Prejuicios y verdades sobre el islam

Federico Gaon

Hace poco más de una semana, la televisión norteamericana causó revuelo por los dichos y argumentos que se dijeron en contra del islam durante un programa emitido por HBO. Inaugurando el debate, Bill Maher, anfitrión del talk show en cuestión, y uno de sus invitados, Sam Harris, criticaron a los “liberales” -a quienes en Argentina conocemos o etiquetamos como “progresistas”- porque, si bien se alzan contra la ortodoxia y los dogmas de algunos sectores cristianos, aparentemente callan frente a los abusos e imposiciones provenientes de sus análogos musulmanes. Los panelistas manifestaron que existe un problema con el islam y con el establecimiento del discurso políticamente correcto que lo ampara, según ellos, de toda crítica.

Maher y Harris argumentaron que en las sociedades occidentales cuestionar al islam puede merecerle a uno ser rápidamente etiquetado de islamófobo; que existe un cepo que inhibe a muchos de cuestionar ciertas prácticas provenientes del campo musulmán por miedo a ser catalogados como racistas o xenófobos. Si bien yo coincido plenamente con este planteo, en el punto álgido de su presentación los oradores hicieron declaraciones lamentables. Harris dijo que el islam es “la veta madre de las malas ideas”, y su anfitrión, Mahler, que “el islam es la única religión que actúa como una mafia, que te mata si decís la cosa equivocada, dibujás el dibujo equivocado, o escribís el libro equivocado”.

Para presentar el argumento contrario, Ben Affleck expuso elocuentemente que los extremistas son una minoría, y que la mayoría de los musulmanes simplemente quieren llevar a cabo sus vidas pacíficamente, procurando la misma seguridad, educación y bienestar que el resto de los mortales. Otros invitados, Nicholas Kristof y Michael Steele, denunciaron que los medios no hacen lo suficiente para mostrar a todos aquellos musulmanes que se expresan en público en contra del terrorismo y las desmesuras del conservadurismo. En suma, habría miles de personas como Malala Yousafzai que el mundo ignora, y que demuestran la cara benévola y misericordiosa del islam que los prejuicios tapan maliciosamente.

Ambas posturas tienen algo de razón. Sin embargo, creo que la del actor de Hollywood en algún punto representa el pensamiento iluso de muchas personas bien intencionadas, que desconocen las realidades del mundo islámico. Tal como lo muestran las encuestas, el rol que cumple la religión en la vida pública de los países musulmanes es estrepitosamente alto. Por ejemplo, según una encuesta del Pew Researh Center estadounidense, el 91% de los musulmanes de Medio Oriente y África del Norte consideran que es indispensable creer en Dios para ser una persona moral. Según la misma fuente, todos los veintiún países que tienen leyes contra la apostasía tienen mayoría musulmana. Luego, para el Departamento de Estado norteamericano, de los diez grupos que perpetraron ataques terroristas en 2013, siete eran grupos islámicos.

Ricardo H. Elía, prominente historiador del Centro Islámico de nuestro país, ha dicho recientemente en un seminario que el problema del terrorismo y del excesivo poder que en algunos lugares retiene el conservadurismo no se debe al islam per se, sino más bien a los propios musulmanes, a aquellos quienes distorsionan el espíritu racionalista y compasivo de la fe.

Bien, no es que Elía esté equivocado, pero una cosa es analizar a una religión por sus valores abstractos, y otra cosa muy distinta es hacerlo por sus eventualidades prácticas, por su desarrollo histórico e influencia real sobre el comportamiento de los colectivos humanos. El islam no es “la veta madre de las malas ideas”, pero es menester reconocer que la Islamosfera, es decir el mundo islámico, no se rige por la misma cosmovisión occidental que rige en las sociedades libres, especialmente aquellas con una efectiva separación entre Estado y religión.

Distinto a lo que Maher y Harris, entre tantos otros comentaristas sugieren o disponen, el islam, tomado de forma aislada, no es una plantilla retrógrada que impide el progresivo desempeño del intelecto. Pero no por eso está exento de problemas fundamentales. No me refiero a lo que dicen o dejan de decir los versos coránicos, pero más bien a su aplicación en el contexto de la jurisprudencia de las sociedades islamizadas. Muy sintéticamente, el problema con el mundo islámico es que a partir de los siglos XII y XIII desarrolló una aversión hacia las innovaciones intelectuales e institucionales, que en contraste, las sociedades europeas substancialmente comenzaron a superar desde el Renacimiento en adelante.

Esta tendencia recién comenzó a cambiar en el siglo XIX, cuando influenciados por los métodos y progresos occidentales, varios intelectuales árabes propusieron adaptar la religión islámica para dar respuesta a los desafíos de la Era Moderna. Desgraciadamente, los resultados de este despertar fueron ambivalentes, en gran medida debido a los agravios del colonialismo europeo, que suscitaron una respuesta local conservadora entre los creyentes. Por ello, el otro gran problema que presenta el islam tiene que ver con la ideologización de la religión en el siglo XX, es decir, con su politización. Esto es algo que nos conducirá a la difusión del islamismo, y a la aparición de la ideología yihadista que presenciamos en la actualidad.

En definitiva, el islam como religión no es el problema porque depende de quien lo practique. Pero debemos reconocer que sí existe un problema con el mundo islámico. Una cosa es el musulmán que se siente identificado con el sistema positivista de gobierno, con la separación de poderes y con las garantías constitucionales, y otra cosa muy diferente es el musulmán que reniega de todas estas cosas como innovaciones foráneas, prejuiciosas y ajenas a la realidad islámica.

Debemos celebrar a personas como Malala y su merecido Nobel de Paz, pero siempre debemos tener presente que ella no estaría viva sino fuera porque escapó con su familia a Inglaterra. En este sentido, es una verdadera tragedia que las voces que llaman a un islam moderado, tolerante, compatible con la democracia y la diversidad, hoy casi solamente provengan de países occidentales.