Por: Carlos Mira
El episodio de salud de la presidente, que trajo como consecuencia que el vicepresidente Boudou asuma el ejercicio del Poder Ejecutivo, generó toda una interpretación en los círculos políticos que rápidamente quedó resumida en la expresión “cisne negro”, el libro escrito por Nassim Nicholas Taleb que explica las consecuencias que pueden tener la efectiva concreción de hechos altamente improbables.
Cuando la presidente Cristina Fernández eligió por su sola decisión a su ministro de Economía de la primera gestión, Amado Boudou, para que sea su compañero de fórmula para las elecciones de 2011, muchos se sorprendieron, otros se alarmaron y muchos se enojaron. Pero la voz de Cristina no se discutía y nadie contradijo su decisión: su voluntad era suprema.
La trama de los hechos posteriores pareció darle la razón a quienes pensaron reparos en silencio. Boudou quedó atrapado en una acusación penal muy seria que supone que el actual vicepresidente se quedó con la fábrica de hacer billetes en la Argentina a través de terceras personas de su extrema confianza y de sus socios.
Hoy en día Boudou es el primer vicepresidente de la historia que asume el Poder Ejecutivo con problemas serios en la Justicia. Algunos fueron brillantes como Carlos Pellegrini y otros inoperantes como Isabel Perón. Pero ninguno era sospechado de deshonesto de manera formal ante los tribunales.
No hay manera de que puedan aislarse hoy en día ambos hechos: la decisión de Cristina de elegirlo y los problemas que el vicepresidente tiene.
Esta realidad es una directa consecuencia de la manera en que la Argentina ha decidido manejar la política y las instituciones del país. Es más sería casi la confirmación de la idea de que el país ha decidido no tener sistema, no tener ideas, sino tener personas; personas que, en última instancia, subsumen al gobierno, al Estado y a la Patria.
Contradecir a esas personas no es un ejercicio democrático normal sino un atentado contra el Estado y, como consecuencia, contra el país. Hay una supremacía de la voluntad personal que ha reemplazado a la supremacía de la voluntad popular. Ese reemplazo se verifica en la noche de la elección en donde el elegido reemplaza al “pueblo” y se convierte en su encarnación. Desde ese mismo día, su voz será la voz del pueblo.
Cuando Cristina eligió a Boudou fue el “pueblo” el que habló; el pueblo que se había encarnado en ella, cuatro años antes, en octubre de 2007 cuando ganó su primera presidencia.
Este esquema es la negación por definición del sentido democrático de la Constitución. En efecto, la democracia que ésta organiza supone un reparto y una división del poder según la cual éste no puede encarnarse nunca en una sola persona ni ésta convertirse jamás en el alter ego del “pueblo”.
Esa horizontalización del poder por supuesto debe bajar a la organización cotidiana del país y reproducirse tanto en la sociedad como en la profesionalidad de la política. Los partidos deben organizarse de tal modo que su funcionamiento asegure una representación lo más fiel posible de la realidad que sucede en la vida real de la sociedad.
Siguiendo este razonamiento para el caso que analizamos, la señora de Kirchner no podría haber elegido jamas por su propia voluntad la persona del vicepresidente sino que éste debió surgir de un consenso partidario que a su vez reflejara el sentir real de la porción de la sociedad identificada con ese sector político. Ese consenso habría colocado en ese lugar muy posiblemente a una persona bien distinta de Boudou.
Pero Cristina eligió a su ministro por motivaciones bien diferentes: porque era joven, atractivo, amante del rock y alegre.
Si bien esas consideraciones también pueden influir en una elección, digamos, institucional, de un candidato, es seguro que nunca serán las únicas que se tendrían en cuenta.
Lo cierto es que la teoría del cisne negro, esto es, las consecuencias que podría tener que Boudou sea el presidente (aun a pesar de que cuando se lo eligió nunca se pensó que eso sucedería) está bien para agregarle algo de misterio al relato pero no tiene mucho que ver con lo que de verdad vaya a ocurrir en la Argentina. La presidente reasumirá, ella no desapareció ni mucho menos, y en el interín a Boudou no lo dejarán siquiera ir al baño sin permiso y a él tampoco se le ocurriría hacerlo.
Pero dicho esto, también hay que decir que éstos son los riesgos que corre un sistema que precisamente no es “sistema”; una organización que no está basada en el funcionamiento armónico de una idea sino en los bandazos particulares de una persona que decide por todos.
Si lo que hubiera pasado fuera una desaparición física de la presidente, entonces sí, quizás -como ocurrió con Isabelita-, habría quedado patéticamente demostrada la fragilidad de la organización política argentina. En efecto cuando la voluntad suprema de Perón eligió a su esposa como vicepresidente, fue el país y la sociedad los que tuvieron que bancar las consecuencias de su decisión una vez que él murió. En este caso la voz incontrastable de Cristina había dispuesto que Boudou la secundara y si ella hubiera desaparecido físicamente, una persona a la que se cree involucrada con quedarse con dineros públicos y con activos del Estado sería el presidente.
El personalismo destruyó a los partidos -o a lo que quedaba de ellos- y hoy las expresiones reales de la sociedad no tienen canales de expresión. Todo ha sido reemplazado por la voluntad omnímoda de un jefe. Por eso todo el mundo está pendiente hoy de cómo volverá Cristina luego de su convalecencia y muchos se agarran la cabeza pensando que podría repetir su radicalizada reaparición pública luego de su operación de tiroides. El país no está en manos de instituciones equilibradas. Al contrario su equilibrio depende de los humores, de las rabias y hasta de las fobias de una persona que en más de una oportunidad demostró tener más de personalidad. ¿Con cuál de ellas nos encontraremos a su regreso? No lo sabemos. Pero sí sabemos que sea cual sea ese talante, no habrá cauce institucional organizado para equilibrarlo. Estaremos en sus manos. Como siempre. Como quisimos que sea.