Por: Daniel Sticco
Con el cambio de gobierno el 10 de diciembre, pero principalmente desde “el fin del fin” del cepo cambiario, en la Argentina los agentes económicos y financieros comienzan a seguir un nuevo indicador de “confianza inverso” del humor de los mercados, tanto locales como principalmente del exterior.
En los 80 y hasta fines de los 90 el indicador inverso de confianza fue el movimiento del índice de riesgo país que describía el EMBI del banco JP Morgan, que no era otra cosa que la brecha de rendimiento de bonos de la deuda pública del gobierno argentino con un papel similar del Tesoro de los EEUU. Digo “indicador inverso” porque cuando sube refleja desconfianza, descrédito para tomar decisiones de inversión en el país, y cuando baja, todo lo contrario.
Luego, desde la salida traumática de la convertibilidad fija del peso con el dólar, esa referencia fue prácticamente reemplazada por la cotización de la divisa en el mercado libre, paralelo o ya popularizado “blue”, el cual replicaba el concepto anterior.
Pero ahora, desde el día siguiente a la asunción a la presidencia de Mauricio Macri y sU equipo de Cambiemos, resurgió como indicador testigo relevante, la tasa de interés de referencia del Banco Central, como ocurre en la mayor parte del mundo.
La nueva autoridad monetaria, encabezada por Federico Sturzenegger, dio el puntapié inicial a la prenunciada salida rápida del cepo cambiario, al disponer la suba de las tasas de interés de las Lebac (Letras del Banco Central) del 28 al 38% anual, para las emisiones a un mes de plazo. Luego siguieron la eliminación de las retenciones a las exportaciones del agro y la industria y finalmente el levantamiento casi pleno del cepo cambiario, sólo quedaron atrapadas con salida gradual las deudas de los importadores con sus proveedores.
El encarecimiento del costo del dinero, porque el rendimiento de las Lebac, determina casi el piso de los intereses que deben ofrecer los bancos a sus clientes por las colocaciones a plazo fijo para no perder depósitos, es la herramienta inicial que eligió el Gobierno para desalentar la dolarización e incentivar la monetización de la economía. De ahí el arranque con un nivel que supera en más de 10 puntos porcentuales a la tasa de inflación pasada y entre 3 y 5 puntos porcentuales la suba esperada de los precios, con el arrastre inercial de los aumentos que ocurrieron desde fines de noviembre.
Primer punto de inflexión
La estrategia, apuntalada en el anuncio del ministro de Hacienda y Finanzas de un plan que resultó creíble por los mercados, porque se basó en la constitución de una masa crítica de hasta USD 25.000 millones y un piso de USD 15.000 millones para apuntalar la posición líquida de reservas del Banco Central en el término de un mes, tras las decisiones previas comentadas, dio rápidamente sus frutos sin generar situaciones traumáticas: el dólar libre sin cepo comenzó a cotizar por debajo del dólar libre e incluso del contado con liquidación, pese a que no había ingresado un solo dólar a las reservas.
Ese movimiento, “sin intervención” de la autoridad monetaria, pese a que había destacado que el mercado de cambiario tendrá una “flotación sucia”, con compras cuando el precio de la divisa decline por debajo de un valor que se considere afecte la competitividad externa de la producción nacional y ventas si observa que sube a un ritmo superior a la volatilidad de la plaza, se sostuvo, y recién al tercer día mostró un aumento, pero sin sobresaltos.
Frente a ese cuadro, en la primera licitación de Lebac en tiempo de mercado único y libre de cambios, como no ocurría desde el 1 de noviembre de 2011, el Banco Central decidió bajar las tasas en dos puntos porcentuales, a 36% anual para el tramo de 30 días y aún así pudo absorber del sistema financiero más de $16.500 millones, más de 2% de la base monetaria. Y al día siguiente el dólar se incrementó seis centavos, a $13,35, muy lejos de los pronósticos de los amantes del gradualismo.
Sin duda, los primeros pasos de la salida del cepo superaron las expectativas de muchos, en particular de aquellos que no daban crédito a la capacidad de generar confianza sin reservas de libre disponibilidad. Pero aún falta dar nuevos pasos, como la explicitación de las metas presupuestarias para el año próximo, con un claro sendero de reducción del abultado déficit fiscal; y los programas monetario y financiero, que permitan delinear una perspectiva de desaceleración de la inflación y la recuperación del crecimiento de la economía, con más inversión y comercio exterior, y sin afectar el actual nivel de consumo de los bienes esenciales.
Claramente, la suba de las tasas de interés repercutió en el aumento del costo del crédito tomado a tasa variable, y de los consumos con tarjeta financiados por los emisores, y con ello restará capacidad de compra futura.
Pero en la medida, en que la recuperación de la confianza se consolide, y la inflación mantenga la senda descendente que tuvo hasta octubre, pero ahora sin apelar a una estrategia recesiva, las tasas de interés podrían seguir un rumbo declinante y generar un proceso virtuoso.
Una buena noticia la están proporcionando las empresas extranjeras con pago de dividendos atrasados a sus casas matrices, porque no estarían mostrando intenciones de comprar dólares para enviarlos al exterior, sino, por el contrario, empezaron a anunciar la aceleración de inversiones en aumento de la capacidad productiva y de servicios a clientes.