Por: Christian Joanidis
Con el cambio de Gobierno hemos dado un paso importante, hemos vuelto a la senda de la república. Muchos hemos escrito contra los doce años de ataque a las instituciones y la libertad, en definitiva, contra doce años de ataque a la sensatez. No se trata de ser oficialista u opositor, se trata de construir, de buscar siempre un país mejor. Pensar distinto no es oponerse, es contribuir.
Los maniqueísmos obtusos han interpretado todo llamado a la cordura como el grito del neoliberalismo salvaje, sin entender que la lucha no es por un sistema, por un partido, ni por un Gobierno: es por la dignidad. Es un concepto que fue manoseado y tergiversado, pero no pierde su vigencia, porque ninguna conquista es completa. La búsqueda de la dignidad de las personas nunca se termina.
El Gobierno anterior atropelló el derecho a pensar diferente y sobre todo el derecho a tener un trabajo y contribuir a la sociedad. Eso fue querer arrancarnos dignidad, socavar la república para que nadie pueda oponerse. Ya se fueron y no merecen más palabras, son parte del pasado, de un pasado que ciertamente recordaremos con tristeza. Hemos interrumpido el ciclo y hemos aprendido: una vez caída la teoría del relato, surge un nuevo paradigma. Prueba de ellos es que los mismos intendentes del Conurbano que antes se cubrieron con el manto oficialista de la agresividad y la soberbia hoy dan muestras de querer dialogar, de buscar cómo construir. Contra los sectarios y los nostálgicos del absurdo han trabajado para acordar un presupuesto y hoy trabajan para implementar medidas contra el narcotráfico y la agresión contra el medioambiente con el pacto de Padua. No es que han tenido una epifanía y han virado el rumbo porque su conciencia vio la luz, sólo se han adaptado a lo que los votantes elegimos. Han perdido porque su estilo fue rechazado, porque hemos elegido la república y el camino de las propuestas, del hacer. Ahora están en esa senda, es lógico, a nadie le gusta perder. Es así el juego de la democracia y la república, nuestro voto vale.
Pero esta eterna lucha por la dignidad no cesa. Por eso es que tenemos que presionar constantemente a los Gobiernos para que hagan lo que necesitamos. Hemos presionado por la república y ahora seguiremos presionando por muchas cosas más. Los Gobiernos totalitarios interpretan esa presión como un ataque, los Gobiernos democráticos, como un reclamo justo y hasta necesario para que todos vivamos mejor. Lo demostraron los últimos movimientos políticos: nuestros reclamos fuerzan un cambio de estilo, fuerzan acciones y así llegan las mejoras. Se puede sentir tensión, puede haber palabras fuertes, pero al final se comprende que todo se trata de buscar la forma de que todos estemos mejor.
El Gobierno actual hasta ahora ha hecho sólo lo evidente, lo que cualquiera hubiera hecho. Esto no le quita mérito, sólo digo que no hay mucho para criticar ni para halagar. Los fanáticos se empecinan en encontrar una catástrofe donde sólo se está poniendo un poco de sentido común. Si la controversia es porque en lugar de próceres habrá animales en los billetes, vamos bien: todos coincidieron en que hacían falta papeles de mayor denominación.
Muchos temen que se esté poniendo demasiado foco en la economía. Fue el campo más arrasado de todos y el que primero hay que limpiar para que todo lo demás funcione. Existe el riesgo de que la obsesión por las finanzas del país les haga olvidar a quienes elegimos para que nos gobiernen que la economía no es un fin en sí mismo, sino sólo un medio para construir dignidad. Si la economía va bien, según los cánones de los técnicos, pero las personas sufren y no logran armar su vida y contribuir a la sociedad, entonces las cosas van mal. La economía sin política está vacía, pero la política sin economía es también una fábula. Pero no es eso lo que sucede todavía. Es evidente que los años que vendrán no serán fáciles, pero la culpa no la tienen las medidas que se toman hoy, sino el desastre que dejaron los inexpertos que jugaron a ser economistas y gobernantes durante los últimos años. Fue la era de los amateurs.
Está por verse cómo se resolverá la situación. Por lo pronto, los pasos son adecuados y van en el sentido que necesitamos: construir desde el diálogo y las propuestas. Ahora tenemos sobre qué discutir, sobre qué trabajar. Hay un espacio para el disenso y para las ideas. Es el comienzo, pero no el final. Quienes hemos levantado la voz contra los atropellos del anterior Gobierno seguiremos levantándola contra los atropellos que pueda cometer el Gobierno actual: eso se llama república. La diferencia es que el nuevo equipo es mucho más sensible al diálogo que el anterior. Parecería que se terminó la sordera y el púlpito.
Nos han querido inculcar que se es oficialista u opositor, como si no existiera nada más en el medio. Mientras antes se quería gobernar a pesar de la pluralidad, hoy se trabaja en un esquema en que se gobierna gracias a ella, como debe ser. Algunas veces hablaremos en contra y otras a favor, porque tenemos ideas, porque queremos un país mejor para todos. Nadie está en contra de nadie, todos estamos a favor de la dignidad. Cuando eso no suceda, entonces lo diremos, porque la lucha es siempre por la dignidad.