Por: Carlos Mira
La todopoderosa presidente que se comía a los chicos crudos en medio de la bonanza de cifras despilfarradas ha desaparecido. Igual que lo hizo con su esposo cuando la fatalidad mató a 135 chicos en Cromañón hace exactamente nueve años, se refugió en Calafate, lejos de los incendios de la Capital y del Gran Buenos Aires que, como todo el norte del país, arde bajo una bola de fuego.
Miles de usuarios sin luz ni agua, en medio de una ola de calor persistente, igual que otros millones de testigos alarmados, se sienten desamparados: la vocación paternalista de los argentinos levanta la vista mira hacia donde debería estar quien dijo ser la encarnación misma del Estado, y no encuentra nada; no hay nadie allí. La altanería en la bonanza ha sido reemplazada por la ausencia en la adversidad. Los malos momentos y los Kirchner no van de la mano; ellos solo aparecen cuando no pueden recibir otra cosa que no sean vítores.
Pero ¿había razones fundadas para la altanería? Aunque esa soberbia nunca corresponda ¿existían al menos las condiciones materiales para, aunque más no fuera, entenderla? La respuesta es obviamente no. Ninguna de aquellas fantasías que estallaban en miles de sarcasmos en interminables discursos tenían más fundamento que esos rencores de los atriles. Lo único que las sostenía era esa imperiosa necesidad de enrostrar una superioridad de la que en realidad se carecía por completo.
Aquellos números inventados que escondían la verdadera realidad (que la Argentina se estaba comiendo su capital a tarascones) están estallando ahora en la miseria de la oscuridad y en el peligro de la gente sin agua, sin hospitales, sin alimentos seguros, sin resguardos, sin nada.
En estas horas de desesperación para gente que hace más de una semana que no tiene luz ha desaparecido el liderazgo egocéntrico, la palabra que todo lo sabe, la numen que resume todo el conocimiento.
Sin abandonar el poder (porque nada se hace sin su anuencia) la presidente ha decidido exiliarse en “su lugar en el mundo” y dejar a la buena de Dios a los argentinos que decía proteger. Luego de arrogarse la titularidad de la solidaridad y de la supremacía moral del Estado, arrojó a la selva del “salvate como puedas” a los destinatarios de su demagogia.
¿Qué ha pasado con “la política”, como le gusta decir a la señora de Kirchner para referirse al sector público y al Estado?, ¿dónde ha quedado el planeamiento de la infraestructura para que todo esto no ocurra?, ¿qué se ha hecho con los 900 mil millones de dólares que entraron a la Argentina en la década ganada? (dicho sea de paso, dinero que entró exclusivamente por los mayores precios internacionales de lo que vendemos -precios que probablemente no se repitan- porque no hemos atraído un céntimo de inversión, al contrario, expulsamos la que había).
¿Qué ha ocurrido con la superioridad organizativa y moral del Estado?, ¿qué pasó con su “eficiencia”? ¿qué pasó, en fin, con todo aquello que la presidente propagandeaba en medio de indirectas intragables?
Pasó que todo era una gran mentira. El Estado, como siempre, no sirve para otra cosa más que para arruinar, para corromper, para descomponer, para trabar, para entorpecer.
Las políticas implementadas desde 2003, especialmente en materia energética, son las que han hecho que la presidente deba refugiarse, muda, en el Sur, bien lejos de los problemas que la concepción que representa le ha ocasionado a la Argentina durante estos años de dispendio y despilfarro. Es lo que sucede cuando la demagogia suplanta la política responsable.
Nadie se hace cargo ahora.
El jefe de Gabinete intenta repartir las culpas fuera del Estado como si ese Aquelarre pudiera reclamar la propiedad y la administración de todo pero luego mirar para otro lado cuando aparecen las desastrosas consecuencias de sus manejos.
Las compañías de distribución eléctrica están técnicamente intervenidas por el Estado desde hace mucho tiempo. Edesur funciona ya como una empresa pública. Edenor tiene cinco directores del Estado. ¿Qué hizo esa gente todo este tiempo?, ¿dónde se manifestó, allí, “la superioridad” de “la política”?
Si hacía falta algo para confirmar que nada que tenga que ver con la entrega eficiente de un servicio puede pasar por las manos del Estado, lo estamos viviendo en estos días de infierno.
¿Cuál será la imagen presidencial actual, cuando las estrategias para enfrentar los problemas se limitan a la fuga? Cristina Kirchner ha defraudado algo más importante -para ella- que la confianza de los que depositaron su fe en ella: ha defraudado su ego. En las malas se ha escondido en la caparazón de la Patagonia. Al fresco, representa la síntesis final de una idea (si es que se la puede llamar así) que se caracteriza por fabricar una casta privilegiada que vive de una sociedad esclava cuyos oídos endulza mientras puede financiar su demagogia y de la que se desentiende y pasa a no existir cuando todos esos disimulos se acaban.
¿Tendrá la presidente, en medio de su placidez, tiempo para mensurar el enorme choque entre las mentiras que encarnó y la realidad que ha decidido ignorar? La señora de Kirchner pudo cumplir su sueño de tener “su lugar en el mundo”, ¿tendrá conciencia de los millones de sueños truncados que ha producido tanto empecinamiento?