Por: Carlos Mira
Cuando el país ardía, María Delfina Rossi se fue de la Argentina junto con su madre para vivir una vida europea. Se crío y estudió en España, donde se recibió de licenciada en economía en Barcelona, se unió al movimiento izquierdista de los indignados y obtuvo un máster en la universidad de Florencia en Italia.
María Delfina Rossi es hija del ministro de Defensa, Agustín Rossi. Ahora, con 26 años, regresó al país y fue designada directora del Banco Nación con un sueldo de $ 70.000 mensuales.
Rossi no tiene ninguna experiencia en el sector privado, no se le conoce trabajo alguno en una empresa, estudio o unidad productiva (cualquiera sea) privada. Llegó a su puesto sin haber ganado ningún concurso público de antecedentes ni de haber participado en ninguna competencia o compulsa de aptitud.
Ella dice que no tiene portación de apellido, sino portación de currículum, aunque muchos otros argentinos con currículums similares o mejores que el de ella no han podido acceder a la función pública o a la judicatura, sí por una cuestión de apellido o porque su familia tuvo alguna vinculación con épocas negras de la Argentina.
Es cierto que Rossi no debería pagar los platos rotos y quedar fuera de la consideración para ocupar cargos públicos simplemente porque su padre es ministro y, por ese hecho, perder la igualdad de oportunidades que significa acceder a un cierto lugar.
Pero, en todo caso, ese también debería ser el criterio para los otros casos en donde, incluso por concurso (cosa de la que Rossi no participó), se ha probado holgadamente la idoneidad y, sin embargo, por un claro prejuicio ideológico se le negó a personas concretas de carne y hueso el acceso al cargo que legítimamente se habían ganado en libre competencia.
No hay dudas de que la Argentina debería tener una norma que regulara el ingreso a la función pública teniendo al concurso público de antecedentes como regla general de admisión y al parentesco como un limitante de decoro para ciertos cargos.
El parentesco debe jugar en contra del candidato cuando la relación familiar se establece con un funcionario en funciones, no para limitarle el acceso, sino para que ese vínculo no sea causal de eximición del concurso. Y desde ya el parentesco jamás debería ser un obstáculo ideológico, y menos aún cuando los aspirantes han aprobado con creces los concursos de antecedentes.
Hay muchos funcionarios que han poblado la función pública con parientes, empezando, claro está, por la propia familia Kirchner, con Alicia, Máximo, Romina Mercado, la pareja de Máximo, la pareja de Florencia. Pero no son los únicos casos.
En las provincias, el escenario raya directamente con situaciones que uno solo podría encontrar en los regímenes feudales o en los previos a la modernidad republicana, donde una casta de nobles, portadores de apellidos se diferenciaba del resto porque, simplemente por su sangre, tenían el futuro asegurado, la “vaca atada”.
Resulta francamente sorprendente cómo el pueblo argentino tan aparentemente “gallito” para tantas cosas, ha aceptado esta verdadera cooptación del presupuesto público para bolsillos privados, para que el dinero que penosamente los argentinos aportan con sus impuestos termine haciendo la fortuna de gente que se llama de tal o cual manera.
Está claro que esta obscenidad contrasta con la situación de la provincia de Buenos Aires, en donde miles de ciudadanos que no pertenecen a esa nobleza están bajo el agua, porque no se hicieron las obras que aquellos dineros deberían haber financiado. Es increíble que esa pasmosa realidad no quede manifestada en las votaciones y quienes se “tragaron” esos fondos no sean castigados en las urnas.
El resultado del domingo demuestra que en varios de los distritos más inundados de la provincia ganó el kirchnerismo. Eso demuestra que, efectivamente, hay mucha gente indignada por ese estado de cosas, pero no es precisamente la gente que está bajo el agua. Paradójicamente la gente que no tolera más esas inmoralidades no está inundada, vive, si se quiere, hasta relativamente bien. Sin embargo, aspiran a un cambio para que, entre otras cosas, ese espectáculo de gente que ha perdido todo no se repita nunca más. Pero mientras la propia gente que ha perdido todo no se dé cuenta, estamos perdidos, el país no tendrá futuro.
Los casos de Rossi y de las inundaciones son como la cara y la seca de la misma moneda, son la expresión grotesca de una restauración despótica.
Mientras el cócoro pueblo argentino se soportando, por ejemplo, situaciones como las de Luján, y, al mismo tiempo, siga aceptando la entronización de una verdadera casta de apellidos (los Kirchner, los Alperovich, los Insfrán, los Fellner, los R. Saa, los Zamora), el país no será una república, sino una monarquía absoluta con un régimen feudal de señores privilegiados que forman la corte del monarca.
Ese sistema de relacionamiento de las sociedades terminó hace 400 años. Pero la enjundia quijotesca de la Argentina se propuso demostrarle al mundo que puede volver a ponerlo en vigencia.