Por: Christian Joanidis
El kirchnerismo es el pasado. Y es justamente ese lugar, el pasado, del cual no se puede volver. Estuvieron en el poder durante doce años. Fueron una fuerza que se autofagocitó, porque lo cierto es que en las últimas elecciones no tuvieron candidato. Daniel Scioli, no importa qué tan sumiso se haya mostrado, nunca podría haber sido kirchnerista: le faltaba fanatismo e instinto suicida. Fueron doce años de hegemonía para desaparecer sin un continuador. Cristina Kirchner es la única, el alfa y el omega de toda la epopeya. El kirchnerismo es ella y nadie más. No se trata de un grupo de ideas, sino del culto a una persona.
Fueron doce años en los que creímos que la democracia y la república se iban a perder. La cordura de los argentinos interrumpió ese proceso absurdo en el que nos habíamos encerrado. Hoy esos doce años son para mí sólo un mal recuerdo. Se trata de un pasado del cual en el futuro nos avergonzaremos, un pasado que querremos dejar en el olvido. Lo que algunos quieren mostrar como una gesta heroica fue tan sólo el latrocinio mejor organizado de la historia argentina.
Pasaron casi cinco meses desde que cambió el Gobierno. El actual, con sus aciertos y sus desaciertos, exhibe una diferencia evidente con aquellos doce años absurdos. Hoy somos un país normal. No se trata de que me guste o no el actual Gobierno, se trata de entender que nuevamente la Argentina está en la senda de la cordura y que no importa quién esté o quién venga después, no volveremos a la locura de la década ganada.
Hoy los argentinos no estamos divididos en dos bandos. Ya no existe esa identificación con una figura, al mejor estilo de los fascismos europeos o los marxismos soviéticos. Las cosas han cambiado para bien. Ya no hay enemigos por todos lados, sino más bien fuerzas e intereses, pero todos estamos en el mismo barco. Se han terminado los gritos, se han terminado los sordos, ha vuelto el diálogo.
Se me ocurren muchas críticas a cómo está llevando las cosas el Gobierno. En una gran cantidad de medidas no estoy de acuerdo. Pero siempre tengo que reconocer que ha sabido detener la locura, volver a la senda de la normalidad, para que la Argentina pueda ser un país más entre todos los países. Los que venían pregonando la revolución sólo nos han traído alienación y un desajuste que tendremos que pagar por muchos años. Los aumentos que ejecutó este Gobierno no son más que el fantasma del anterior: el desastre que ha dejado el kirchnerismo ahora tenemos que ordenarlo.
Cristina pretende volver y a todos nos llama la atención. No me canso de decir que lo único que no tiene cura es la soberbia y el kirchnerismo es la prueba empírica de ello. Fue su propia soberbia la que lo llevó a autofagocitarse y es ahora la que lleva a ese minúsculo grupo de incondicionales a creer: “Cristina vuelve”. Y es también esa misma soberbia la que llevó a Cristina Kirchner a creer que puede volver.
El ruido no son los hechos. Ni las reuniones, ni las palabras tienen el efecto de un conjuro. Lo que nunca quiso entender el kirchnerismo se pone de manifiesto una vez más: la realidad se impone por sí misma. A quienes queremos una verdadera república el fantasma del kirchnerismo puede asustarnos, no lo voy a negar. Pero es sólo un fantasma. Es el pasado de la Argentina y como todo pasado siempre hay alguno que lo añora: no todos tienen tanto aprecio por la república y la democracia. Algunos pueden pensar que ese pasado fue mejor. Pero es una minoría; en general, nos gusta mirar al futuro, nos gusta soñar.
Pero lo que le ha hecho el kirchnerismo a este país, lo que nos ha hecho a los argentinos… Haber creado una división artificial e innecesaria, haber destruido la cultura del trabajo son males que nos va a tomar décadas remediar. Después de la llegada de la democracia se ha pregonado la memoria, el kirchnerismo ni siquiera merece eso, sólo el olvido. Sus principales figuras deberán ser juzgadas por los crímenes que podrían haber cometido durante la década ganada: luego, el olvido.
Porque si el kirchnerismo es el pasado y del pasado no se vuelve, mucho más remoto es el olvido. Porque, definitivamente, del olvido al que debemos condenarlos como sociedad seguramente nunca volverán, no importa lo que digan los adeptos a esa secta anacrónica que gobernó una década nuestro país. Al kirchnerismo le debemos sólo el olvido.