Un viejo axioma legal reza: “A confesión de parte, relevo de prueba”; en este caso, sin embargo, sería preferible no considerar a buena parte de la prensa uruguaya como “la parte confesa” y conceder a las autoridades de la República Oriental del Uruguay un sensato “beneficio de la duda”, al menos hasta que algunos puntos oscuros de esta historia sean debidamente aclarados.
Es por ello que prefiero anteponer de antemano un genérico “potencial” a mis palabras deseando fervientemente dedicar una próxima columna a un pedido de disculpas antes que a ratificar mis dichos.
Uno de los principales matutinos del Uruguay dedica hoy parte de su espacio informativo a narrar la “grata sorpresa para los intereses del país” (sic) por la llegada a puertos de la Banda Oriental de los buques pesqueros “Chicha Touza y Argos Galicia” ambos procedentes de las Islas Malvinas y portadores de pabellón colonial.
Un primer análisis de los nombres de los buques podría llevarnos a pensar que no suenan muy “british” pero deberá el lector saber que el cambio de pabellón de un buque a cambio de prebendas impositivas o de obtención de permisos de pesca es una práctica habitual en el negocio naviero. De hecho, tomemos como dato fehaciente de que el segundo de los buques arriba mencionados -de origen español y más precisamente gallego-, hoy enarbola en su popa un pabellón tan ilegal como lo es la autoridad que se lo otorgó. La bandera de Falkland Island no puede ser aceptada por autoridad portuaria alguna pues sencillamente el estado emisor no existe.
Para la segunda de las naves nombradas los datos registrales son difusos y si bien sabemos que la nave estuvo en el país vecino, tal vez un error en su nombre correcto impida en este momento aseverar con total exactitud bajo qué bandera se encuentra registrado.
Pero, como decían las abuelas, para muestra basta un botón.
Luego de esta un tanto extensa pero inevitable introducción, intentemos poner en blanco sobre negro uno de los aspectos más controvertidos de nuestra “fraterna hermandad del sur” a la que llamamos Mercosur.
Hasta el hartazgo hemos recibido comentarios, noticias y expresiones de representantes de los dos “hermanos menores” del bloque regional (Uruguay y Paraguay) sobre supuestos abusos y posiciones dominantes impuestas por los “mayores” (Brasil y Argentina). No es menos cierto que en los últimos tiempos Uruguay viene padeciendo con cristiana resignación algunos de los avatares de la política y la economía Argentina.
Debemos reconocer, además, que las autoridades orientales han agudizado el ingenio para intentar neutralizar los efectos no deseados de nuestro “modelo”. Cabinas de Tax Free en las salidas terrestres, aéreas y fluviales del país, devolución del IVA en hoteles y gastronomía, vales de nafta, alquileres en pesos (a un cambio nada ventajoso por cierto) y cajeros automáticos rebosantes de dólares para todos y todas han sido algunas inocentes picardías para que los argentinos no pierdan el interés por cruzar el charco y disfrutar del verano.
Claro está que los problemas con la hermana república no se circunscriben a la cantidad de turistas criollos paseando por Gorlero o grillándose bajo el tórrido sol en Solanas o José Ignacio. El cepo a las importaciones, el dragado de Río Uruguay para aumentar la competitividad del puerto de Nueva Palmira, el no acabado conflicto por la pastera UPM (ex Botnia) y algunas otras cuestiones comerciales y políticas han tornado la convivencia rioplatense un tanto complicada.
Y obviamente el debate interno entre aprovechar al máximo el tentador negocio del apoyo a las flotas pesqueras que explotan recursos argentinos con permiso británico o, aunque sea apretando los dientes, decir “no gracias”, ha tenido a maltraer a más de una gestión gubernamental uruguaya.
Pero de “vieja terca” a “mal hermano”, hay una distancia tan grande como de aquí a Saturno, ida y vuelta.
Cuando uno imagina a un estadista, no piensa en un superhombre pero sí en un hombre superior. Un conductor capaz de anteponer el fondo a las formas, de pensar fríamente en cómo un pequeño paso en falso puede desencadenar consecuencias de difícil predicción.
El líder, el conductor, el jefe, debe pensar, razonar y proceder con una grandeza y sabiduría que lo distinguen del resto, precisamente por eso la sociedad lo puso al mando.
La economía uruguaya no ha de mostrar índices de desarrollo muy diferentes a fines de 2013 si uno diez o cincuenta pesqueros kelpers cargan combustible, se aprovisionan o se reparan en sus puertos.
Es de destacar que el aumento (muy meritorio por cierto) de la competitividad de los puertos uruguayos -y en especial el de Montevideo- debe ser mirado con atención por las autoridades argentinas si es que no queremos que en algunos años las líneas navieras vean en la capital uruguaya el fin de la travesía dejando o recogiendo desde allí nuestro comercio exterior.
Pero abrir esa puerta que es el puerto a buques que enarbolan el pabellón pirata (y créanme que no es metafórica la expresión) es un exceso diplomático y político que refiere más a una venganza adolescente que a un acto racional de gobierno.
Los jefes de Estado pueden sonreírse, fotografiarse y hasta darse el lujo de enojarse entre ellos y, siendo muy osados, hasta ofenderse mutuamente gracias a los ya famosos micrófonos inoportunamente abiertos, pero jamás deben ceder a la tentación de ofender a los pueblos; ni al propio ni al de terceros países. Mucho menos si ese tercer país es su hermano.
Cuando hablamos de Malvinas, hablamos de una clara historia de usurpación colonial, de prepotencia militar, de sangre argentina derramada en defensa de derechos masivamente reconocidos por la totalidad de la América del Sur y buena parte del resto del mundo.
Cuando hablamos de Falkland, hablamos de piratería, de ilegitimidad, de negación a respetar el mandato internacional de sentarse a dialogar. Hablamos de escalada militar en la región, de armamento nuclear, de desprecio por la historia, por la razón, por la paz.
Cuando hablamos de Mercosur, ¿de que estamos hablando?
Abrir las puertas del puerto a naves que portan en su popa la bandera que humilla y ningunea no sólo a un país sino a la América toda es no sólo lamentable y decepcionante, sino que es extremadamente peligroso y presupone iniciar un camino de difícil vuelta atrás.
En pocos días más los hombres y mujeres de mar nos reuniremos para honrar la memoria de los héroes más sublimes que puede tener una guerra. “Los muertos en combate que combatieron sin armas”, 18 marinos civiles para los que las bombas y la metralla tenían un solo camino, que iba desde el cañón o fusil inglés a sus erguidos e indefensos pechos celestes y blancos. Quiero seguir imaginando que nuestros vecinos comparten nuestro dolor.
Respetuosamente desde esta columna le pido al presidente Mujica que reflexione; que no pague “terquedad” con traición, que no contraataque a la economía con la ingratitud, que no busque el aplauso del día en lugar de asegurarse la gloria póstuma de los grandes.
Créame señor Presidente si le digo que yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. Pero ocurre que soy un mortal común mientras que Usted es un estadista. Por favor, demuéstrenos que puede actuar como tal.