Por: Federico Putaro
Días atrás, el 22 de julio de 2013, se presentaron los resultados de la Primer Encuesta Iberoamericana de Juventudes, realizada por la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ) sobre una base de 20 mil jóvenes de entre 15 y 29 años procedentes de cada uno de los países de la región. Sorpresivamente, en medio de una sistemática escalada de estigmatización por parte de los medios masivos de comunicación, se revela un profundo optimismo respecto de la situación que atravesarán sus países en el futuro inmediato.
Aventurar una primera lectura de sus resultados puede permitirnos sostener la máxima: “Dime qué te ha dejado de preocupar, y me dirás cómo has estado trabajando para resolverlo”. Dejando de lado datos sumamente relevantes como la aceptación de alrededor del 70% respecto del proceso de integración latinoamericana, podemos adentrarnos directamente “a los bifes”: empleo, educación, y ciudadanía. ¿De qué vivo? ¿Cómo consigo un mejor empleo? ¿Cómo hago valer mis derechos?
¿De qué vivo?
Llamativamente, y pese a ser la problemática de la falta de empleo juvenil uno de los flagelos más extendidos mundialmente en el mercado laboral, ya no es el empleo o la situación económica de sus países la principal preocupación entre los jóvenes del cono sur. El fracaso del paradigma neoliberal, según el cual la desregulación y flexibilización del trabajo permitiría conseguir el mayor índice de ocupación en el punto equilibrado del mercado, instó a nuestro país a tomar políticas activas para incentivar la empleabilidad en el círculo virtuoso de la inversión y el consumo interno.
En la Argentina, entre 1990 y 2002 cerraron sus puertas 82.300 empresas. La apertura irrestricta a las importaciones había arrasado con el entramado productivo del país, a medida que el Estado Nacional degradaba su capacidad de intervención en la economía, y nos endeudaba para sostener una ficticia paridad cambiaria con el dólar.
Al momento de la asunción de Néstor Kirchner, en mayo del 2003, el país estaba en default, había un 24,7% de desocupación y un 52,3% de pobres. En la Argentina del 2002 la indigencia ascendía al 20,9%, es decir que había unas 7.900.000 personas por debajo de la línea de indigencia (hoy reducida al 2,8% según datos de la Cepal), pero mediante el acertado posicionamiento del empleo decente en el centro de las políticas públicas, como motor de la economía y la inclusión social, pudo revertirse esta curva empinada que había sumergido al país en el “infierno”.
En 2003 se crea en la órbita del Ministerio de Trabajo el Programa Más y Mejor Empleo, con la intención de promover la inserción laboral en empleos de calidad, brindando capacitación y asistencia para la inserción y el sostenimiento del empleo, y se comienza a trazar una red de oficinas de empleo con el objetivo de federalizar la llegada de las políticas del Estado Nacional a cada rincón del país.
Producto del éxito de esta política, y con la firme decisión de profundizar el rol activo del Estado frente a la crisis financiera global, en 2008 se crea el Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, destinado específicamente a jóvenes de entre 18 y 24 años con escolaridad primaria o secundaria incompleta, que no estuvieran incorporados al mercado formal de trabajo, por el que transitaron hasta la actualidad más de 500.000 jóvenes argentinos en busca de mayor capacitación y herramientas con las que poder afrontar su primer empleo.
Así, el desplazamiento de las preocupaciones de los jóvenes que otrora reflejaban una profunda incertidumbre sobre su situación laboral, se corresponde con la fijación de una ecuación macroeconómica y políticas hacia el sector, que lograron en estos últimos diez años reducir la desocupación de un 24,7% a un 6,9% en el último cuatrimestre del 2012, a medida que se restituyeron las convenciones colectivas de trabajo, se crearon 5.000.000 de puestos de empleo, se reinstaló el Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil, entre otras tantas conquistas sobre la materia.
¿Cómo consigo un mejor empleo?
Vivir en una sociedad que permita potencializar las capacidades de cada uno, garantizando el acceso a la educación permite afrontar con mayor seguridad el tránsito a la adultez. En este aspecto, los resultados del estudio realizado por la OIJ remarcan la falta de preocupación de los jóvenes respecto del acceso a la educación. Seamos claros en esto para que ningún mal-intencionado se haga el pillo: esto no significa que a los jóvenes no nos preocupe estudiar, sino que mayoritariamente no identificamos el acceso a la educación pública como uno de los principales problemas de nuestras sociedades, lo cual es sideralmente distinto.
A diferencia de Chile, donde las crecientes protestas estudiantiles contra un sistema privatista y lucrativo hacen crecer este indicador, en lo referido a nuestro país la educación casi ni registra menciones.
En el 2002, Argentina destinaba el 5% de su PBI al pago de la deuda externa y el 2% a la educación. Hoy es al revés: se destina el 6,50 % del PBI a la educación y la cultura. Se construyeron desde el 2003 a la fecha más de 1.500 escuelas, número imposible de comparar con décadas pasadas, puesto que por ejemplo entre 1989 y 2002 se habían construido únicamente 7.
Mientras tanto, con el Programa “Conectar Igualdad”, se entregaron más de 3.000.000 netbooks para alumnos y docentes de escuelas medias, previendo llegar a las 3.500.000 al finalizar este año, y de este modo garantizar el acceso de los secundarios a las nuevas tecnologías, complemento fundamental de su educación formal en los tiempos que corren.
Más de 150.000 niños y jóvenes volvieron a la escuela a través de las becas “Todos a Estudiar” dirigida a jóvenes de entre 11 y 18 años; “Volver a la Escuela”: dirigida a niños y jóvenes entre 6 y 14 años de todo el país; y a prestación de “Terminalidad Educativa” del PJMyMT para jóvenes de entre 18 y 24 años.
La Universidad, por su parte, es de las instituciones públicas que goza de mejor apreciación entre los encuestados. ¿Cómo podría ser de otra manera en una Argentina donde los egresos aumentaron más del 65%? Con la creación de 9 universidades públicas y gratuitas, se extendió el Sistema Universitario Argentino de modo tal de garantizar la presencia de al menos una universidad por provincia, pudiendo dar cobertura a un conjunto de jóvenes de familias que nunca habían podido acceder a la educación superior, y que de otra forma no hubiesen podido hacerlo. En el conurbano bonaerense, para graficar, la media de esta movilidad socio-educativa es del 75% del total de los cursantes.
El presupuesto universitario aumentó de 0,5% a 1,02% del PBI, pudiéndose así realizar obras de infraestructura pendientes y programas de promoción al acceso que permitieron que la matrícula universitaria crezca un 28% ascendiendo a un total de 1.808.000 estudiantes.
Nuevamente, y sí bien queda mucho por seguir haciendo, nuestro país se ubica a la vanguardia en la región en materia de educación y particularmente en el tramo superior. Fortalecer la permanencia de los estudiantes, a medida que se siguen incorporando los sectores más postergados y castigados por décadas de abandono, consolidarán el perfil inclusivo y estratégico que se le ha dado a nuestro sistema educativo en estos últimos diez años.
¿Cómo hago valer mis derechos?
Por último, la pregunta por el ejercicio de la ciudadanía, es también la pregunta por la madurez institucional, por la valoración de lo público, y por la participación popular en la construcción de una democracia protagónica.
Es destacable señalar la disímil valoración que los jóvenes encuestados hicieron de la categoría “clase política” bastante bastardeada, con la categoría “el gobierno”, mucho mejor ponderada. Es sobre esta brecha: la recuperación de la estima sobre “la política” como herramienta de transformación, pero no sobre quienes ejercen la dirigencia en los diferentes partidos políticos; que los jóvenes argentinos han despertado masivamente a la militancia y la participación.
Muchos han sido los partidos políticos que han afianzado su proceso de recambio generacional, y otros tantos los que insisten vanamente en fórmulas obsoletas. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha definido a su gobierno como “puente” entre generaciones que se incorporan a la política y ven en las filas de las distintas organizaciones que integran el Frente Para la Victoria un lugar desde el que poder participar.
Esta década ganada, fundante de una nueva Argentina, no sólo nos encuentra parados sobre un nuevo piso de derechos naturalizado por las nuevas generaciones, sino que también tiene su correlato en una resignificación del sentido de Patria, de la política como herramienta de transformación, del pueblo como sujeto y no como objeto del proceso histórico.
Interpelados por un proyecto político que nos propone ya no “organizarnos para resistir” como en otra etapa de la argentina, sino organizarnos y unirnos para avanzar con mayor firmeza sobre lo que falta y para que jamás puedan arrebatarnos lo conquistado, es que los jóvenes argentinos festejamos una década ganada y nos preparamos para otra por ganar.