No se necesita mucha imaginación ni entrar en pormenores para darse cuenta de que atravesamos una fase difícil en Brasil.
Empecemos en el plano internacional. Los acontecimientos abren espacios cada vez mayores para la afirmación de influencias regionales significativas. El mismo “embrollo” del Medio Oriente, del cual Estados Unidos sale cada vez con menos influencia en la región, aumenta la capacidad de actuación de las monarquías del Golfo, que tienen dinero y quieren preservar su régimen autoritario, así como Irán, que les hace contrapunto. La lucha entre wahabitas, chiítas y sunitas está detrás de casi todo. Y Turquía, por su parte, encuentra brechas para disputar hegemonías.
En ese sentido, Brasil no hace más que perder influencia en América del Sur. Nuestra diplomacia, paralizada por la innegable simpatía del ex presidente Lula da Silva y de la política del Partido de los Trabajadores (PT) por el “bolivarianismo“, zigzaguea y tropieza. Ya sea que cedamos a presiones ilegítimas (como la reciente de Bolivia, que no le daba salvoconducto a un asilado en nuestra embajada), ya sea que nosotros mismos ejerzamos presiones indebidas, como en el caso de la retirada de Paraguay del Mercosur y el ingreso de Venezuela. Al mismo tiempo, fingimos no ver que el “arco del Pacífico” es un contrapeso a la inercia brasileña. El saldo, pues, es una diplomacia y un gobierno sin voluntad clara de poder regional, funcionarios atolondrados y papeles ridículos por todas partes.
¿Qué puede decirse de la cuestión energética? La expansión de las plantas está atrasada sin apoyo real del sector privado, salvo para la construcción de las obras. Las arcas de las empresas eléctricas están vacías a causa de las reglamentaciones que, si bien son necesarias, se hacen atropelladamente y sin considerar los intereses de largo plazo de inversionistas y consumidores. La compañía petrolera Petrobras, ahora entregada a manos más competentes, está inmersa en una increíble escasez de créditos para invertir y con las arcas sacudidas por la contención del precio de la gasolina. Lo que fuera estruendosamente proclamado por Lula, la autosuficiencia en petróleo, se esfumó en el aumento del déficit de las importaciones de gasolina. Ahora, con la revolución en Estados Unidos del gas de esquisto, quién sabe a dónde irá a parar el precio de equilibrio del petróleo que se extraiga del manto presalino.
En la cuestión de la infraestructura, después de 10 años de atraso en los edictos de concesión de carreteras y aeropuertos, además de tentativas mal hechas, el gobierno innovó: se hacen privatizaciones disfrazadas con el nombre de concesiones, con la oferta de crédito barato del gobierno a las empresas privadas interesadas. Dinero, dígase del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (con intereses subsidiados por el contribuyente) y, encima todavía, el gobierno propone llevar la contratación a los bancos privados. Se sabe qué ventajas tendrán de que se les ofrezca que entren en el ritmo del Programa de Aceleración del Crecimiento, es decir, un ritmo lento y mal hecho. Nunca se vio cosa igual: concesiones que reciben ventajas pecuniarias y no rinden nada a la Tesorería, como los ferrocarriles cuyos constructores recibían abonos en dinero por kilómetro construido. Eso sólo en Macondo, la aldea surrealista en la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Espero que aquí, la soledad de la incapacidad ejecutiva y la mala gestión financiera no duren cien años.
Si pasamos a analizar la gestión microeconómica, vemos que los vaivenes no son diferentes. La industria, dicen, no exporta porque el tipo de cambio es desfavorable. Ahora tenemos una megadesvalorización de más del 25 %. Si no hacemos nada para reducir las deficiencias e ineficiencias estructurales de la economía brasileña, y si el gobierno no tiene el valor de evitar que la devaluación se convierta en más inflación, el nuevo nivel de la tasa nominal de cambio ayudará muy poco a la industria. Antes los gobiernistas se jactaban de la baja de intereses (“¡Ah, esos socialdemócratas, siempre de la mano de los intereses altos!”, decían). De pronto, es el gobierno del PT el que da la orden de salida de los intereses. Y ni así aprende que no es la voluntad del gobernante la que dicta las reglas de los intereses, sino muchas voluntades contradictorias que disputan acaloradamente en los mercados. Mirarse el ombligo, eso no.
Ya me cansé de escribir de esos males y otros más. De las deficiencias en la prestación de servicios en las áreas de educación, salud y seguridad; los medios de comunicación nos dan cuenta de ello todos los días. De los desatinos de la vida político-partidista, entonces, no hay que hablar. Basta ver el último de ellos: la Cámara sigue manteniendo a un diputado condenado por el Supremo Tribunal Federal y que ya está en prisión. No obstante, dada la amplitud de los desarreglos, parece inevitable reconocer que la cuestión central es de liderazgo.
No digo esto para acusar a una persona (siempre es más fácil culpar al presidente o al gobierno) o algún partido específicamente, aunque sea posible identificar responsabilidades. Pero es justicia reconocer que el desencuentro, el choque de cabezas en el interior de los partidos y entre ellos causa más confusión de lo que abre caminos. De ahí que termine con una pregunta ingenua: ¿Será que no da para un ”mea culpa’’ colectivo y, manteniendo las diferencias política e incluso ideológicas, tratar de percibir que cuando el barco se hunda iremos todos juntos, gobierno y oposición, patrones y empleados, los que están en el timón y los que están acomodados en la popa?
Se necesita grandeza para colocar los intereses de largo plazo del pueblo y del país por encima de las desavenencias y pactar algunas reformas (pocas, no muchas, parciales, no globales) capaces de abrir un mejor horizonte, empezando por la reforma partidario-electoral (ya que el ukase presidencial en esta materia no daría resultado, no se podría dar). Si los que están al frente del gobierno no tienen la visión ni la fuerza necesaria para hablar con el país y a su nombre, por lo menos la oposición podría desde ya cesar las riñas internas y limar las diferencias entre los partidos.
Sólo así, formando un bloque confiable, con visión estratégica y la capacidad de seguir caminos prácticos, construiremos una sociedad más próspera, decente y ecuánime.