Por: Daniel Sticco
El Gobierno parece empeñado en romper todas las marcas históricas, no tanto en comparación con tiempos pasados, sino respecto del resto del mundo, porque aquello no sólo sería más que serio, como volver a la hiperinflación del 89-90, o la depresión del 2002, pasado por el singular desempleo que disparó la crisis del Tequila entre fines de 1994 y principios de 1995, sino principalmente porque la memoria colectiva lo tiene presente, sea porque se sufrió en carne propia, sea porque lo recuerdan los familiares maduros, y por tanto no lo toleraría.
Se sabe que la Argentina comparte el top ten de las naciones que conviven con la mayor tasa de inflación del planeta, sea tomando la medición de Indec que acumula más de 20% en los últimos doce meses, como más aún la denominada inflación Congreso que ya supera el 40% en prospectiva y los sondeos de opinión la ubican por arriba de ese rango para los próximos doce meses.
En cambio, poco se dice que mientras la mayoría de los países productores de alimentos en cantidades excedentes para satisfacer sus necesidades internas, como los de otras materias primas, acumulan reservas en divisas y deben hacer malabares para contener la apreciación de sus monedas, en la Argentina la posición de divisas del Banco Central se derrumba a ritmo de más de 7.000 millones de dólares al año.
Menos se repara en que los datos del intercambio comercial que difundió el Indec para agosto dieron cuenta de sendos desplomes de las exportaciones y de las importaciones, tanto en divisas como también en cantidades, fenómeno que cuesta encontrar muchos casos en el mundo de receso a tasas de dos dígitos anuales.
Lo mismo podría decirse del caso del desequilibrio de las cuentas públicas, más aún cuando se origina mayormente en gastos corrientes, subsidios a empresas públicas ineficientes, salvo para generar empleos remunerados que superan en más de tres a cuatro veces la media del mercado de trabajo, según se desprende de los datos del Indec sobre distribución del ingreso.
Y si bien en muchas economías se advierte que este año atraviesan por un ajuste, principalmente por desaceleración de la tasa de crecimiento y en pocos casos pasarán a tasas negativas, cuesta encontrar recesos de la magnitud que está mostrando la Argentina, principalmente en lo que respecta a los productores de bienes de consumo durable y de inversión.
Pese a este escenario, no se ve a los funcionarios preocupados por analizar los números de la realidad y su cotejo con lo que sucede en el resto del mundo, para al menos aspirar estar entre el promedio, con el objetivo de superación, y evitar seguir retrocediendo a los puestos más bajos. Sólo se detienen en casos puntuales, como las potenciales reservas de Vaca Muerta.
Claramente, el cuadro está lejos de ser dramático, pese a que el dólar libre se haya disparado a una brecha de más de 80% con el oficial, sobre todo por el potencial de recursos naturales, humanos y de capital ociosos en el país, como pocos países pueden mostrar.
Pero, la resistencia a tomar los libros que guían a las naciones exitosas, está contribuyendo a generar un escenario cuya superación no podrá lograrse con políticas gradualistas y bajo costo social, en particular para quienes se han acostumbrado a vivir de la dependencia del estado sin trabajar, y no me refiero a la porción de la población con reconocidas amplias necesidades básicas insatisfechas.