“Fernando, te tengo que pedir un favor… vos que sabes de barcos, ¿te animas a contar al aire en la radio qué es la Fragata Libertad, para qué sirve, quién la construyó y cosas así?”.
La invitación de mi amigo periodista en aquellos primeros días del mes de octubre pasado sonaba tentadora. Además de sentirme en condiciones de responder a sus preguntas, haría algo que siempre queremos hacer los marinos: hablar de nuestra vida para que el hombre de “tierra” aprenda un poquito sobre las cosas del mar y la gente que lo cuida, protege o navega.
Lejos estaba de mi imaginación el pensar que aquel favor desataría casi cuatro meses de no poder parar de responder todo tipo de cuestiones a cientos de colegas de mi amigo ávidos de saber un poco más sobre nuestra fragata y su aventura judicial en África.
Seguramente, ahora mis teléfonos no sonarán para que “asesore” o informe sobre las causas de las trágicas inundaciones en las ciudades de Buenos Aires y La Plata. Tampoco sonó mi celular para pedirme opinión sobre las implicancias para la grey católica de la designación del primer Papa argentino. Ni para explayarme sobre la vuelta de Riquelme a Boca… ¿Por qué será?
Seguramente esto obedece una sana costumbre que tienen los periodistas (al menos los periodistas profesionales) de intentar
buscar interlocutores idóneos para cada tema que ocupa la atención de la sociedad.
Es así que por estos días hemos oído explicar con claridad meridiana a muchos arquitectos, ingenieros y urbanistas las razones de fondo que han transformado a nuestras ciudades principales en presa fácil de cualquier evento meteorológico que exceda la media normal.
Obras prometidas, o lo que es peor: “ inauguradas” y nunca realizadas, falta de planeamiento, carencia de previsión, ausencia de políticas urbanistas sustentables, y por sobre todo, ineptitud no sólo en la gestión sino también -tal como vemos con sólo encender el televisor- a la hora de paliar las consecuencias de la tragedia anunciada.
Es maravilloso ver a nuestro pueblo movilizado y solidario pero es triste, por otra parte, ver la falta de conducción y liderazgo para encausar adecuadamente el esfuerzo social. Y es aquí donde me atrevo a preguntar por qué tradicionalmente los gobernantes no se rodean de idóneos en cada área de gobierno, o al menos, en las más sensibles.
Un presidente no puede saber de todo; un ministro debería ser un generalista de su área; un secretario de estado, un gran especialista;
y un subsecretario, un experto en un tema. De allí para abajo, en una democracia de verdad, funcionarios de carrera y absolutamente idóneos deberían ser los que lleven adelante el día a día de la gestión y perdurar en sus cargos al margen de los avatares políticos, mientras dure su buen desempeño.
Esto no abunda en el presente: los “cuadros” políticos han copado hasta los puestos de ascensorista de ministerio… Nos damos el lujo de sonreír cuando el ministro que tiene a su cargo a la Marina dice muy suelto de cuerpo: “yo de barcos no sé mucho”, y si bien le vedamos a las fuerzas armadas cualquier acción relacionada con la seguridad interior (muy bien que así sea), pusimos al frente de las fuerzas de seguridad a un teniente coronel (Sergio Berni) y no lo pusimos por aguerrido ni por ser un bravo combatiente, ya que si bien tiene jerarquía militar es médico de profesión.
Durante varios años (desde la época de Carlos Menem), tuvimos arquitectos a cargo del transporte marítimo y llegamos a tener un
capitán de navío a cargo de la dependencia de la CABA que habilita locales comerciales. ¿Un poco loco, no?
Aún resuena en los pasillos de nuestra cancillería la particular acción de nuestro ministro de Relaciones Exteriores acudiendo al Consejo de Seguridad de la ONU para plantear que nos habían embargado un buque por deudas (deudas de dudosa legitimidad, claro está), hasta que el hombre orientó su GPS y se dirigió a la oficina correcta para el reclamo, ubicada en Hamburgo y no en Nueva York.
El gobernante eficiente es antes que nada un estratega y para que su estrategia dé el resultado esperado debe tener bajo su mando un cuerpo táctico idóneo para la tarea encomendada. La política debe tener necesariamente un corte en las estructuras burocráticas de la Nación para dar paso a los técnicos, a los expertos, a los especialistas.
Rico es nuestro país en la producción de talentos en todas las ramas del conocimiento humano. Descollamos (cuando nos lo proponemos) en todas las ciencias, en las artes y hasta en los oficios. Médicos, ingenieros, arquitectos, deportistas, artistas, artesanos y etcétera.
Ponemos ingenieros en la NASA, diplomáticos en la ONU y hasta un Papa en el Vaticano. Pero estamos flacos, flaquísimos, de talento en las estructuras medias del manejo de la cosa pública.
Funcionarios que se calzan el chaleco salvavidas para hablar de inundación o se disfrazan de hombre nuclear para anunciar una nube tóxica en el puerto de Buenos Aires, estimulando a la gente a salir de sus oficinas en lugar de exigir que nadie circule, originando una marea humana de tosedores deambulando sin rumbo, o que indican a los inundados sin energía eléctrica y mucho menos acceso a internet que se ha habilitado una página web con direcciones en las que se brinda ayuda, son ejemplos más que suficientes para redondear el concepto
Tal vez a los profesionales exitosos no les atraiga la política, tal vez a los políticos no les atraiga tener gente demasiado capaz a su lado. O muy probablemente los compromisos electorales hagan que a la hora de repartir cargos no queden muchos para los que más saben.
Pocas cosas resultan tan frustrantes como enfrentarse en un amigable cambio de opiniones o en una gestión, ante una autoridad pública y descubrir que no tiene la menor idea de lo que se le está planteando y además tener que asumir la responsabilidad de no provocar que esa ignorancia quede demasiado expuesta. Sin lugar a dudas, una asignatura pendiente de nuestra joven democracia que viene arrasando con cientos y cientos de cargos públicos que van pasando de manos y desplazando a los que saben.
A punto de terminar esta columna, escucho el discurso de nuestra presidente emitido por cadena nacional. Es la presidente de mi país o, como ella dice, la Presidente de los cuarenta millones de argentinos (vamos a tener que indexar el número ya somos cuarenta y cuatro millones) no veo banderas partidarias, no veo aplaudidores militantes. La veo sola en su despacho, hablando pausado y por primera vez, siento que está hablando para todos y todas. Ojalá que se repita.