Por: Claudio Zin
La acalorada y por momentos subida de tono discusión que tuvieron ayer los ministros del Interior de los 28 países de la Unión Europea (UE) presagia muchas cosas y todas malas.
La primera y más seria: regresamos a la Europa de fronteras. Desaparece la frontera única con terceros Estados y vuelven los límites nacionales.
Cada país de los 28 que forman la UE, más los que se agregaron por el acuerdo-tratado de Schengen (en vigor desde 1995) mediante el cual se estableció la libre circulación de personas en los territorios de casi todos los Estados de la UE (excepto Reino Unido e Irlanda) y otros no UE, como por ejemplo: Suiza, Islandia, Noruega. Schengen es una ciudad luxemburguesa donde se firmó en 1985 el tratado que crea el espacio mencionado, por el cual se puede circular libremente como ciudadano de alguno de esos países o si se ingresó al espacio atravesando la frontera, legalmente por supuesto, de alguno de ellos.
Es decir, un emigrado de Siria llega, vía terrestre, a Hungría y atraviesa su frontera demostrando que tiene derecho a pedir asilo político por provenir de un país en guerra, donde es perseguido, y de allí en más puede circular libremente por los territorios de los países Schengen.
El Gobierno húngaro decide que esto no es posible y levanta un muro de alambres de púas de 175 km de longitud, en su frontera con Serbia, sitio por el cual llegan los migrantes por vía terrestre para ingresar a Europa (Hungría es país UE y forma parte del espacio Schengen).
Desde hoy, además, llevará a la cárcel (ya encarceló a 19 clandestinos) a toda persona que ingrese ilegalmente a su territorio.
Planteadas las cosas de este modo, en la crisis de migrantes en Europa se dan, hoy, las siguientes circunstancias, casi todas deplorables y muchas muy tristes y decepcionantes:
1) Los migrantes se clasifican en dos categorías: Los “malos, feos y sucios” que vienen de África (casi todos de piel negra), que nadie quiere, y los sirios, kosovares e indios, que son casi blancos, calificados y con algo de dinero.
Alemania quiere casi solo sirios, siempre y cuando vayan a aprender alemán y trabajen.
2) Los Estados UE (28) asumen dos posiciones: Los que aceptan resignados la ola migratoria de paso por sus territorios, como Italia, España, Grecia, Malta, España, que deberían identificar y redireccionarlos, o permitir que se queden en sus territorios hasta tanto se aclare su situación de refugiados o migrantes económicos, gastando dinero que no tienen para mantenerlos. Cada migrante le cuesta a Italia unos 40 euros por día y hoy son casi 120.000 los que se han quedado.
O aquellos que no los quieren o, mejor, quieren pocos: “En mi país quiero pocos, no más de 20.000 y todos limpios, blancos o de piel cetrina, católicos si es posible, y con alguna capacidad de trabajo”, piden los ingleses e irlandeses, luego de cerrar sus fronteras.
Otros, como Hungría o Austria, no quieren siquiera que pasen por sus territorios, como comenté más arriba.
3) En este contexto, florecen los movimientos políticos de extrema derecha, los que sostienen el “Que se vayan todos los migrantes”, los xenófobos, en particular en Francia, Austria e Italia.
Aquí en Roma la Lega Nord, el partido más comprometido con esta posición tiene ya el 17 % de apoyo en encuestas de imagen y de voto, cuando un año atrás no superaba el 6 %.
En pocas palabras, la crisis de migrantes que no es un fenómeno pasajero, temporal. Según previsiones podría durar más de 20 años y ha logrado, entre tantas cosas, muchas de las cuales ya describí en artículos anteriores, descorrer el velo de un proyecto (UE) consistente solo en agrupar países para concentrar un mercado de 505 millones de consumidores y practicar con ellos la endogamia comercial.
“En Europa con este mercado somos autosuficientes, lo que producimos lo vendemos entre nosotros. Ah, y de paso y para simplificar las cosas, creamos una moneda única: el euro”, pensaron los hijos de los padres fundadores, no los padres fundadores, que soñaron con los Estados Unidos de Europa, esto se lo garantizo.