Por: Claudio Zin
Se llamaba Samra Kesinovic, tenía sólo 17 años, ciudadana austríaca, de origen bosnio, rubia menuda de ojos claros, muy bonita, muy joven.
Según versiones de la prensa austríaca, Samra fue muerta a martillazos por soldados del Estado Islámico (ISIS), sus amantes, en el momento en que descubrieron su intención de fugarse de Raqqa para volver a Austria.
La historia de Samra comenzó en el año 2014, mes de abril, cuando desapareció de su casa en Austria (a los 16 años); dejó una carta a sus padres que rezaba (literalmente) esto: “No me busquen, serviré a Alá y moriré por Él”. Seguramente no se refería a este tipo de muerte.
Vía Turquía y con una visa falsa, utilizando las redes de reclutamiento del ISIS, Samra llegó a Raqqa, capital del Califato en Siria. Allí ocurrieron dos cosas muy importantes en su vida, que claramente describen el lugar, el valor que el Estado Islámico asigna a las mujeres.
Por su belleza, se convirtió en poster girl, objeto de propaganda para el reclutamiento de otros foreign fighters, combatientes extranjeros, musulmanes o no, pero siempre fanáticos, que, según cálculos actuales, serían cerca de veinte mil en todo el territorio ocupado por el Estado Islámico (daesh, en árabe).
Samra apareció vestida de negro, con velo y vincha también negra con inscripciones en blanco del ISIS que dejaban ver sólo sus grandes ojos claros y su piel blanca, muy blanca. El póster de propaganda hacía un llamado al mundo occidental, a la juventud, para que se unieran al ejército del Califato.
También por su belleza, fue asignada como amante de un kamikaze, de un mártir de la causa que poco tiempo después (meses) se inmoló y la dejó “viuda”.
El ISIS, sin respetar los tiempos del duelo que impone la ley islámica, tres meses, la asignó de inmediato a otro mártir, que murió en combate poco después, por lo que la dejó otra vez viuda y, en esta ocasión, embarazada. Una vez más y casi de inmediato, la asignaron a otro combatiente. Todo esto en menos de 1 año.
No parece muy lejano del trato como objeto lo ocurrido con el ser humano llamado Samra.
Golpes, malos tratos, sumisión total, objeto sexual para entretener combatientes, alimento cuando sobraba: ese es el lugar que ocupa la mujer en el concepto general del Califato. Salvo que quieran combatir, en ese caso a las mujeres se les suma una nueva tarea, la de entrenarse en el uso de las armas para morir combatiendo, que no parece que fuera el destino de nuestra joven bosnio-austriaca.
Torturada por su miserable vida, Samra decidió escapar para regresar a Austria con sus padres, un largo camino, por cierto.
Pocas semanas atrás lo intentó y falló. La encerraron, la castigaron, le pegaron.
Ya no tenía marido-mártir-amante; era sólo un despojo para uso común de quien quisiera o tuviera ganas de sexo.
El hijo, a poco de nacido, le fue quitado y asignado para su cría y cuidado como futuro combatiente, mártir, a un grupo de viejas matronas musulmanas que cuidan a las más jóvenes.
Una vez más, intentó escapar y, según las versiones antes mencionadas, fue molida-muerta a martillazos. Así la crónica de Samra.
Una amiga de nuestra “heroína” con la cual huyó de Austria hace un año, de sólo 15 años, edad del juego, del coqueteo, de la revolución hormonal, murió en un enfrentamiento luchando por el ISIS, eso cuentan.
En las cercanías del día mundial para recordar la reprobable violencia contra la mujer, me pareció prudente traer a la luz estos “modelos” de agresión poco conocidos o poco considerados, sencillamente por culturales.