Militares en la paz y en la tragedia

Fernando Morales

Escuchando atentamente a la Presidente de la Nación en el acto de homenaje a los caídos en Malvinas, no puede escapar a mi análisis el énfasis puesto por la mandataria sobre el valor de la paz por sobre la guerra y la especial mención a la exclusiva utilización de nuestras fuerzas armadas precisamente en misiones internacionales de paz.

Un noble uso de la potencialidad de los hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Armadas y una manera de llevar por el mundo la doctrina no beligerante que nuestra sociedad entera abraza.

Pero parece ser que ese imperativo mandato dado a nuestros militares, que por cierto es aceptado de muy buen grado, no es utilizado con el mismo entusiasmo cuando se trata de movilizar a nuestras tropas para atender graves situaciones internas como las que atraviesa por estos días la provincia de Buenos Aires y la propia Ciudad capital de nuestro país.

Si bien se han movilizado unos pocos efectivos y materiales del Ejercito para colaborar con las autoridades políticas en la atención de miles de damnificados, la acción se vislumbra como tibia y llena de reservas.

Es como que la limitación impuesta desde la vuelta a la democracia y mediante la cual las fuerzas militares han quedado separadas de la atención de la seguridad interior nos impidieran aprovechar en su verdadera dimensión los calificados recursos humanos que las conforman y buena parte del equipamiento que si bien es obsoleto para la guerra, puede ser muy útil para ayudar a quien lo necesite.

Ver tanta gente a la intemperie en la ciudad de La Plata, observar la angustia que se apodera de ellos cuando se avecina la noche y pensar que nuestros cuarteles están llenos de buena gente dispuesta a ayudar debe llamarnos a la reflexión.

Aun a riesgo de ser reiterativo, repito y sostengo que en las últimas catástrofes -sean éstas por ceniza volcánica o por inundaciones- se ha requerido y obtenido la participación de personal militar. Hay que dar otro paso, tornar a nuestras fuerzas armadas en verdaderas protagonistas operativas a la hora de afrontar una emergencia y hacerlo de manera dogmática y preestablecida con claridad.

Para ello será necesario no sólo una generosa dosis de voluntad política, hay que afinar los mecanismos y preparar en alguna forma a los cuadros militares con todo aquello que les falte para poder cumplir esta tarea netamente social y humanitaria con el mayor grado de profesionalismo posible.

Hay interesantes muestras de interacción que se han venido dando en los últimos años entre civilidad y fuerzas armadas, planes de estudio que incluyen el recorrido de cadetes a punto de recibir sus atributos de mando por el interior del país para que tomen el debido conocimiento de la integralidad de la Nación que está a punto de confiarle nada menos que su defensa. También hemos presenciado diversas tareas de acción social realizadas por hombres y mujeres de uniforme en barrios carenciados.

Hay que animarse a dar el gran paso, tal vez aprender de países como Chile, Brasil y Uruguay, que han vivido situaciones muy parecidas a nuestros procesos siempre tan conflictivos en la relación cívico-militar, y que hoy tienen a sus militares plenamente integrados a la sociedad (de la que forman parte indivisible).

30 años de democracia deberían ser suficientes para que ya no queden militares que se sientan superiores al resto de sus conciudadanos; como contrapartida sería bueno erradicar también el pensamiento de muchos dirigentes civiles que aún hoy viven, piensan y se conducen con parámetros de una Argentina que afortunadamente quedo atrás.

Un país tan joven, con tantas necesidades, con tantas urgencias y por sobre todo con tanta sed de concordia, no puede darse el lujo de privarse de ninguno de los sectores que conforman su sociedad, usen mameluco, delantal blanco, saco y corbata o el verde uniforme de la patria.