Por: Daniel Sticco
Se sabe que el país ocupa los últimos puestos en los ránking de inflación, pobreza, libertad de los agentes económicos y, bien medido, también en los indicadores de empleo y desempleo, producto de la paupérrima participación de la población en el mercado de trabajo. El fenómeno no es nuevo, sino que acumula más de siete años, cuando se decidió abandonar el camino que conducía de la recuperación al del crecimiento y desarrollo, tras la severa crisis del cuatrienio 1999 a 2002, y elegir el de la mayor intervención de los mercados y la devaluación del Indec y del Banco Central, a partir de 2007, aunque en forma más contundente desde fines de 2011.
La consecuencia de esos puntos de giros fue un nuevo debilitamiento de la capacidad de la economía de generar riqueza, porque junto a los obstáculos comerciales se agregaron los fiscales que llevaron a una inédita presión tributaria que le quitó capacidad de consumo, pero también de ahorro y de inversión, a los trabajadores y también a las empresas.
Durante mucho tiempo, y ahora de modo más aislado, se intentó justificar la recesión en que ingresó la Argentina en un cambio en las tendencias de la economía mundial y regional, contra todos los pronósticos. Sin embargo, las nuevas estimaciones de crecimiento del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional con informes que aportan los países miembros, como la Argentina, dieron cuenta de que desde que se impuso el cepo cambiario, con restricciones a las ventas de divisas al público, pero también a los importadores y a las empresas, entre las que se incluyen las que abastecen al sistema de salud e higiene de la población, el país terminará el cuatrieno con un aumento de apenas 2%, frente a 8% que lo hará el conjunto de América Latina y 9% de la suma de los países.
Semejante brecha en las tasas de crecimiento, que echa por tierra la prédica de un escenario externo desfavorable para el país, puso de manifiesto que los desbarajustes que ofrece la economía, sea en los planos comercial, interno y más aún externo, como en el fiscal y monetario, tiene su origen en la acumulación de desaciertos de política, tanto para el mercado interno, como también para el externo.
Aún se está a tiempo para salir de un laberinto que lejos de achicarse, va camino a ampliarse. Sólo se requiere comenzar por adoptar políticas de disciplina fiscal, donde el énfasis del gasto se concentre e intensifique en el corto plazo en el aspecto social, hasta que pueda superarse la lamentable coyuntura y, por el contrario, se cierre el ciclo de subsidios económicos inadmisibles, como a los servicios públicos que consumen sectores de altos ingresos, como en algunas de las empresas que se han estatizado con fines de convertirse en bolsa de trabajo improductivos, más que en eficientes competidoras del sector privado, y más aún en las dependencias del Poder Ejecutivo.
El costo del desbarajuste
Mientras esa tarea se demore, el Banco Central seguirá devaluándose, como volvió a quedar en evidencia en los últimos 20 días, donde luego de emitir más de 29.000 millones de pesos a tasa cero para asistir al Gobierno nacional, tras haber gastado más de lo que le ingresa por impuestos, decidió absorberlos con colocaciones de Pases y Letras pagando a los bancos tasas de 27 a casi 30% anual.
No se trata de cifras menores, las estadísticas monetarias y financieras del Banco Central dan cuenta de un total de Letras emitidas entre 90 y 365 días de plazo de algo más de 272.000 millones de pesos, a los que se agregan otros 23.000 millones de operaciones de pases con el sistema financiero, que genera una remuneración equivalente mensual del orden de dos por ciento, unos 7.000 millones de pesos por mes, y casi 90.0000 millones de pesos al año, esto es aproximadamente dos puntos del PBI.
Sólo con la perspectiva de un rápido y audaz saneamiento de las cuentas públicas, a través del reempadronamiento y bancarización de todos los salarios y planes sociales que paga el Gobierno nacional, y el posterior comienzo de la elaboración de un Presupuesto Base Cero en base a las reales necesidades de la administración, siguiendo inicialmente parámetros internacionales, se podrá empezar a quitar los vicios acumulados en la larga historia de desequilibrios, se podrá pensar en simultáneo en una salida seria y ventajosa del último y largo tramo del default de fines de 2001.
A partir de ahí se podrá volver más temprano que tarde a la senda del crecimiento, con incentivo al ahorro y la inversión por parte de los residentes y regreso a los mercados internacionales de deuda, necesario para reactivar los emprendimientos productivos y en infraestructura, y con ello posibilitar el crecimiento sostenido y sustentable.