Por: Carlos Mira
La presidente cree que jugar sarcasmos irónicos contra una idea torna verdadera a su contraria. Son los percances de la ceguera.
En su catarata habitual de tuits (en donde -dicho sea sea de paso- utiliza un vocabulario que no le va con la edad, que le queda mal, que la desubica sin ventaja aparente) es ya un clásico su “sorry, Fukuyama”, en referencia al filósofo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama que en 1993 en su histórico libro The End of History and the Last Man vaticinó lo que muchos entendieron como “el fin de la historia”, pero que en realidad era la confirmación de que la discusión sobre los modelos sociales de la humanidad estaba terminada. La presidente cada vez que cree tener un argumento en su contra (no sabemos realmente si leyó su libro) termina su frase tuitera con su “sorry Fukuyama”.
Sin embargo, a pesar de esas aparentes “gastadas”, la “historia” no ha hecho otra cosa más que darle la razón al norteamericano, toda vez que el principio rector de su tesis (que el hombre nace libre y con un conjunto de derechos naturales inmanentes cuyo ejercicio responsable genera el progreso humano, la estabilidad social y la alternancia política democrática) ha sido el que el mundo no sólo probó como eficiente sino que demostró ser el único capaz de dar al mismo tiempo paz y desarrollo.
El razonamiento de Fukuyama debe producir escozor en la presidente porque su base de pensamiento es escencialemente antimística, antiépica y antimesiánica. Cualquiera que abrace un pensamiento mágico y que apueste su éxito a misticismos basados en creencias populistas obviamente estará en las antípodas de Fukuyama.
Los grandes países del planeta han adscripto a la tesis del “fin de la historia”: en materia de ideas ya no es concebible discutir el concepto de que el progreso y la democracia dependen de la libertad individual y no del poder del Estado. Se trata de una especie de satanismo para la señora de Kirchner que cree que por tirar acideces por Twitter transformará en verdadero su propio pensamiento y en eficiente a su modelo.
Sin pretender extrapolar una comparación, quizás hayan sido el marxismo leninista sovietico y el nazismo alemán quienes hayan planteado un desafío frontal a la idea que Fukuyama describe como finalmente triunfante, esto es, la democracia capitalista liberal.
Todos sabemos cómo terminó la URSS, dando lástima y cayéndose a pedazos, sin ser capaz de producir una docena de huevos en tiempo y forma para un pueblo muerto de hambre.
Pero quizás sea el fenómeno del nazismo, contrastado con la Alemania actual, el que entregue el más dramático ejemplo de la razón de Fukuyama y de lo escencialemente equivocada que vive la presidente.
Hitler llegó para anunciar un imperio de 1000 años, para anoticiar al mundo sobre la superioridad de una raza y para imponer la voluntad del Estado sobre cualquier disidencia. Era el triunfo del colectivismo, de la anulación del individuo como entidad libre y en gran medida como ser humano. El nazismo venía a imponer una máquina organizada compuesta por millones de engranajes, a los que, hasta su advenimiento, se los llamaba “hombres”. Nada se opondría a ese aplastante torrente. Todo sería de ese movimiento místico y universal que se quedaría con el dominio mundial.
Ese delirio terminó como una afrenta para la humanidad. Pero terminó como debía: con las locuras llevadas al extremo del disparate vencidas sin atenuantes.
Hoy Alemania, que se dio cuenta de que la historia había terminado mucho antes de que Fukuyama lo dictaminara, es el motor de Europa. Fiel a los conceptos básicos de la libertad, es un centro productor de trabajo que incluso debe convocar a los extranjeros para llenar la demanda de empleo que necesita para alimentar sus fabricas y empresas. Ingenieros, médicos, profesionales de information technology, enfermeros, expertos en la industria de la hospitalidad y el turismo, todos corren al suelo alemán para buscar un horizonte mejor para su futuro.
¡Parece mentira!: el país que perseguía la pureza de la raza hace 70 años le da hoy trabajo y progreso a media Europa. ¿Y cómo lo hizo? Muy simple: tirando al basurero más lejano las veleidades de un Estado absoluto y volviendo a las fuentes de lo que Fukuyama elevó al lugar de una verdad natural, esto es, que el hombre llega libre a este mundo y sólo el orden jurídico que le permita combinar ese estado con su condición gregaria es el único que puede garantizar una vida pacífica y económicamente abundante.
Esa discusión histórica, señora de Kirchner, está terminada. Mal que le pese a la presidente, Fukuyama tenía razón… Sorry, Cristina…
Los países que encumbran al Estado por encima del Derecho, de la ley, de la Constitución y de las libertades civiles de los hombres se caen a pedazos. Como la URSS, como el Tercer Reich.
Condenan a la pobreza a sus ciudadanos, los arrinconan en un mar de privaciones, los llevan de las narices, mientras pueden, a concentraciones donde pierden la dignidad de sus personas, donde se confunden en una masa informe cada vez mas pauperizada.
Mire su propia provincia, señora presidente. Convertida en una enorme villa miseria, corrompida y llena de gente sin esperanzas. Su modelo esta convirtiendo en eso al país entero.
Las ironías de la presidente en sus arranques tuiteros podrán llenar su horizonte de fantasías. Pero las fantasías son eso: fantasías. La realidad pasa muy lejos de sus sarcasmos. La realidad pasa por lo que hace 20 años aseguraba Francis Fukuyama: en materia de ideas la historia terminó. El tiempo y la creatividad humana sólo podrá agregarle matices a lo que no es un capricho humano sino un designio del Universo: el estado natural del ser humano es la libertad y sólo la organización social que logre asegurar el disfrute equilibrado de esa libertad puede entregarle paz, serenidad, progreso y nivel de vida a las personas. Todas las veleidades de que un líder mágico y absoluto será el proveedor de felicidad colectiva a partir de concentrar en su puño todo el poder han terminado hace rato en la historia. Lo que queda no son nuevos intentos de demostrar que eso es posible, sino simplemente terquedades cuyo precio es la miseria para todos… y todas.