Por: Christian Joanidis
Hay que admitirlo: la inseguridad es una sensación. Con esto quiero decir que es una cuestión subjetiva: yo puedo sentirme seguro o no. Podría resultar absurdo hablar de sensación de inseguridad en un clima de malestar social y de evidente avance de la delincuencia y del narcotráfico, pero aún así es un concepto que vale la pena explorar.
Yo siempre pongo este ejemplo: asuma que usted está caminando por una zona iluminada, con varios transeúntes y que hasta hay un policía de pie en la esquina por la que acaba de pasar. Es de suponer que en tales circunstancias usted se sentirá seguro. Pero nadie conoce su futuro. Ahora yo le digo que al llegar a la otra esquina alguien lo aguarda para matarlo. Resulta que usted, que se sentía seguro, en realidad no lo estaba, porque la muerte lo aguarda unos metros más adelante. Y si yo lo dejo una noche en un oscuro descampado del Conurbano, usted se sentirá inseguro. Pero viendo su futuro, yo sé que usted va a caminar por ese descampado, nada le sucederá y llegará sano y salvo a su casa en un remise que tomará al llegar a esa luz que se ve en el fondo. Usted se sentía inseguro, pero en realidad nada iba a pasarle. Es cierto entonces que la inseguridad es una sensación: uno se siente o no se siente seguro, lo cual no quiere decir que esté o no esté seguro. Como toda sensación es subjetiva y esta subjetividad puede ser modificada por factores externos. Lo hemos visto antes: la iluminación, la presencia policial y la de otras personas similares a uno pueden darle cierta sensación de seguridad. La oscuridad, lo desconocido, proporcionan por el contrario sensación de inseguridad. Pero también influyen en nuestra percepción los medios de comunicación. Si todo el día se informa sobre los múltiples delitos que se cometen, entonces nos sentiremos inseguros por más que dichos informes disten de ser verídicos. Si los medios silenciaran todo acto criminal, aunque viviéramos en una zona donde el delito alcanzara niveles récord, nos sentiríamos más seguros.
En el campo de las ciencias no se apela a cuestiones subjetivas para descubrir las verdades científicas, sino a mediciones objetivas. Yo puedo sentir frío o calor, pero sólo la temperatura será una medida objetiva de las condiciones termométricas del lugar. Mi subjetividad no cuenta. Con el delito sucede lo mismo: yo no puedo basar mis apreciaciones sobre la delincuencia en la Argentina sólo en la subjetividad de algunos individuos, sino que tengo que medir objetivamente cómo evoluciona el delito.
Sin embargo, esta medición a la que hago referencia representa varios problemas. El primero de ellos es que las personas que sufren algún tipo de delito no siempre lo denuncian: esto hace que sólo se registren los hechos más graves. Por otro lado, hoy en día son muy pocos los que todavía confían en los números que pueda reportar el Estado. De hecho lamenté no haber encontrado índices oficiales recientes en las búsquedas que hice en Internet. Esto deja la sensación subjetiva como única medida de la inseguridad en la Argentina.
Si absurdamente decidiéramos actuar sobre esta sensación, partiendo del supuesto de que el problema es de hecho la sensación, podríamos pensar en ciertas acciones. La primera sería no difundir los hechos delictivos porque esto aumentaría la sensación de inseguridad. Otra estrategia de alto impacto sería aumentar la presencia policial o de otras fuerzas de seguridad porque las personas tienden a sentirse más seguras con dicha presencia. Anunciar medidas exitosas contra el delito también sería una estrategia que contribuiría sustancialmente a la disminución de esta sensación de inseguridad. Ahora bien, en ningún momento buscaríamos disminuir el delito porque en realidad no vemos el problema en el delito, ni siquiera en el hecho delictivo, sino en la sensación.
Esto lo sabemos muy bien quienes trabajamos en la medición del desempeño de las organizaciones. El indicador que miramos y sobre el cual colocamos las metas a alcanzar influye enormemente en las acciones que tomamos. Por eso es importante que los indicadores o índices que definimos estén estrechamente vinculados a los problemas que estamos analizando. La disociación entre la herramienta de medición y la causa de los problemas nos lleva a querer combatirlos con las soluciones inapropiadas. Si nuestro indicador es la sensación de inseguridad, entonces para mejorar ese indicador haremos cosas que nada tienen que ver con el genuino problema de la inseguridad. Si creemos que el problema del delito es la cantidad de hechos delictivos, entonces las medidas que tomaremos estarán orientadas a combatir a los delincuentes, lo cual no es suficiente para hacer retroceder el delito, que es una realidad más compleja que el mero hecho delictivo.
Hablar de seguridad e inseguridad es hablar de una sensación subjetiva. Claro está que cuando la sensación subjetiva es generalizada suele ser un reflejo confiable de la realidad. Pero si nos centramos en esta sensación para buscar soluciones al problema del delito, entonces vamos a terminar adoptando medidas absurdas. A mí, en lo personal, lo que me genera una gran sensación de inseguridad es que desde el Estado no se busca promover la comprensión del delito y sólo se ataca a la sensación que todos tenemos de que cada vez la calle le pertenece menos al Estado y más a otras fuerzas que no necesariamente están buscando el bien común.