyas consecuencias seguimos pagando, terminó con lo poco en pie que quedaba del sistema de partidos que son la base de la alternancia democrática.
Obviamente durante la década kirchnerista se ha hecho todo lo necesario para que ese desguace se profundice y se perfeccione como para que hoy no quede ninguna plataforma útil en donde los argentinos podamos pararnos para intentar una modificación democrática y sistémica del rumbo de colisión que llevamos.
Ese choque -lo hemos dicho ya varias veces- probablemente no tenga las características implosivas que hemos conocido en el pasado, sino que adquiera, justamente, los ribetes de un no-choque, es decir, el ingreso en una decadencia gris y definitiva hacia un ocaso intrascendente, marcado por la pobreza y las privaciones. Este será el resultado de 10 años de kikrchnerismo: la pérdida de una oportunidad histórica que probablemente no vuelva a repetirse.
Por eso la manifestación espontánea de la gente, el “basta” a una forma de atropello a la Constitución, a la instauración de un modo salvaje de vivir y de hacer política, necesita un cauce. Las calles lo brindan como las bujías se lo entregan al sistema de encendido de un auto. Pero ese fogonazo no arrancaría el motor, si sólo existieran las bujías. Es preciso contar con combustible y, por supuesto, con una máquina que luego mantenga el auto encendido y en marcha.
Todo eso nos falta. Contamos sólo con la chispa que puede poner en marcha el sistema, pero carecemos de sistema. La gente ya no aguanta la asfixia a la que la somete la extinción del derecho y del sistema de garantías constitucionales. Pero la política no es capaz de entregarle una fuerza razonable y una persona creíble para llevar adelante los reclamos de la sociedad.
Sobre estas flaquezas ha actuado el gobierno. Profundizándolas y aprovechándolas es que se ha enseñoreado en el poder sin que nadie le haga frente. Las fuerzas vivas de la sociedad han preferido el entongue subterráneo a la defensa de los derechos civiles y los partidos políticos han caído presa de dos “ismos” igualmente asesinos: el personalismo y el ideologismo.
Personas que no tienen perfiles antitéticos y que tranquilamente podrían sentarse a conversar para entregarle a la sociedad una alternativa viable han preferido privilegiar las personas de determinados “candidatos” en lugar de renunciar a esos vedetismos en beneficio del país. La Historia, si es justa, se acordará mal de ellos.
Ese egocentrismo favorecerá la egolatría más fuerte de todas: la de la presidente Cristina Fernández. La señora de Kirchner cree encarnar al Gobierno, por lo tanto al Estado, por lo tanto al pueblo. Está convencida de que el Pueblo es Ella. Por eso supone que la defensa de cualquier derecho individual implica un acto de sedición frente a la voluntad del colectivo, que ella encarna -bajo su solo arbitrio.
El vivir en ascuas, bajo la imprevisión de lo que a ella se le ocurra, es lo contrario de lo que el derecho le entregó a aquellas tierras que, por eso mismo, se volvieron civilizadas. Sólo el truco de entregar previsibilidad le permitió a la ley crear riqueza donde había miseria. Gracias a ese estúpido reconocimiento el mundo generó un nivel de vida en los últimos 400 años que multiplico “n” veces el que la humanidad había conocido en los 4000 anteriores.
Pero la señora de Kirchner y su conjunto de iluminados han decidido por sí y ante sí emprenderlas contra esos simples principios, bajo el argumento de que los pobres estarán mejor si ellos se convierten en amos y señores. Los pobres morirán pobres bajo este sistema y los ricos desaparecerán; ellos, físicamente, o sus fortunas, que, para el caso, es lo mismo.
Mientras la sociedad no encuentre un canal para encauzar lo que de repente se le ha revelado a millones (que el populismo, que el fascismo, que el autoritarismo nos están destruyendo) el esfuerzo callejero será encomiable, pero insuficiente. Los dueños del poder no se conmoverán por unos cientos de miles -quizás millones en todo el país- que caceroleen su bronca y su sentido de injusticia. Muchos de ellos incluso han sido parte de los incautos que han endosado a la presidente en las últimas elecciones. Y si bien es cierto que “más vale tarde que nunca” en aquella tarea de “darse cuenta”, lo cierto es que la gracia del asunto hubiera consistido en “darse cuenta” ANTES, no ahora cuando los resortes más íntimos del poder han sido alcanzados por una metástasis maléfica.
La oposición debe actuar rápidamente. Por una vez en la vida debería pensar en grande, archivar sus egos, y entregarle a la sociedad una esperanza. De lo contrario las banderas, los gritos y las presencias de la noche de hoy quedarán como un recuerdo hasta en cierto sentido inocente, en medio de tanta maldad.