Por: Enrique Avogadro
¿Cuántas veces escuchamos decir que el libro está muerto? La industria anuncia su fin al menos una vez por día, los libreros hablan en pasado de “tiempos mejores”, los editores hacen malabares para adaptarse a los catálogos digitales y la venta de ejemplares on line, y los autores se debaten entre el supuesto colapso del mercado editorial y la satisfacción enorme -y barata- de gestionar la publicación de su libro desde su laptop. En el medio, ajeno a este vaivén, está el lector.
Ajeno porque a contramano de las predicciones, el público insiste en acercarse a los eventos que tienen como protagonistas a los libros y todo lo que con ellos se relaciona. Los eventos más convocantes de la Ciudad son la Noche de las Librerías y la Feria del Libro, que supera aualmente el millón de visitantes y este año festejó su capítulo 40. Pero eso no es todo. Una vez más, como desde hace 23 ediciones, también fue un éxito la Feria del Libro Infantil y Juvenil, un evento que crece e incorpora cada vez más visitantes, más editoriales, más actividades, más opciones, más y nuevos lectores. Y especialmente lectores, porque si bien el advenimiento de las nuevas tecnologías puso contra las cuerdas al modelo de negocios editorial tradicional, es igualmente cierto que son las editoriales infantiles y juveniles las que más innovan y experimentan a la hora de buscar nuevos modelos de negocios y nuevas formas de tender puentes entre los libros y su público, a través de la ilustración, el diseño, el formato, la tipografía, la narración o una suma creativa de todas ellas.
Algunas se destacan por sus diseños e ilustraciones y otras por sus novedosas propuestas; como Arte a Babor que se dedica a libros de arte para niños y preadolescentes, o como Iamiqué cuyos libros informativos sobre ciencias, matemática y lenguas, se exportan a gran parte de los países vecinos e invitan al lector a seguir explorando contenidos en la Web. Ejemplos como éstos demuestran que, lejos de amedrentarse por la inagotable cantidad de competidores a los que los libros se enfrentan, muchos de los actores del sector eligen aprovechar y combinar inteligentemente lo mejor de los dos mundos, el físico y el digital, para seguir manteniendo una industria editorial saludable.
Pese a esto, sería necio negar que con la llegada de las nuevas tecnologías la industria haya sufrido cambios, pero estos cambios permiten que hoy cualquiera en cualquier parte del mundo pueda acceder a un conocimiento que hasta no hace mucho estaba limitado o llevar una biblioteca en un dispositivo, y ni hablar de los autores, quienes tienen a disposición herramientas para editar, publicar y vender sus obras a bajo costo y casi sin intermediarios. Aparecen también nuevas ideas y nuevos actores para darle valor al negocio.
En esta línea, hace unos meses albergamos en el Centro Metropolitano de Diseño la elección del Primer Premio Latinoamericano de Diseño Editorial; el primer reconocimiento regional al resultado del trabajo de un diseñador que supo interpretar de la mejor manera el contenido de un libro, y existen más ejemplos, como el del escritor mexicano Carlos González Muñiz quien se convirtió, el pasado junio, en el ganador de la primera edición del Premio Internacional de Novela Digital. Un género que aunque parece futurista, no es otra cosa que una novela que incorpora herramientas y posibilidades del mundo virtual para contarse.
Ejemplos como el de Arte a Babor, Iamiqué, el premio al diseño editorial, el premio a la novela digital y tantos otros, demuestran que la democratización de la experiencia de lectura y escritura no se traduce automáticamente en la muerte del libro, ni del negocio, ni de la industria, sino en una oportunidad para reinventarse y explorar otras posibilidades de la mano de la innovación y el talento creativo. Y esta industria, de a poco, está aprediendo a reconvertirse.