Por: Daniel Sticco
El ministro de Economía, Hernán Lorenzino, sorprendió a comienzo de la semana a propios y extraños cuando confesó públicamente que la cotización del dólar en el mercado paralelo le hace reír mucho, porque no midió el origen del resurgimiento de ese mercado en los últimos meses. Y, lo que es peor, sus consecuencias sobre la economía de las empresas y en especial de la mayoría de las familias argentinas.
Sobre todo porque considera que se trata de un mercado inexistente y dio a entender que es un invento de los periodistas, “interesados en impulsar una megadevaluación y atacar un modelo cuyo norte es garantizar los ejes de este modelo, los cuales no se tocan, son el crecimiento y el empleo, por eso no vamos a devaluar”, aseveró sin convicción ni autoridad.
Es que el Indec, organismo intervenido que está sobre su órbita, pero no sobre su guía, ha informado en los últimos días que el ritmo de crecimiento del PBI es ahora la mitad del que acusaba un año atrás y que de 165 mil personas que se incorporaron al mercado de trabajo en un año en busca de un empleo apenas lograron su objetivo 48 mil, esto es, menos de la tercera parte. El resto se sumó a la legión de desocupados.
Pero no sólo eso, insiste con que “este Gobierno no va a devaluar”, pero el Banco Central de la República Argentina, que hace más de un año abandonó su autonomía y se puso a las órdenes de la Secretaría de Hacienda para cubrir el desbordado déficit fiscal, aceleró la tasa de devaluación del peso (en el acotado mercado oficial) a 22% anual, alineándose a la desaceleración de la inflación que provoca el enfriamiento de la economía.
“El dólar negro es una herramienta más para presionar al Gobierno para lograr una devaluación. Sigue siendo ilegal, es un mercado que no tiene referencia clara de precio. Me río mucho cada vez que veo la cotización”, sostuvo el funcionario en una entrevista, y desafió al periodismo a revelar sus fuentes, por presumir que difunde un dato que no existe, simplemente porque se resiste a recorrer la calle y leer lo que está pasando, no ya en el “interior profundo” como le gustaba en el pasado hacer referencia la Presidente de la Nación, sino a metros de su despacho.
Aún no empezó el invierno, pero ya se siente
No se trata de seguir haciendo todo lo contrario a lo que se dice, ni de fomentar una megadevaluación del peso, que es lo que hace el Gobierno cuando ajusta la paridad cambiaria más de 21% al año y salta a más de 30% para el caso del productor de trigo, según anunció Cristina Kirchner dos semanas atrás y luego rubricó en el Boletín Oficial, sino de adoptar políticas económicas contrarias a las puestas en práctica desde los últimos días de 2011.
Y no parece que el camino sea partir de un nuevo blanqueo de capitales, ahora llamado exteriorización de moneda extranjera, para oficializar el mercado de cambios paralelo que el propio ministro niega pero que junto a cuatro funcionarios de su área y del Banco Central reconoció en la defensa del proyecto en el plenario de comisiones en el Senado de la Nación.
Menos aún sostener que “es una mentira que no haya opciones de ahorro en pesos”, cuando la renta que se ofrece a los ahorristas se ubica no sólo muy por debajo de la tasa de devaluación del peso, sino más aún de la tasa de inflación que enfrenta a diario, independientemente de la medición que difunde el Indec.
Sobre todo porque la cantidad de familias afectadas por la pérdida de vitalidad de la actividad económica y erosión de sus ingresos supera en más de 10 veces a la que aún tiene alguna capacidad de ahorro y es la que padece en mayor cuantía el efecto de la destrucción de puestos en la actividad privada, el recorte y supresión de horas extras en las fábricas y el comercio y la que, según el Indec, ha comenzado a sufrir el efecto desaliento, esto es el retiro del mercado de trabajo porque observa que las puertas se cierran en lugar de abrirse.
No hace falta ser psicólogo para advertir que la risa del ministro de Economía lejos de ser de alegría es nerviosa y de impotencia, ante la carencia de ideas y de capacidad técnica para revertir decisiones de política que en poco más de 18 meses transformó lo que se creía sellar como una década ganada, en un decenio que finaliza con tendencia a revivir las peores épocas institucionales y económicas de la larga historia de decadencia y de pérdida de oportunidades para la mayor parte de los argentinos.
La Presidente comunicó ayer seis anuncios destinados a incentivar el consumo interno, con la inyección a partir de junio de $1.400 millones, a través de la suba de los subsidios familiares, asignación universal por hijo y otras asistencias destinadas a favorecer la capacidad de compra de los hogares argentinos. Significa el equivalente a un aumento de la demanda privada de 1,4% por mes, la cual anualizada representará menos de un punto porcentual.
Pero como paralelamente no se anunciaron medidas vinculadas con el fomento de la inversión productiva, no hay motivos para pensar en un impulso de la actividad productiva y por tanto la mayor parte del impacto recaerá sobre los precios, pese a que ahora se los busque contener con movimientos políticos y juveniles, carentes de idoneidad. Podrán hacer que no suban los precios, pero no que se elaboren más productos y que éstos lleguen a las góndolas.
Lejos de responder a iniciativas innovadoras y con visión de futuro, parece un avance acelerado hacia el pasado, pese a su probado fracaso.