¿Cuándo fue?

Carlos Mira

¿Cuanto hace que la Argentina no habla de algo positivo?, ¿cuanto hace que la conversación pública no pasa por proyectos de futuro, por planes de envergadura, por el buen humor de la construcción en lugar de tener los colores de la irascibilidad que caracteriza a la destrucción?, ¿cuánto hace que no conocemos metas de esperanza, objetivos viables para conseguir a través de la inversión, alternativas de trabajo futuro?, ¿cuánto hace que la vida transcurre alrededor de la idea de jorobar al otro, de desarrollar alquimias maquiavélicas para que la vida se la haga más difícil a los demás?

La semana pasada, toda la enegía del gobierno pasó por tres ejes fundamentales: jorobar a Clarín con su intervención y con la expropiación de Papel Prensa; jorobar a Lanata con el cambio de horario del último partido de los domingos y jorobar a LAN produciendo la cancelación de todos sus vuelos en el país.

Esta idea del país-destrucción, del país “anti”, del país que esta todo el día pensando cómo arruinarle la vida a los demás es muy evidente desde hace mucho tiempo en la Argentina. Ni siquiera las medidas que aparentemente se toman en “pro” de algo están exentas de ese ingrediente extra que consiste en complicarle la vida a los otros. Hay, en toda decisión, una especie de saña.

Cuando uno compara los temas en los que “están” los países de la región con aquellos en los que “anda” la Argentina, francamemte no lo puede creer.

Chile está entreverado en la discusión mundial sobre cómo ampliar su comercio con el mundo, discute más inserción internacional y disfruta de un boom económico que Piñera disfruta sobre le final de su período sin que el presidente este pensando en especular con eso para reformar la Constitución y hacerse reelegir. La más firme candidata a sucederlo, la ex presidente Bachelet, no tiene ninguna intención de cambiar ese perfil chileno, ni mucho menos darlo por terminado para iniciar un camino contradictorio del actual. El presidente Obama recibirá a Piñera la semana que viene en el Salón Oval. Allí también aparecerá Oyanta Humala, el presidente peruano.

Perú nos ha superado como receptor de inversión extranjera directa y los peruanos tienen hoy un horizonte que los convoca más allá de las cuestiones políticas. El meridiano del país dejó de pasar por la política que, como única señal, ha dejado en claro que no modificará las reglas de juego estables sobre la que prosperan los negocios.

Colombia hace rato que dejó la épica atrás y está concetrada en conectar al país con el resto del hemisferio y con el mundo. Lo que comenzó hace un par de años como un mero eslogan de una campaña de turismo receptivo (“Colombia: el riesgo es que quieras quedarte”) se ha convertido en una verdad: muchos turistas que han ido por algunas semanas se han quedado a vivir.

Brasil es directamente una potencia mundial. El mismo país que hace 50 años veíamos desde arriba del hombro nos ha pasado como a un poste; no hay rubro donde no nos supere.

Hasta el pequeño Uruguay que tiene desventajas de escala evidentes, se las ha rebuscado para entregar un perfil de tranquilidad que los argentinos ávidos de un poco de paz, no hacen otra cosa que envidiar.

Mientras tanto la Argentina sigue montada en su imaginario Rocinante yendo al choque de todo lo que se le ponga enfrente. El día comienza en el país viendo que resolución se puede tomar para perjudicar al “enemigo”. Se trata de la consecuencia lógica de una sociedad binaria: si el convencimiento es que se está “librando una batalla” lo lógico es que se dedique toda la energía a destruir al adversario.

En el país todo funciona con una increíble dificultad. La infraestructura da muestras de una decrepitud preocupante; el resultado de la política energética del país ha sido la necesidad de importar la sideral cifra de 12000 millones de dólares; la participación del país en el comercio mundial no dejar de caer, estamos encerrados en un monumental cepo que no sólo afecta el mercado de divisas sino que tiene envarada a toda la maquinaria productiva; mientras la región -si es que tiene algún problema con el dólar, es su abundancia- nosotros padecemos por su escasez, igual que Venezuela.

Venezuela es, precisamente, el único país parecido. El país del dudoso presidente Maduro ha llegado al reciente colmo de tener que importar naftas… ¡Venezuela!, sería lo mismo que nosotros tuviéramos que importa soja o el Paraguay, naranjas.

Al lado de estas semejanzas, Venezuela también tiene otras nada edificantes. Semejanzas que provienen del mismo embrión: creer que gobernar no es educar, poblar, insertarse en el mundo o atraer a capitales (como alguna vez, todo eso, lo fue entre nosotros) sino destruir lo de los demás y copar el poder total por el miedo y la opresión. Maduro ha llegado esta semana al límite de decir que tiene identificadas por numero de cédula de identidad a los nueve millones venezolanos que cambiaron su voto y no votaron por él en las últimas elecciones. ¿Estará lejos la Argentina de hacer otro tranquilizardor anuncio como ése?

Cuando uno se interna en esta visión retrospectiva para intentar recordar cuándo fue el último momento en el que en el país se hizo algo “a favor de” en lugar de “contra” algo o alguien, la verdad es que llega a una conclusión triste: dedicar enormes porciones de la energía nacional para jorobar, destruir, entorpecer, arruinar o complicar la vida de los demás, con tal de mantener, aumentar y prorrogar el poder es bajo, muy bajo… Tan bajo como el vuelo a que este sinsentido nos ha condenado a todos.