Por: Carlos Mira
Vamos a suponer por un momento que la sentencia que emitió la presidente en febrero de 2012 en Rosario se cumple de cabo a rabo y el “ir por todo” se transforma en una realidad.
Vamos a suponer que el gobierno consolida su poder en el Ejecutivo, que sigue usando a su antojo al Congreso, que consigue su anhelada colonización del Poder Judicial, que se queda con el Consejo de la Magistratura, con el Ministerio Público, con todos los órganos de control administrativo, que consigue ahogar a todas las provincias disidentes y tumbar a los intendentes que se retoban.
Supongamos también que se queda con todos los diarios, los canales de televisión, las radios y las revistas de todo el país; que también logra la consagración del Partido Único (cuestión que ha tenido menos prensa hasta ahora pero en la que el gobierno sin duda está empeñado si le prestamos atención a las condiciones que ha puesto en la ley que modificó el sistema de elección de consejeros, en donde sólo pueden presentar los mismos candidatos aquellos partidos que tengan representación en 18 de los 24 distritos electorales) y que logra reformar la Constitución para reelegir eternamente a Cristina. Supongamos, en fin, que tiene todo.
Demos por terminada, en suma, esta lucha sin cuartel y proyectemos un futuro terminado en donde el gobierno ha impuesto su criterio en todo y ya no queda ningún límite por ser derribado. El gobierno es el amo y señor de la vida argentina, la señora de Kirchner impone su voluntad a diestra y siniestra; ella es suprema, no hay nada ni nadie por encima de su persona.
Muchas veces el empaste que genera el fragor de la batalla nubla el horizonte que quedará definido cuando esa lucha termine. Y por esa misma razón uno -y mucho menos los contendientes- no se detiene a pensar cómo serán los contornos prácticos del nuevo escenario. Pero cuando se alcanzan los extremos que estamos viendo hoy y los desequilibrios son tan groseros, las preguntas paradójicamente se simplifican. Se simplifican y se reducen.
Se reducen tanto como hasta quedar limitadas a unas pocas: ¿qué van a hacer con la gente que no piensa como ellos?, ¿qué van a hacer con los que a pesar de no tener jueces, diarios, fiscales, órganos de control, partidos, siguen pensado diferente al kirchnerismo?
Porque resulta una obviedad que exime de aportar toda evidencia que la gente piensa diferente una de la otra y que, más allá de que un eventual gobierno haya copado todos los resortes del poder, esos pensamientos que subyacen en los pliegues más íntimos del cerebro humano son impenetrables, incopables e inasibles por definición. La gente -¡oh sorpresa!- no piensa igual.
Entonces, cuando tengan todo, ¿qué harán con esa gente?, ¿los encarcelarán si de algún modo manifiestan su descontento o su disidencia?, ¿los harán desaparecer?, ¿los matarán?…
¿Qué harán?, ¿crearán un régimen legal para los propios y otro para los disidentes?, ¿iremos a una especie de apartheid jurídico en donde el que piense diferente no tendrá ni Justicia y al que se le aplicará una ley distinta?, ¿podrá esa gente seguir considerándose “argentina”?, ¿o serán una especie de parias en sus propias fronteras?
Las preguntas no son impertinentes porque no habría tenido sentido haber desalojado de todos los centros de poder a todos los que no pensaban como el kirchnerismo, si después se los va a dejar seguir manifestándose abiertamente en su contra.
¿Para qué, por ejemplo, quedarse con todos los medios periodísticos si los periodistas que no piensen igual que el gobierno van a poder seguir expresándose?, ¿por qué no los dejaron en donde estaban, entonces?
Y si este panorama de silencio y terror fuera efectivamente el que se dibuja en el horizonte, ¿cómo lo implementarán?, ¿dejarán en la calle, sin trabajo, sin vivienda, sin vida, a todos los que tengan puntos de vista disidentes?, ¿condenarán a la inanición, a la muerte civil a los que tengan pensamientos diferentes?, ¿les confiscarán sus propiedades, los meterán presos?
Muchas veces el fanatismo político lleva a decir cosas que luego hay que sostener en los hechos. El ir por todo significa el corrimiento del que antes estaba donde ahora me pongo yo. ¿Y qué hago con él una vez que lo desplacé del lugar en el que ahora reino sin límites?
¿Qué hará la gente desplazada?, ¿se irá?, ¿la dejarán irse?, ¿se morirá de hambre?.
Esa gente es mucha gente. Aun en la mejor elección del kirchnerismo -la de octubre de 2011- la diferencia entre los que pensaron como el gobierno y los que pensaron diferente fue de tan solo 8 puntos,54 a 46. Cuarenta y seis personas en una habitación en donde hay 100 es mucha gente, aun cuando sean algo menos de la mitad. ¿Por ser algo menos de la mitad no tienen derecho a nada?, ¿los 54 les pasarán por encima, les negaran la palabra, el alimento, la libre circulación?
Esa proporción quizás ya no sea, incluso, de esas magnitudes. Es posible que, ahora, los que piensen diferente al kirchnerismo sean más, en términos globales, que los que piensan igual, aun cuando ese pensamiento se halle dividido, a su vez, en más de una visión. ¿Qué ocurriría con la validación “numérica” del “ir por todo” si el kirchnerismo fuera el 37% del próximo electorado y el no-kirchnerismo fuera el 63, aun cuando ese 63 estuviera compuesto por más de un pensamiento?, ¿sería esa “victoria” suficiente fundamento para arrogarse la representación del todo e imponer su voz a los que piensan de modo diferente?, ¿cómo se calificaría un gobierno apoyado en ese caudal electoral que intentará “ir por todo”?, ¿acaso una tiranía de la minoría? Si ya es inadmisible en una democracia y en un Estado de Derecho, la tiranía de la mayoría, ¿cuánto más lo sería la de una minoría?
Parece francamente mentira que estemos hablando en estos términos y que hayamos llegado a estos extremos. Pero es así.
Estamos en los prolegómenos de que empiecen a sucederse estos interrogantes. Una vez que todos los rincones del poder hayan sido ocupados por las fuerzas del gobierno, todas estas preguntas florecerán de inmediato. Y para tener una idea del desarrollo ulterior no hay más que mirar a los regímenes mundiales que, con anterioridad a nosotros, ya han intentado el experimento de imponer un solo pensamiento. La propia Argentina dictatorial pretendió imponerlo en un pasado no muy lejano. Muchos de los que hoy intentan un nuevo capítulo de la misma extravagancia fueron los que dicen haber sufrido las persecuciones del pasado. ¿Será que no han aprendido de su experiencia o que sólo los anima la revancha?