Por: Fabio Ferrer
El Edicto sobre Precios Máximos (Edictum De Pretiis Rerum Venalium) fue promulgado en el año 301 por el emperador romano Diocleciano. La norma establecía precios máximos para más de 1.300 productos. La lista incluía productos alimenticios (carne de vaca, granos, vino, cerveza), ropa (calzados, abrigos) y el costo del transporte marítimo. Además fijaba lo que se debía pagar por la mano de obra necesaria para producirlos, es decir, los salarios.
Durante el siglo tercero, la moneda romana había registrado una enorme devaluación como consecuencia de que varios emperadores habían acuñado sus propias monedas para obtener más efectivo para pagar salarios a soldados y funcionarios (¿les resulta familiar esto?).
El edicto de Diocleciano castigaba con la pena de muerte a los especuladores, a quienes culpaba de la inflación y los comparaba con los bárbaros que amenazaban el imperio. También prohibía a los comerciantes llevar sus productos a otros mercados donde los pudieran vender a precios más altos.
Esta norma dictada por Diocleciano no logró su objetivo de frenar la inflación ya que la constante emisión de monedas de bajo valor metálico trajo como consecuencia que se devaluara aún más y aumentaran los precios de los productos. De esta manera, los precios máximos resultaban demasiado bajos generando que los mercaderes dejaran de vender algunos bienes o que lo hicieran ilegalmente, o sea, en el “mercado negro”.
Esta regulación alteró el intercambio de bienes de tal manera que ciudades enteras dejaron de comerciar. Además, como el edicto fijaba los salarios, los trabajadores en especial los soldados protestaron al notar que, como consecuencia de la inflación, con lo que cobraban podían comprar cada vez menos productos. Conclusión: el control de precios de Diocleciano fracasó de manera rotunda.
Cualquier similitud con la actualidad no es mera coincidencia.
La historia dice que Diocleciano, enfermo y debilitado, tuvo que abdicar convirtiéndose en el primer emperador romano en dejar voluntariamente su cargo.