Por: Claudio Zin
Aceptemos como hipótesis de trabajo la siguiente postulación acerca del amor y otras contradicciones: “El hombre (como género que elige practicarlo) intenta amar lo que desea y la mujer (también como género) intenta desear lo que ama”. Ambos en un vano intento -en muchas ocasiones, por cierto- por hacer sustentable una relación. En otras palabras, el hombre primero desea a una mujer y luego intenta quererla, amarla. Por otra parte la mujer ama primero e intenta sostener ese enamoramiento con el deseo.
Intentos “puros” por conseguir convertir el encuentro en un estado casi permanente de felicidad.
Ambos, hombre y mujer, van acomodando deseo y amor con el paso de los años, es decir, intentando adaptar esos objetivos a la biología y su evolución, ¿o involución deberíamos llamarla? Ejemplos: la perimenopausia, la menopausia en sí misma, la andropausia (suave, lenta, pero también inexorable), son situaciones biocronológicas que implican adaptaciones de este binomio deseo/amor del que intentamos hablar. La menopausia y la andropausia cambian, declinación hormonal mediante (estrógenos/testosterona/progesterona, entre otras), el deseo, la sexualidad, hasta el aspecto alguna vez atractivo.
Hombres y mujeres a sabiendas de estos hechos inexorables, intentaron adaptarse a ellos, “cociendo calcetines” o “leyendo mucho el diario” cuando el sexo partió o se ausentó de manera significativa.
Algunos se atrevieron, tal como hubiera intentado un alquimista, a tentar a la ciencia para prolongar el deseo o el amor vía filtros de todo tipo y fantasías de toda índole que llegaron a involucrar hasta a las almejas, o a cualquier alimento que tuviera la forma física de los genitales femeninos o masculinos con la mágica posibilidad de poderes afrodisíacos, de empujar el deseo hacia adelante.
Desde el estricto punto de vista de un profesional médico, no es más que puro efecto placebo, nada demostrable vía el método científico. Ni el respirar mejor sirve para este fin. Una pena. Pero hace ya unos años ocurrieron dos hechos y seguramente otros que no registro adecuadamente por desconocimiento, pero en el caso de estos dos lo tengo muy claro, que cambiarían la hipótesis de trabajo enumerada al principio de este artículo.
El primero de ellos tiene que ver con la sobrevida de la gente en general. Hemos decidido vivir más tiempo y eso favorece el seguir intentando prolongar la felicidad que se siente al ser amado y deseado, en proporciones casi iguales.
Sólo para tener una idea comparativa, en Argentina la expectativa de vida de la gente en 1900 era de 40 años y hoy ronda los 74/78. Claramente queremos quedarnos más tiempo en este mundo.
El segundo, tiene que ver con la llegada al mercado farmacéutico, hace cerca de 15 años, del sildenafil (llamado comercialmente VIAGRA, entre otros cientos de marcas), droga investigada inicialmente para el tratamiento de la presión arterial elevada y la angina de pecho, que generó tantos casos de un efecto colateral, “indeseable”: se trataba de erecciones sostenidas en los pacientes bajo estudio. Y finalmente el efecto colateral se convirtió en la principal indicación terapéutica. Para aquellos hombres -y sólo para ellos-, con dificultades en lograr o sostener una erección, había llegado el remedio.
Así fue.
Derribó barreras, alimentó fantasías de potencia infinita, a cualquier edad. “No Limits”, “Just Do It ”, fueron las consignas y a seguirlas.
Al demonio esto del amor/placer/amor etc. La Sociedad se preparaba para “puro placer” en cualquier lugar y con cualquiera, total…
Y aparecieron las papá dolls y ya ahora las grandpa dolls. La Sociedad hedonista se fue acomodando y desarrollando nuevos productos sexuales para una demanda cada vez más variada y hasta exigente.
La TV y las redes sociales son los caminos para mostrar y conseguir, entre otros, claro.