Por: Eduardo Epszteyn
Si se hiciese una encuesta sobre los principales problemas ambientales de la ciudad de Buenos Aires, muchos porteños optarían por señalar infinidad de conflictos con los que conviven habitualmente y que gozan de mucha prensa, pero seguramente no señalarían al ruido como uno de ellos.
Sin embargo la nuestra es una de las cuatro ciudades más ruidosas del mundo. Y esos sonidos agraviantes para una vida digna y que en muchas zonas apenas varían entre la noche y el día, provocan un fuerte impacto sobre la salud y la vida social de las personas, aunque estos efectos tarden muchos en ser detectados y mucho menos aún, relacionados con los sonidos de la ciudad.
No sólo provocan problemas de audición, sino además trastornos en el sueño, y a partir de ello problemas psicofisiológicos, que derivan en un fuerte incremento sobre los costos de las obras sociales y empresas de medicina prepaga, así como en los niveles de presentismo laboral.
Lamentablemente, el gobierno local, tan atento a los conflictos que son visualizados por la prensa, poca atención le ha prestado a este conflicto “silenciado”.
Hay cuestiones que conocemos. Por ejemplo, que las fuentes generadoras de ruido son móviles, como el tránsito, y fijas, sobre todo la construcción y los ruidos del vecindario generados por restaurantes, cafeterías o discotecas.
Ahora bien, dónde se presentan los mayores niveles de ruido y a qué se deben en cada caso son preguntas de respuesta imprescindible para aplicar acciones desde el Estado que puedan mitigarlas; pero hoy son una incógnita.
En nuestra gestión a cargo de la Secretaría de Ambiente elaboramos el primer Mapa de Ruidos de la Ciudad de Buenos Aires, que daba respuestas sobre los problemas originados por el tránsito. Pero no fue convenientemente actualizado y lamentablemente hoy no es un instrumento útil para aplicar políticas específicas, cuando en estos diez años se ha duplicado el parque automotor y se han multiplicado los aparatos de aire acondicionado instalados, por citar sólo dos ejemplos.
Se puede regular el tránsito, restringiéndolo en algunas horas pico, cambiando las rutas de colectivos, cambiando las exigencias en los motores de los camiones de recolección de basura, generando nuevos códigos de construcción, auspiciando el uso de tecnologías aislantes para viviendas y oficinas (ley que propusimos en la Legislatura) y tantas otras acciones que lleven a mitigar y en algunos casos a resolver definitivamente el problema.
Sólo hace falta decisión política, cuestión de la que este gobierno, más preocupado en la candidatura presidencial de su Jefe, que en gobernar, ha demostrado carecer.
Esquinas como Juramento y Cabildo, donde se superan los 120 decibeles de ruido, cuando la OMS recomienda 70 como máximo, y decenas de esquinas con más de 80db todos los días, demuestran la necesidad de sentarnos entre todos y acordar políticas activas y de largo plazo que hagan de este un problema menos ruidoso.
La propuesta está servida; si queremos vivir en una ciudad mejor, comencemos por escucharla.