Por: Dardo Gasparre
Salvo un breve momento en el que su entonces referente económico Carlos Melconian habló de la imprescindibilidad de bajar el gasto, el Presidente nunca volvió a referirse a la importancia de reducir significativamente el gasto del estado, ni mucho menos a explicar cómo planeaba bajarlo.
Al contrario, en el afán de la campaña prometió que nadie perdería sus planes, ni sus logros, sus derechos adquiridos o su trabajo. Luego avanzó con la idea de que se continuaría con una Aerolíneas estatal pero eficiente, una YPF estatal manejada por un muy buen ejecutivo, y un Fútbol para Todos financiado con publicidad privada.
La única excepción fue su frase de que echaría a la Cámpora del estado y a los ñoquis. De paso aseguró que una devaluación no se trasladaría a los precios y que no se perdería el poder adquisitivo del salario. Después el discurso viró hacia el crecimiento como el modo de solucionar el déficit fiscal y a la eliminación del cepo y la baja de las retenciones.
Ya en el poder, el gobierno se encontró con algo que sospechábamos, aunque no en tamaña magnitud: la situación fiscal del estado es catastrófica, en todas las áreas y todas las jurisdicciones. El déficit es mayor que el peor de los pronósticos y el sistema está saturado de pesos, que seguirán emitiéndose para pagar compromisos de la anterior gestión y también para pagar nuevos déficits de la presente gestión.
Este último punto es central para la lucha contra la inflación, mucho más que el tipo de cambio. La emisión es sencillamente inflación. Sólo el tiempo demora la igualdad de ambos términos.
El ejecutivo en pocos días ha desarrollado una actividad fenomenal. Mientras celebraba su triunfo ya estaba adaptando sus ideas a la situación encontrada y abriendo instancias de negociación.
Sólo habían transcurrido 72 horas de su asunción y ya el presidente del Banco Central se estaba peleando encarnizadamente con los bancos para minimizar el efecto de los contratos de futuros cuya seguridad jurídica clamaba el sistema que hasta un rato antes suplicaba por la muerte y descuartizamiento en vida de Vanoli.
No era una cuestión ética, jurídica o legal. Había que reducir al máximo la emisión adicional que implicaban esos contratos, una lluvia torrencial de pesos sobre la ya incontrolable inundación heredada y sin desagotar.
Rápidamente se eliminaron las retenciones, se bajó la de la soja y se borraron todas las restricciones a la exportación y varias a la importación. Además de cumplir su promesa, el paso era imprescindible. En estas horas se estará comenzando a liberar el cepo cambiario en etapas, también una tarea impostergable.
Pero al cortar el nudo gordiano del tipo de cambio, el gobierno se enfrenta a otro nudo gordiano: la secuencia exceso de pesos – inflación- devaluación – altos intereses – más emisión – exceso de pesos y así hasta el estallido. Subir la tasa esteriliza por un tiempo los pesos que se emitan, al costo de emitir más pesos, que vuelven a provocar el círculo vicioso que ha signado los 70 años últimos.
Macri se ha enamorado, aparentemente, de la idea de romper ese ciclo fatal con crecimiento. Teóricamente eso sería posible: en algún momento futuro las paralelas pueden llegar a tocarse, y entonces el déficit podría llegar a bajar por vía del aumento de la recaudación.
Eso si llegamos a ese futuro. Lo más probable es que el déficit siga su camino inexorable, lo mismo que el círculo vicioso descripto y que la inflación siga su ascenso, no por culpa de la liberación del cepo, sino por una elemental cuestión monetaria.
La historia muestra que en casos similares, el gasto no se queda quieto mientras el producto bruto aumenta: lo sigue pari passu, como diría Griesa. Por eso el gasto debe bajar en valores absolutos actualizados, antes de pensar en su baja porcentual, lo mismo que el déficit.
El tiempo real transcurrido ha sido demasiado escaso, el conocimiento de la situación demasiado reciente y la toma de contacto de los funcionarios con su situación burocrática y presupuestaria ni siquiera ha empezado. Pero el gasto debe empezar a bajar ya, para no arruinar no sólo la apertura y la baja de retenciones, sino para no arruinar el concepto mismo de la libertad de mercados.
En una serie de cinco notas en este diario que pueden encontrarse aquí, [ 01 02 03 04 05] defiendo la idea de que la lucha contra el gasto debe ser iniciada en varios frentes simultáneos, de que se trata de una cuestión de gestión, y de que será imposible llevarse a cabo si no se encuentran los formatos que desactiven el clamor por la seguridad jurídica y los derechos adquiridos. También sostengo que no hay modo de hacer eficientes a las empresas públicas, y que el gasto se autoindexa.
Hoy la importancia y urgencia de bajar el gasto es aún mayor. En estos pocos días, se ha avanzado en declarar la emergencia energética, una obviedad sin embargo necesaria para salir de la trampa en que cómodamente nos dejamos encerrar. Seguramente cuando se vea el efecto económico de la adecuación tarifaria habrá muchos indignados. Pocos aceptarán que esos aumentos muestran la dimensión de la barbaridad cometida.
Pero este paso es más bien una medida obligada para que las empresas vuelvan a tener una tarifa que las impulse a producir, antes que una reducción porcentual significativa del gasto, aunque la cifra total sea impactante.
El gasto no se ha analizado aún, y habrá que ver si efectivamente se toca en serio. La fuerte oposición política que ello generaría y una cierta convicción en el equipo económico de que crecer es mejor que ajustar, como si fuera una opción, podría demorar, reducir y hasta paralizar la baja del gasto.
Sería un error fatal.
La reducción del déficit no admite demoras. El trabajo que debe hacerse, como explicara en mis notas, es largo y complejo. Hay que empezar ahora para tener efectos notorios en uno o dos años. Pero hay que empezar, y tener un plan concreto para cada área, cada repartición, cada rubro.
La trampa política más grande en la que se puede caer, es temer a las marchas, las acusaciones y las huelgas que ineludiblemente ocurrirán. Y lo que es peor, no vendrán solamente de quienes se cree que vendrá. Los macristas y aún los liberales más fervorosos creen que el gasto que a ellos les conviene, es el único que es intocable y sagrado.
El grito virtual de “la vida por Macri”, puede trocarse en “la vida por mi gasto” en cuanto se intente bajarlo . Pero la tarea es impostergable e inevitable. Si no se hace, esta devaluación de hoy será apenas un trampolín a una gigantesca piscina llena de inflación.