Por: Carlos Mira
Fuente: Télam
En una tarde para la historia, el gobierno puso delante de los medios al llamado “equipo económico” (Moreno, Kicillof, Lorenzino, Marcó del Pont y Echegaray) para anunciar un blanqueo de “capitales” por el que el Estado entregará un bono a cambio de los dólares que la gente voluntariamente le quiera entregar para comprar sanidad fiscal e inmunidad judicial por fondos que hasta ese momento hayan estado fuera de la economía formal. Esta vez, incluso, no será como otras en que el blanqueo implicaba el pago de un impuesto bajo y simbólico: esta vez será el Estado el que, además de transformar en blanco el cpaital, pagará un interés por él.
Se trata, como mínimo, de las más llana admisión de que el gobierno no tiene un dólar y de que necesita irlos a buscar adonde sea, a como dé lugar.
Pero ésa es, con todo y aunque verdadera, la más inocente de las conclusiones. El gobierno de la señora de Kirchner ha decidido salir a presentar públicamente esta idea en medio de la más formidable sospecha de corrupción y de lavado de dinero proveniente de la corrupción pública y de los amigos del poder que jamás haya conocido la Argentina.
En medio de las declaraciones de testigos que aseguran que en la casa presidencial hay bóvedas enormes con dinero en efectivo y hasta lingotes de oro; cuando personas que han estado encumbradas en el poder aseguran haber visto bolsones de dinero circulando por el palacio presidencial, la quinta de Olivos y el Calafate, el gobierno no tiene mejor idea que lanzar un “blanqueo”. Un sainete de Vacarezza no lo habría hecho mejor.
Como si todo esto fuera poco, el viceministro de economía -el enamorado de sí mismo Axel Kicillof- aseguró que “estamos en un momento de gran disponibilidad de dolares”. Pero, perdón, ¿y entonces para qué todo este circo?, ¿cuál es el interés de que la gente se presente para blanquear su dinero?, ¿a qué gente está dirigida esta medida?
Y luego, claro está, aparece el componente fantástico de la idea, siempre presente en las iniciativas oficiales. Creer que en este contexto en donde el país está a punto de quedarse sin jueces independientes y en donde la Justicia será manejada completamente por el gobierno; en donde los fiscales que investigan la corrupción son atacados por su jefa, la Procuradora Gils Carbó; en el que no hay una sola actividad atractiva; en donde las libertades básicas -como por ejemplo la de entrar y salir libremente del territorio- están severamente restringidas; en donde existe un cepo -justamente- a la operación con divisas; en donde se mienten las estadísticas públicas; en donde su principal empresa (YPF) perdió el 75% de su valor accionario y además está en un limbo legal porque sus dueños anteriores reclaman una indemnización que el gobierno no está dispuesto a pagarle; en donde la inflación es la más alta del mundo occidental; en donde se ha perdido todo punto de contacto normal con el mundo civilizado; en donde una sentencia a favor de los holdouts puede dejarnos en cualquier momento dando vueltas en la órbita de los parias; en donde los aliados encumbrados del gobierno se alegran públicamente de que algunas actividades económicas se desploman el 50%; creer, una vez más, que en este escenario la gente se va a desprender de sus dólares físicos para entregárselos a un conjunto de extravagantes que no hace otra cosa que tirar piñas de ciego y manotazos de ahogado sin ningún rigor profesional y, muchas veces, simplemente como reacción estomacal a problemas de índole personal o ideológica, es, francamente, estar soñando.
¿Quién le daría hoy un dólar a Moreno?, ¿o a Kicillof?, ¿o a Echegaray, Marco del Pont o Lorenzino?
Pero en el fondo, el problema no es ése. El problema es que el gobierno crea que eso puede ocurrir. Porque si es así, si el gobierno cree efectivamente que la gente masivamente se lanzará a los bancos a comprarle su bono, entonces el país está en ante un escenario mucho peor del que se pensaba.
En efecto, llegar a la conclusión final, comprobada y definitiva de que estamos en manos de un conjunto de enajenados que se ha despegado completamente de la realidad y de que cree que es posible seguir sometiendo al paciente a experimentos de prueba y error sin el menor sentido profesional, agravará aun más la situación del blue y, por consiguiente, la fuga de divisas, el cierre de las inversiones y la parálisis económica.
Frente a este espectáculo la gente correrá aun más despavorida en busca del refugio que ofrece Benjamín Franklin. Lejos de desprenderse de esos oprobiosos billetes los atesorará con mayor cariño aún. Son su único gomón en medio de un buque conducido por aficionados.
Es hora que la presidente, si le importa más el país (y hasta diría si egoístamente le importa su propio gobierno) más que sus fobias, sus atavismos y sus prejuicios personales, aplique un cambio de rumbo muy fuerte a la dirección que ha decidido imprimirle hasta ahora.
Sin embargo el observador imparcial no puede ser muy optimista respecto de esas posibilidades. Mientras todo esto sucede, el Senado aprobó el proyecto modificado en Diputados para que los consejeros del Consejo de la Magistratura terminen respondiendo a las órdenes del presidente en todo lo que tenga que ver con el nombramiento y el despido de los jueces; Nicolas Maduro llegó al país para llenarnos de palabras bolivarianas, y la Procuradora Gils Carbó prepara una andanada para neutralizar la investigación por corrupción.
¿Será capaz la presidente que envió el proyecto de control total de la Justicia, la anfitriona de Maduro y la jefa directa de la soldado Carbó, de dar un triple mortal en el aire y cambiar de cuajo este rumbo para poner al país en una senda más o menos normal? Difícil.
Ella seguirá apostando a su visión maniquea de la vida en donde su inmensa bondad se topa con el accionar de los inescrupulosos de siempre cuya meta es hundir al gobierno nacional y popular que, a costa de girones de su propia vida, defiende los intereses del pueblo, lejos de la ostentación, de la riqueza y del delito.