Por: Fabián Peralta
En estos días, apremiados por la realidad, palabras como búnkers, kioscos, dealers, soldaditos, o cualquier expresión con el prefijo narco, son de uso permanente y pasaron a ser parte de nuestro vocabulario cotidiano. El crecimiento de la producción, consumo y tráfico de sustancias ilegales en esta última década en el país es una realidad que nadie puede desmentir, ni siquiera, poner en duda.
Sin embargo, todos los análisis y consideraciones se hacen, en general, sobre el combate al narcotráfico. Consecuentemente se piensa en este sentido y se proponen soluciones como reprimir el delito, limitar la oferta de las sustancias ilícitas con la idea de restringir el acceso y aumentar los precios para, de esta manera, producir una merma del consumo.
Quiero dejar en claro que considero al narcotráfico la principal amenaza de las democracias latinoamericanas y que la narcocriminalidad es uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad. Pero considero igual o más importante aún sumar al debate el por qué de la creciente demanda de sustancias y la necesidad de comprender que no será el combate al narcotráfico lo que modifique sustancialmente el problema social o sanitario.
Quizás porque no guste, sea incómodo o resulte más fácil, se tiende a poner la mirada en otro lado. Pero debemos hablar de la demanda de sustancias. Este es un debate vital. Allí tenemos que mirar, y todos tenemos que poner la mirada en esto, si pretendemos lograr cambios profundos y reales.
Según un estudio que realizamos con mi equipo de trabajo, uno de cada tres adolescentes comienza a consumir en su propia casa o en la casa de un amigo. Comparto este dato solamente para dimensionar que el Estado no puede estar en la casa de cada uno de nosotros y que debemos, además de reclamar, asumir la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos como ciudadanos.
Si pretendiéramos algún tipo de clasificación en torno a las drogas, no existe condición alguna que disminuya sus efectos. No podemos caer en la ilusión de pensar que las drogas legales no son un problema. Por ejemplo, hoy el principal problema, en estos términos, lo tenemos con el alcohol: uno de cada cuatro siniestros viales lo protagoniza una persona que consumió alcohol. Mientras tanto, el tabaco, otra droga legal, produce 40000 muertes por año, siendo 6000 fumadores pasivos y los niveles adictivos de la composición química de los cigarrillos se han ampliado.
Por otra parte, el consumo de drogas legales pero de uso ilegal, como los psicofármacos no prescriptos por médicos, es un hábito que crece de la mano de la automedicación, la sobre medicación y la medicación a terceros. Vivimos la “cultura de la pastilla” y no concebimos una visita al médico si éste no nos receta nada.
Por último, las adicciones en las que no intermedia una sustancia tampoco paran de crecer. La ludopatía o juego patológico (adicción con mayor nivel de suicidios) o la adicción a Internet son los dos exponentes más claros de estos comportamientos adictivos.
Como vemos, la demanda y la necesidad de consumo permanente no sólo de sustancias, sino de bienes, tiene un componente cultural y sociológico que hay que repensar. En esto deberíamos poner nuestra atención y generar campañas que fomenten modos de vida saludables, donde el deporte, las actividades artísticas o culturales y el estar con otros aportando algo a la sociedad sean los ejes. Ya hemos visto que las campañas del tipo “la droga mata” son insuficientes e ineficientes.
Aunque las campañas sean buenas, de nada servirían si el Estado se dedica a “hacer como” que está presente. Se puede convencer a un pibe que disfrute un deporte pero si no tiene dónde practicarlo sería una terrible frustración. Los altos consumos y la demanda permanente de sustancias (legales o no) nos están señalando que hay cosas que debemos revisar en nuestra sociedad.
Para graficar esto, viene bien una anécdota: en la Villa 31, durante la filmación de la película “Elefante Blanco” de Pablo Trapero, disminuyeron los consumos de todas las sustancias durante el tiempo que duró el rodaje. Así analizaba este hecho un sociólogo: “Durante esos días la gente rompió su agobiante rutina, se sintió parte de algo y ese algo los trascendía”. Creo que es una buena postal para entender qué nos pasa y actuar en consecuencia.