Por: Darío Epstein
China se caracteriza por hacer prevalecer el dominio del Estado por sobre la economía, asignándole una enorme importancia en la estrategia política del país. Muchos progresos se han hecho en dirección de una economía más capitalista en los últimos años, explorando un mejor equilibrio entre la búsqueda de las fuentes de crecimiento de la segunda economía mundial y la vigencia del Partido Comunista en el poder.
El ministro Li Keqiang llegó al poder en marzo y se comprometió a abrir la economía a las fuerzas del mercado. Por eso en el plenario
n°18 del Partido, China fue más allá en la reducción de la participación del gobierno: prometió reforzar el papel de los mercados en la asignación de los recursos, aunque el Estado seguirá siendo dominante en la economía.
El Gobierno lidia con un tema que hemos mencionado en más de una oportunidad, que es la acumulación de préstamos incobrables, un costo oculto e intangible que puede no sólo hacerle jugar una mala pasada a China sino al mundo entero, siendo uno de los factores potenciales de riesgo.
Los cambios son en la dirección de más mercado, no menos, pero nos preguntamos: ¿es realmente lo que quieren los inversores? ¿O bien un Estado fuerte que no le tiemble el pulso para sostener la baja en la actividad económica? Los mercados al menos no le dieron la bienvenida a las conclusiones porque carecen totalmente de definiciones. Es imposible determinar por dónde empezarán y cómo lo harán. El cambio de sesgo y profundización de la transición es siempre bienvenido, pero esta vez los políticos chinos defraudaron.
Nos preocupa profundamente cómo China hará para orientar su economía desde su tradicional modelo ahora basado en las exportaciones (que comienza a dar señales de agotamiento) a una economía de consumo interno.
Los 205 miembros del Comité Central encabezados por el presidente Xi Jinping y el primer ministro Li Keqiang votaron una mayor transición y más “mano invisible” al mejor estilo de Milton Friedman. Dieron a entender que darán un fuerte apoyo a las empresas privadas como un componente importante de la economía, a pesar de la dominancia de las empresas estatales: las empresas propiedad del Estado controlan sectores tan vitales como los bancos, la energía y las telecomunicaciones.
Cualquier empresario aplaudiría que se fijaran objetivos estratégicos tan lejanos como para terminar de madurar en el año 2020, pero los mercados se mueven en el corto plazo y las señales son de una menor ayuda frente a posibles complicaciones en lo económico. Y se mantendrá el dominio del sector público en la economía.
Hasta ahora, las autoridades definían el papel del mercado en la distribución de recursos como básico, pero ya no será el mismo tono intervencionista.
Un reciente informe de Morgan Stanley vaticina una tasa de crecimiento aún más débil en 2014, a contramano del consenso de economistas.
¿Prevalecerá ese escenario? ¿Cuál será el papel del Estado frente a ese escenario el año que viene y cómo hará para mitigar los efectos adversos justo en momentos en que decide profundizar la transición?
Demasiadas preguntas y pocas respuestas.
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