¿El modelo de Conti es el modelo de los pobres?

Carlos Mira

 

¿Qué sentido tiene dividir el poder -como lo hace la Constitución- para después unificarlo nuevamente bajo el mando de quien gana las elecciones, como sostiene Diana Conti, la presidente la la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados?

¿Cuál es el objetivo que se propusieron los constituyentes al someter al país a un sofisticado sistema de elecciones de distintos funcionarios para distintos poderes si luego todos ellos deben alinearse detrás de lo que ordena un mandamás?, ¿por qué no elegir simplemente un mandamás? ¡Después de todo se trataría de un mandamás “democrático”!, ¡su origen popular no podría discutirse nunca, toda vez que ha sido elegido por la “voluntad mayoritaria”!

El país ahorraría una enorme suma de dinero al no tener que sostener una onerosa estructura pública que pasaría a ser reemplazada simplemente por la existencia de un Jefe Supremo que haría la ley, la ejecutaría y la juzgaría; todo por el mismo precio y a pedir de su sola voluntad.

Además el mundo es muy pródigo en antecedentes de ese estilo. Vivió durante miles de años bajo ese esquema. Esta historieta burguesa de la “división del poder” tiene apenas unos siglos de vida. La regla de la humanidad ha sido vivir bajo el dominio de un puño, no la horizontalidad del poder, ni  las garantías ciudadanas, ni la imparcialidad de la justicia. Todos esos son incordios que han venido a poner una cuña entre el poder y la libertad y que un verdadero líder debe saber voltear para enseñarle a todo el mundo cuántos pares son tres botas.

El fin de la república coincide con la elevación a la categoría de “ídolo” de un totem humano que debe concentrar todo el poder; en su mano quedará resumida la suerte de los ciudadanos. De sus caprichos y pasiones dependerán su vida, su fortuna y su futuro.

Ése es el pérfil que Conti quiere para el país. ¿Cómo hizo la diputada para obtener su título de abogada en una facultad de Derecho de la Argentina? Nadie puede responder esa pregunta, como tampoco nadie entiende el chiste que, quien niega la matriz nuclear de la Constitución, pueda ser la presidente la comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados . Se trata de uno más de los lujos que se da el país permitiendo que alguien que abiertamente admitió que “ser bueno y educado no sirve para nada” pueda desempeñar un cargo de preponderancia en el Congreso de la república.

Estos exabruptos de Conti no son otra cosa más que la demostración de que el gobierno ya actúa a cara descubierta sin que le importen las formas ni los escrúpulos.

Es la misma falta de vergüenza que demostró tener para conformar las nuevas cámaras de casación: todos esos tribunales nuevos serán cubiertos, por supuesto,  con jueces que sigan las órdenes de la presidente, pero al menos cubriendo las formas superficiales de la legalidad. Con una excepción: la Cámara de Casación Civil y Comercial, cuyos sillones serán llenados con conjueces designados a dedo de inmediato. Esa Cámara, salvo que una inconstitucionalidad dictada por la Corte la detenga, será la encargada de entender en el caso de la Ley de Medios recientemente resuelto en contra del gobierno por la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial. No se puede ser más burdo, enfrente de todos.

Sólo alguien con una certeza completa sobre su impunidad puede animarse a tanto. La grosería es demasiado profunda como para ser cometida por alguien que pudiera tener alguna duda sobre su suerte.

La presidente se cree dueña del país. El daño profundo que ha producido en su psiquis la borrachera de votos de octubre de 2011 le ha hecho perder todo el sentido de las proporciones. Cree verdaderamente que nadie puede oponerse a su voluntad suprema y está convencida de que su voluntad es la voluntad del pueblo. Es un pensamiento similar al que tenían los  reyes absolutos de la Edad Media cuando creían que su voluntad era la voluntad de Dios: Vox Cristina, vox populi, vox Dei.

De la mano de un servilismo legislativo sin precedentes,  la Argentina está retrocediendo 400 años en la evolución del Derecho.

Resulta francamente desopilante que el diputado Rossi haya tenido el coraje de llamar “fascista” a la convocatoria del pueblo para intentar evitar que se conviertan en ley los proyectos que consagran su esclavitud. Si hubiera vivido en 1789, Rossi habría llamado “fascistas” a quienes tomaron la Bastilla y “demócrata” a Luis XVI.

La Argentina debe salir de esta locura. Encumbrando a la categoría de dioses humanos a personas que no tienen otro interés que no sea el de enriquecerse personalmente (usando los recursos públicos para ello) y el de asegurarse un futuro de impunidad para disfrutar de su riqueza al margen de la ley, no saldrá de la pobreza y de la marginalidad.

Los pobres que crean ese tongo no harán otra cosa más que seguir anclados en la miseria. Fueron usados impunemente. Es hora de que descubran la estafa a la que los sometieron y que reaccionen frente a los que no tuvieron miramientos en usarlos como moneda de cambio y como elemento de división social.

Es hora de que descubran que la confrontación y la discordia también eran parte del gran negocio de quedarse con todo y que ellos fueron las fichas de un juego de crispación que sólo sirvió para llenar de oro los bolsillos de unos pocos, y a ellos dejarlos donde siempre estuvieron: en esa miseria tan conveniente para que los demagogos se vuelvan millonarios mientras los pobres siguen mordiendo el polvo de las privaciones.