Por: Carlos Mira
Muchos argentinos -minoritarios en mi criterio, pero aun así, muchos- creen que la Argentina nunca se convertiría en un estado totalitario. Rechazan esa idea desde sus vísceras; no les entra en la cabeza. No pueden creer que su tierra, la de sus abuelos, la de sus padres y ahora la de sus hijos, vaya a alinearse con lo peor del mundo, con el fracaso de la pobreza, con la miseria igualitaria. No dan crédito a la idea de que el país pueda unirse con la resaca mundial; con el autoritarismo, con el imperio del capricho, con el desconocimiento del Derecho, con el atropello a la ley, con la validación de la delincuencia (y en muchos casos con la reivindicación misma, abierta y descarada, de los delincuentes) No lo creen; sencillamente no se resignan a admitirlo.
Pero, sin embargo, cada vez son más las señales que indican que, al menos, deberían empezar a reconsiderar sus creencias o -para mejor decir- sus pensamientos deseados, lo que no son otra cosa que sus expectativas pero que el paso del tiempo demuestra cada vez más que están lejanas y con pocas posibilidades de materializarse.
La Presidente le dio anoche un fuerte impulso a esta necesidad de revisar aquellos “wishful thinkings”. El kirchnerismo está decidido y convencido de llevar adelante una epopeya de dimensiones revolucionarias, capaz de enfrentarse al mundo capitalista para vencerlo definitivamente desde estas playas del Sur y para que el mundo vea como David ha doblegado a Goliat; como la justicia de los pobres y de los periféricos del mundo finalmente se impone sobre las garras de los poderosos, todo a fuerza de dignidad, de coraje, de valentía y de decisión.
Una decisión que incluye el riesgo de terminar “en pelotas” como diría San Martín, pero que será, a la postre, un hambre digno, una muerte por una causa noble, la causa que impulsa el motor de los desposeídos y de los menos favorecidos de este mundo.
Está claro -y no somos naive en esto- que ese relato se ha montado para enriquecerse personalmente detrás del apoyo entregado por zombies que han sido lo suficientemente ciegos como para tragarse ese verso. Los enriquecidos tienen en claro que los condenados a la miseria no serán ellos sino ese conjunto de estúpidos que los siguió con sus cánticos. Pero además de no importarles esos “detalles” a esta altura, muchos de ellos, además de la montaña de billetes con la que se hacen cada fin de mes, se han ido convenciendo de la “nobleza” de sus dichos y, en cierto modo, de la verdad que enarbolan.
No solo creen estar en el buen camino porque esa ruta los ha convertido en millonarios sino porque de tanto repetir esos mantras se los han creído.
La Presidente es la líder de ese grupo. Reúne todas las condiciones para eso. Se ha convertido en millonaria y cree por su historia personal y por el repiqueteo de la escenografía que montó, que lidera un cambio de era para la Argentina. Se concibe a sí misma como un prócer.
Bajo esas convicciones ha perdido ya los frenos terrenales que suelen acompañar a la practicidad. Lo suyo no es conseguir lo mejor, sino obtener lo memorable. Envuelta en esas banderas decidió hacer volar por los aires todo acuerdo posible con los holdouts, sea éste uno alcanzado por los oficiales del gobierno o uno tramado por los bancos privados con el aval del presidente del Banco Central.
Quiere sacar este entuerto del terreno del derecho comercial y llevarlo adonde se forjan las estatuas de bronce. Imbuida de esa ceguera llevó al país al default porque cree que lo que se está jugando aquí es algo mucho más importante que una eventual mishiadura. La Sra de Kirchner está convencida (y lo dijo anoche) de que la gestión de ella y de su esposo hicieron nacer un “modelo” nuevo de sociedad -que debería convertirse de ahora en más, incluso, en prototipo para el resto del mundo- que supone el reemplazo del capitalismo liberal por un sistema de dirección estatal centralizado que supere las restricciones a las que estuvo sometido el socialismo comunista del siglo XX y que termine por demostrar la supremacía moral y utilitaria del Estado y de la política por sobre los individuos y el Derecho.
Anoche dijo textualmente que la Argentina es el octavo país en dimensiones territoriales del mundo, que es rico en minerales, energía, alimentos, agua; que tiene una población altamente educada y que en estos últimos 11 años se ha invertido mucho en tecnología. Afirmó que los ojos del mundo están puestos en eso y que, por haber agregado a esas bendiciones naturales, un modelo primero impertinentemente diferente y, segundo, exitoso, el mundo “nos quiere tumbar”.
La Presidente está ciegamente convencida de que el país ocupa una centralidad de tal dimensión que cada mañana los frustrados capitalistas se levantan con la obsesión de su nuevo y único objetivo: voltear a esta nueva estrella de la sociología económica y de la ingeniaría social que esta por poner al desnudo todas sus mentiras y sus métodos fracasados.
Seguramente no escuchó, horas antes de su aparición en cadena nacional, a su ministro preferido, a aquel que la tiene embelesada con sus diatribas y sus impertinencias (que son tan grandes que pueden competir hasta con su propia ignorancia) decir que él podía dar fe de que Dan Pollak “no tenía idea de quienes somos…, les puedo asegurar -dijo- que no sabe lo que es el Mercosur…”
¿Cómo puede, entonces, un digno representante de ese recalcitrante sistema que nos quiere “tumbar” desconocernos olímpicamente?, ¿si no sabe ni quiénes somos, qué interés puede tener en “tumbarnos”? Si según Kicillof no nos conoce, no sabe nada de nuestras potencialidades y de que aqui rige un nuevo orden que ha dado vueltas patas para arriba todo lo que el mundo económico dio por correcto y exitoso en los últimos 300 años ¿porque ha llegado a la conclusión de que encarnamos tal peligro para sus intereses y para los de SU “modelo” que no queda otra que voltearnos?, ¿quién perdería el tiempo queriendo “tumbar” a un desconocido?
Por lo demás, ¿cuáles son las miserias entre las que viven Pollak, Griesa, Singer y sus acólitos como para tener que “tumbar” a un “exitoso” como nosotros para empezar a vivir de sus riquezas?
La Presidente nunca fue consciente -o quizás sí y por eso lo hizo igual- de que aquí no solo se enfrentaba una cuestión económica sino una “cultura” sociológica que, efectivamente, tiene preferencia por el derecho de propiedad de los acreedores, en detrimento de la “debilidad” de los deudores. Dice bien Carlos Pagni en La Nación, ese derecho es, para esa cultura, la encarnación misma del “interés general”, es decir, no solo no lo contradice sino que es su expresión más fiel.
Las -si así se les puede llamar- “convicciones” de la Presidente, de Kicillof y del ala izquierdista que copó el gobierno luego de la muerte de Néstor, no pueden estar más lejos de todo eso. De pronto, se han encontrado en el ejercicio de un poder que les permite experimentar el laboratorio ideológico que durante años amasaron en la inoperancia de la teoría. Y están haciendo eso: experimentando… a costa de todos nosotros.
Es tal el nivel de amateurismo con el que se ésta manejando esta situación que Kicillof afirmó que llamar a esto “default” es una “pavada atómica” porque los prospectos de los bonos establecen taxativamente cuando se dará esa situación y según él mientras la Argentina deposite el pago no hay cesación de pagos. Se ve que el ministro o no sabe leer inglés o leyó apurado el texto de esos contratos porque claramente los bonos entran en default si los acreedores no los cobran. (Dice Jorge Oviedo hoy en La Nación: “La definición clave aparece en los prospectos depositados, por ejemplo, en la Securities and Exchange Commission (SEC), la Comisión de Valores y Cambio de los Estados Unidos. Los textos están disponibles en inglés en el sitio web del organismo. Allí se lee que “las obligaciones de la República [Argentina] de hacer pagos futuros, si hay alguno, no estarán satisfechas hasta que ese pago sea recibido por el titular del [respectivo] bono” [la traducción no es oficial en razón de que el gobierno argentino no ha publicado una versión en español]. El párrafo está en la página R-5 del “Form of Security” y puede consultarse en esta página.
¿Cómo ha llegado el país a caer en manos de esta dirigencia tan poco formada, tan barrial, tan aldeana, que habla desde los estrados oficiales con las formas y los arrebatos que podrían tener un conjunto de argentinos charlando o discutiendo en un bar? No lo sabemos. O tal vez sí, si indagamos un poco… Pero lo cierto es que hemos perdido más de una década detrás de una escenografía histriónica que no ha hecho otra cosa que aislar al país del mundo y, con eso, asegurarle un seguro camino de miseria.