Por: Christian Joanidis
En estos días dos nuevos informes reforzaron lo que todos sabemos: en la Argentina hay pobreza. Un estudio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires indica que el 28,4% de las personas en la ciudad de Buenos Aires no logra cubrir la Canasta Total, que es aquella que cubre las necesidades básicas de una persona, garantizándole una vida digna. El otro estudio es el de la UCA, que asevera que el 30% de las personas del conurbano viven en la pobreza.
El estudio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires toma como referencia un ingreso familiar de entre $ 8.484 y $ 10.454, dependiendo de si es dueño de su vivienda o no, para determinar esa línea de pobreza. Claramente se trata de una métrica bastante exigente, pero también es cierto que una familia con ingresos inferiores a los establecidos por esta canasta sufrirá algunas privaciones.
El estudio de la UCA sin embargo es más ácido y establece esta barrera en los $ 4.142 para una familia de dos adultos y dos niños. Una cifra que habla de una pobreza más cruda y más incisiva. Ya no se trata de algunas privaciones, sino de lo justo y necesario, es en el fondo una cuestión de mera subsistencia.
No tenemos más datos oficiales sobre este tema. El Gobierno hoy quiere ocultar la pobreza: al igual que en otros tiempos se han ocultado otras cosas tan o más escabrosas que laceran la dignidad de las personas. Y a estas alturas, asumir que este ocultamiento es deliberado es la única opción viable.
Tengamos en cuenta además que estas cifras están atenuadas por toda la ayuda social que hoy perciben los sectores más vulnerables. Ayuda que es necesaria, pero que no queda claro hasta cuándo se podrá sostener. La actividad económica merma, la inflación erosiona los ingresos y la inestabilidad política en la que cada día se adentra más nuestro país son el entorno perfecto para que siga avanzando la pobreza y para que estos números sigan en aumento.
Hoy hablar de “planes integrales” es casi subestimar al auditorio, porque ese término se suele utilizar cuando se quiere criticar algo pero sin aportar ninguna solución. Sin embargo, no sólo para el tiempo actual, sino para el futuro cercano y algo oscuro que se avecina es necesario armar un plan contra la pobreza. No es algo lineal ni que se resuelva de un momento a otro, incluso se puede hacer por etapas, para combatir primero la pobreza más brutal y avanzar para que todos podamos cubrir nuestras necesidades básicas. Garantizar la seguridad alimentaria y el acceso al agua potable es el primer paso de este plan.
La creación de trabajo sustentable, es decir trabajo genuino que no se encuentre al amparo directo del estado, es el único camino para erradicar definitivamente la pobreza. Poner el foco en aquellos sectores que puedan emplear a muchas personas y lo hagan de manera duradera es una prioridad. Esto claramente deja de lado a la industria automotriz que tanto desvela a analistas con poca visión de largo plazo.
Sin embargo, para la tormenta que se avecina y el tiempo que tenemos para prepararnos, será necesario desarrollar una red de contención social para evitar un desborde.
Pero cualquier plan que queramos poner en práctica requiere mediciones confiables y la aceptación de que el problema existe. Negarlo o ignorarlo es la mejor forma de que el problema tome dimensiones abrumadoras y se convierta en algo inmanejable. Nadie quiere ser heraldo de malas nuevas, pero el que tenga el coraje de hacerlo sobresaldrá en la política argentina.
Todos estamos esperando el 2015 para ver qué va a suceder, para saber qué rumbo va a tomar este barco averiado. Y esto, aunque parezca absurdo, nos ha sumido a todos en una parálisis inverosímil, donde sólo se observa con cautela los movimientos de las distintas fuerzas. Incluso el Gobierno no hace más que atacar las cuestiones más urgentes. Pero la pobreza avanza a su ritmo, indiferente al mapa político que se arma. No coordinar acciones hoy significa que, como sociedad, estaremos pagando mayores costos después del 2015.