
Por: Carlos Mira
Cientos de directores técnicos lo han maldecido una y mil veces. Su planificación, cuidadosamente elaborada delante de una pizarra con la prolijidad de un laboratorio, había sido burlada una vez más por el talento individual y por la creatividad espontánea de una persona. El trabajo de la semana había ido a parar al tacho de los trastos debido a la irreverente ocurrencia de este extraterrestre. Bastaron apenas unas milésimas de segundos para reducir al ridículo todo el “plan”.
¡Gracias a Dios que existe Messi para demostrar que el ser humano no puede superar su propia espontaneidad! Nada de lo que intente un catenaccio planificado termina funcionando; siempre el talento individual superará la pretensión estructurada de controlarlo todo.
Y todos somos Messi. En cada actividad de la vida, en cada segundo de la existencia, a millones de magabytes por segundo, la mente humana reacciona espontánea y racionalmente frente a los estímulos exteriores. El “slalon” en diagonal que caracteriza al que quizás sea el mejor jugador de fútbol del mundo de todos los tiempos es un potencial que tenemos todos en cada una de nuestras decisiones para sortear obstáculos y no abortar nuestro camino al objetivo.
Las vallas podrán ser muchas y cada vez más sofisticadas, pero el talento humano individual tarde o temprano se las rebuscará para sortearlas, dejando al planificador mirando las estrellas y preguntándose cómo fue que no se le ocurrió anticipar esa reacción. Ya es tarde, maestro, tu plan está en el piso y solo te queda maldecir, como hacen los directores técnicos con Messi.
Por eso, es mucho más inteligente acompañar ese talento y tratar de aprovecharlo, en lugar de elaborar sofisticadas jaulas de encarcelamiento que sólo servirán para generar mecanismos de defensa y reacción que tornarán todo mucho más difícil, más complicado, más ineficiente y, en el caso de la relación de los ciudadanos con el Estado, mucho más corrupto.
La esencia de la economía centralmente planificada coincide exactamente con la pretensión futbolística de prepensar los partidos como si en la cancha hubiera robots en lugar de seres humanos. Luego, en el perímetro de juego, esos planes se hacen añicos, cuando la pelota rueda.
Una vez Alfio Basile fue criticado por cómo “paraba” al equipo en la cancha. El inefable “Ronco” contestó: “Yo los paro bien, lo que pasa es que cuando empieza el partido los jugadores se mueven”.
Lo mismo podría decírseles al duo matemático Kicillof-Capitanich: “Sus ‘modelos’ están muy bien; el único problema es que cuando hay que aplicarlos las personas se mueven”.
La clave del éxito de los países desarrollados y ricos ha consistido simplemente en adaptar el orden jurídico general a la tendencia humana natural hacia la creatividad espontánea. Alguna vez, Alexis de Tocqueville, hablando de los EEUU, dijo: “feliz país el del Nuevo Mundo, en donde los vicios del hombre son casi tan útiles a la sociedad como sus virtudes”.
En eso debería consistir la verdadera inteligencia de los gobernantes: en organizar un diseño social genérico que permita aprovechar “hasta los vicios” del hombre, para satisfacer el bien general.
La altanera pretensión contraria (la de diseñar un modelo ideal, como si las personas fueran máquinas y luego imponerlo por la fuerza) consigue, generalmente, los resultados opuestos a los que persigue. Milllones de bytes cerebrales se ponen en funcionamiento en modo “warning” cuando esas herramientas se ponen en vigencia, creando un círculo vicioso de interferencia entre la pretensión estatal y la disposición individual. Enormes cantidades de energía se gastan en ambos lados para neutralizar las reacciones del otro “bando” y toda esa fuerza, en lugar de trabajar en pos del mejoramiento general, produce exactamente lo contrario: estancamiento, involución, trabas, pérdida de tiempo y de recursos, entongues, corrupción, despilfarro.
La profundización del costado stalin-chavista del gobierno -desde que la señora de Kirchner retomó sus funciones- hará todo mucho más complicado de aquí a 2015. Los argentinos están superentrenados para sortear las jaulas creadas por el Estado. Los más aptos hasta suelen sacar ventajas de ello. Pero ese rédito derramará solo sobre ellos; los efectos benéficos secundarios que sus acciones tendrían en cualquier país libre aquí se neutralizarán por la mal formación que suponen los controles del Estado.
Si me obligaran a elegir solo una de las bondades del liberalismo elegiría la humildad. El sistema creado en los albores del siglo XVIII es supremamente modesto frente al hombre común, jamás lo subestima y menos en su carácter de individuo creativo. Esa sola característica le permitió ofrecerle a la humanidad un conjunto de principios simples basados en la supremacía de la naturaleza que transformaron el horizonte del mundo en apenas tres siglos. Luego de cuatro milenios de oscuridad, escasez, pobreza, enfermedad y miseria, el ser humano conoció la civilización gracias a que una idea lúcida derribó la pretensión sobrehumana del control total del hombre por el hombre.
Desgraciadamente la Argentina ha caído en manos de la altanería. De nuevo, un conjunto de personas que se creen iluminados pretende demostrar que es posible controlar la vida de millones desde un escritorio de 2 x 2 equipado con una buena aplicación de Excel. El ministro de Economía debería cambiar ligeramente su nombre de pila y rebautizarse como Excel Kicillof. El “soviético” -como lo llaman dentro del propio gobierno- tiene un ego tan grande que está convencido de que sus proyecciones de vectores pueden reemplazar la inventiva humana. No pasará mucho tiempo para que termine como Mourinho refunfuñando tras una ocurrencia inesperada de Messi.
¿Por qué no salir de la adoración de este egocentrismo? Parece mentira que los que somos superiores -nosotros, los individuos- coloquemos en los lugares decisivos de la administración nacional a personajes que nos insultan con su subestimación. ¿O será que le tenemos miedo a nuestra propia inventiva?
Si es así deberíamos comprarnos un enorme diván para practicar un psicoanálisis colectivo. ¿Por qué estamos dispuestos a agudizar nuestro ingenio para romper las jaulas que nos impone Mr Excel y no nos tenemos fe para usar ese mismo don para progresar individualmente dentro de un esquema de libertad en el que “hasta nuestros vicios sean tan útiles a la sociedad como nuestras virtudes”?
Es un misterio. La Argentina es un misterio. Solo la teoría de la envidia ofrece una explicación, aunque nos dé vergüenza aceptarla. En la libertad nuestro ingenio nos mejorará inexorablemente pero el rango de mejora no será igual para todos. ¿Será que no estamos preparados para soportar esa “desigualdad” aun cuando siendo “desiguales” estemos proporcionalmente mejor que bajo un sistema de controles?, ¿será que estamos mejor preparados para soportar a un capitoste que nos corte “igualitariamente” la cabeza a todos con tal de no ver a nuestro vecino crecer más rápido que nosotros?
Messi no es “igual” a los demás, pero los demás se elevan por encima del resto cuando juegan con él. ¿En qué consiste la inteligencia?, ¿en aprovechar los millones de Messis que hay en la cotidianeidad de la vida para que, de su mano, todos nos elevemos (aunque nunca seamos “iguales” a ellos) o en “cortales las piernas” para así creernos que los hemos igualado? Hasta ahora hemos decidido lo segundo usando a diversos Kicillofs como nuestras guadañas preferidas. ¿No es hora que entremos al vestuario y revisemos nuestra estrategia? Porque hasta ahora, con la historieta de la “igualdad”. venimos perdiendo por goleada y los únicos que se despegan en una desigualdad obscena son los Kicillof de turno. Apostemos por una vez a la supremacía de nuestra propia espontaneidad y tal vez así dejemos atrás tanta grisura, tanta pusilanimidad, tanta envidia y tanta miseria igualitariamente repartida.