Por: Eduardo Amadeo
Es francamente muy notable que en un Gobierno que hace de diversos enunciados progresistas su razón de ser (y que por lo mismo anatematiza sistemáticamente al “neoliberalismo”), la importancia y calidad de los bienes públicos haya caído a los niveles más bajos de nuestra historia. Los bienes públicos, o sea aquellos cuyo uso está disponible para todos, son primordialmente una responsabilidad del Estado, y son una herramienta esencial en la lucha por la equidad y aun por la competitividad. Son bienes públicos tradicionales: la infraestructura, la defensa, pero también la educación y la salud. Si miramos el desempeño de estos bienes públicos en estos 10 años, el resultado no puede ser más desolador (e injusto): la infraestructura económica destruida (energía, rutas, trenes), la defensa inexistente y la educación con los resultados que hemos visto en la última medición de PISA.
Los resultados de PISA merecen varias lecturas. Era obvio que luego de la crisis, la pobreza se metió en la escuela; y sus efectos fueron desbordando la capacidad del sistema para lograr más inclusión y capacidades en los alumnos. Pero 10 años después (y un enorme aumento de recursos que hoy llegan al 6% del PBI), una tras otra las evaluaciones muestran el fracaso y su impacto sobre la vida de los alumnos. Durante un tiempo el Gobierno siguió el peor de los caminos: negar el valor de las evaluaciones y no pensar en términos de cambios profundos en el paradigma y modos de funcionamiento del sistema. No avanzó sobre nuevos instrumentos legislativos, no pensó en escuchar voces diferentes, no rompió moldes en modos de encarar la pobreza y su impacto perverso.
Basta ver lo que sucedió en la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, donde no se pudo avanzar en un solo proyecto mayor de los muchos que esperaban espacio para transformar el sistema. La sola posibilidad de hablar de evaluaciones, pruebas finales, nuevos criterios de capacitación y promoción de los docentes despertaba anticuerpos K contra lo que se consideraba el avance neoliberal en la escuela. Mientras Ecuador -desde la izquierda- y México -desde la derecha- encaraban verdaderas revoluciones educativas, Argentina sólo se defendía del avance conceptual de la derecha; nada nuevo, sólo defensa ideológica.
Las variables más evidentes anticipaban estos resultados: el ausentismo docente, la repitencia y abandono son la antesala del fracaso en los conocimientos. Para muchos pibes, ya es tarde. Lo que han perdido no lo han de recuperar. Ahora sólo queda poner toda la energía posible en refundar definitivamente la educación argentina, como parte de un gran acuerdo político en el que calidad y equidad sean los centros innegociables de una nueva dimensión del uso de los bienes públicos para la equidad y el crecimiento.